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José Guadalupe May, “Lupito”, uno de los seis sacristanes del máximo templo católico de Yucatán, ya no sube y baja a tocar las campanas / Ahora un sistema electrónico las hace tañer
—¿Y cuántas veces subiste a tocar la campana para llamar a misa? —preguntó, curioso, el cronista a José Guadalupe May, Lupito, uno de los seis sacristanes de la Catedral Metropolitana de San Ildefonso de Toledo.
—¡Uy, ya ni lo recuerdo! —respondió, sonriente, mientras se abotonaba la camisa luego de haber aspirado la alfombra del altar y el presbiterio.
Y enseguida, sin que nadie se lo pida, agregó:
—Antes había que subir y bajar, ahora es un brake, je, je, je.
—O sea, la modernidad llegó a ustedes —apostilló el periodista
Lupito, como apodan al hombre sus compañeros, agregó que, en efecto, desde hace varios años colocaron un sistema electrónico que se mueve al subir un brake instalado en el vestíbulo de las escalinatas hacia la torre Norte, junto a la tumba del Obispo Leandro Rodríguez de la Gala y Enríquez.
—Imagínate, cada misa son tres llamadas las que hay que dar y antes de eso teníamos que subir unos 50 escalones, jalar la cuerda y bajar. Y lo hacíamos, eso de subir y bajar, cada cuarto de hora antes de las misas. Ahora ya no hago ese ejercicio —apuntó.
La electrificación del campanario se llevó a cabo hace varios años, luego de la muerte, en 1995, del empresario Elías Dájer Fadel, en cuya memoria se hizo tal acción, según consta en una placa de mármol colocada en el dintel de la puerta de acceso a la torre.
El sacristán mayor o coordinador de esos ayudantes de la Catedral de Mérida, Leandro Leonel Herrera Cach, confirmó que todavía hace tañer el bronce. “La campana se toca por el sacristán en turno, él da las llamadas, es cada cuarto de hora, por ejemplo, la primera es cuarto para las once, luego a las once y la tercera a las 11:15, cuando vaya a empezar la misa”.
Labor del sacristán
—¿Y con esto de la modernidad, la tecnología, ha cambiado el trabajo de un sacristán o sigue siendo el mismo?
—Pues no ha cambiado mucho —afirmó casi sin pensárselo.
—¿Y cuál es el trabajo de un sacristán?
—Nuestro trabajo es mantener el templo, la limpieza del interior y exterior, mayormente es limpieza, lavar pisos, trapear, limpiar columnas, imágenes, retablos, preparar misas, ayudar en ellas, servir a los padres durante la eucaristía.
Dijo que son entrenados para hacer las cosas en los momentos que concierne a una celebración eucarística, como la entrada, la consagración del pan y del vino, pasarle los objetos religiosos para que el cura oficie.
“Somos seis, cinco sacristanes y yo, el coordinador. Son tres turnos, hay de seis a dos, otro de doce a ocho y de ocho de la mañana a cuatro de la tarde. Los de ocho a cuatro ayudamos en general y hacemos la limpieza. Cuando se cierra el templo lavamos una parte, dividimos en partes y una cada día, es una parte, tenemos que arrimar las bancas, lavamos el piso y secamos y volvemos a poner las bancas”.
Los sacristanes que ayer tenían turno mientras el reportero conversaba con ellos son, además de José Guadalupe y Leandro, José Tomas Keb Huh, Daniel Puerto Vera y Luis Couoh Ucán.
“Debemos tener cuidado con los cuadros por la antigüedad, se limpian las bases y a las pinturas (los óleos) se les pasa un plumero, tiene que ser con cuidado para no romperlas. Por ejemplo, esa que está allá (a un lado del altar por la entrada a la Sala Capitular, se limpia cada cuatro o seis meses por la altura, lo demás una vez a la semana”.
Y es que la Catedral cuenta con 17 santos o imágenes religiosas distribuidas por todo el templo. El Presbiterio lo presiden, a la izquierda, Nuestra Señora de Yucatán; a la derecha, San Idelfonso y junto a él San José con el Niño Dios. A los lados se encuentran Santa Cecilia y Santa Eulalia. Y en la parte Norte, la Santísima Trinidad y la Capilla del Santo Cristo de las Ampollas. En la puerta Sur, San Pedro con las llaves del Reino de Dios.
El Cristo de la Unidad
—¿También limpian el Cristo de la Unidad?
—Para el Cristo tiene que venir otra persona especializada, hay que armar el andamio y hacer malabares. Es cada año, pero ahora tiene más de un año porque la persona se enfermó. Normalmente una vez al año, luego de que lo limpien hay que ponerle un líquido para que se conserve la madera.
—¿Y el órgano?
—El órgano viene una persona especializada, es uno de la Ciudad de México. Pero el área nosotros lo limpiamos.
—¿Cómo te hiciste sacristán?
—Yo empecé en la Catedral siendo vigilante en 1996. Había muchos robos, gente en estado inconveniente que entraba a molestar, los que pedían caridad que a la hora de la misa andaban entre la gente. No había disciplina, decidieron poner vigilante, un padre me recomendó y me quedé. Los primeros tiempos fueron difíciles, la gente no estaba acostumbrada.
Prosiguió: “De allá estuve 10 años como vigilante, soy el que más tardó. Se fue un sacristán y pedí oportunidad, y empecé en el 2007, ya llevo más de diez años”.
—¿Y quién te enseñó o cómo aprendiste sobre lo que debes hacer durante la misa?
—Lo había visto, pero me quedé a practicar, de allá hace como cuatro años se fue el que era coordinador y me dieron el puesto.
Narró que los sacristanes realizan la limpieza del altar antes de la celebración. Cuando terminan esa labor preparan el cáliz, ponen ostias para consagrar en un copón y el sacerdote lo presente; llenan las vinajeras, una de vino y otra de agua, el cáliz con todo lo que se necesita se coloca en el altar, y encima una forma grande para la consagración, un purificador, un corporal y una palia. Y queda preparado.
Los monaguillos
Explicó que los monaguillos sólo ayudan en misa y tienen una preparación litúrgica para apoyar al padre. Y aclaró que, cuando están presentes los acólitos, ellos auxilian al cura y los sacristanes sólo observan.
“Cuando el Arzobispo celebra la misa, los que podamos estar ayudamos y a cada uno le toca hacer una parte, entre todos, a menos de que se le pida a los acólitos que vengan. Si no hay acólitos nosotros fungimos, pero en la tarde se pide a dos o tres que se queden y apoyamos”, indicó.
En la sociedad local circulan rumores e historias urbanas acerca de los fantasmas que habitan la Catedral de Mérida, sobre todo porque está llena de tumbas y, por su antigüedad, más de 400 años desde que comenzó a construirse. Y por eso el cronista preguntó al sacristán si alguna vez ha sentido miedo o le han pegado un susto.
—Muchas veces son cuentos y los oímos, y nuestro mismo nerviosismo nos hace ver u oír cosas que no son. El viento, una sombra, pero no es así, oyes que pasan esas cosas y lo tienes en mente, pero no pasa nada —respondió Leandro.
—¿Hablas en serio?
—Sí. Es muy tranquilo. Hasta me he quedado a dormir adentro. El 15 de septiembre cuando se hacían los juegos pirotécnicos, se debía quedar uno de nosotros a vigilar y luego, cuando terminaba todo ya no nos podíamos ir a casa porque no había camión. Y, en efecto, dormí en una de las bancas y salvo el dolor de espalda por la madera, nunca he visto nada.
Empleados de la Arquidiócesis
Leonel afirmó que la labor del sacristán es como un empleo. “Tenemos un sueldo, Seguro Social, como cualquier trabajador, somos empleados de la Arquidiócesis. Tenemos familia, esto es un trabajo, sostenemos a la familia, le damos estudio a los hijos, uno de los míos entra a prepa y el otro a su carrera, este año termina”.
Además, anotó que ellos no pueden fallar. “No podemos faltar, sólo con algo muy justificado, no puedo decir hoy no vengo. Y los días de más trabajo son en diciembre, Semana Santa y los novenarios del Cristo de las Ampollas, empiezan el 27 de septiembre y terminan el 17 de octubre con la procesión en la Plaza Grande y la subida del Cristo. Se baja el 14 de septiembre”.
Lupito hacía la limpieza en silencio pero con el rostro feliz, como si la santidad del lugar lo hubiera arropado en su corazón. Pasaba el trapo con delicadeza, pero firme. Luego el sacudidor y la aspiradora. Por aquí y por allá, como si ofrendara su labor al Cristo de la Unidad y Nuestra Señora de Yucatán lo consolara en su regazo.
—Luego de 31 años de trabajo Lupito se pensiona en unos días.
—¿En serio? ¿Ya te jubilas?
—Sí. Por eso ve que en la foto no salga tan panzón.
Salvo Daniel, que estaba circunspecto, los demás sacristanes sonreían, se gastaban bromas entre ellos y, como no queriendo la cosa, se albureaban, porque a uno de ellos le apodan “Toro”. El cronista tuvo, entonces, la seguridad de que esos hombres no sólo están al servicio de la Iglesia, sino de Dios.
(Rafael Gómez Chi)}