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Con frecuencia, los oficios familiares se transmiten de adres a hijos y vienen desde los abuelos, pero en el caso de la familia de peluqueros Mena Palma este oficio lo transmitió el hermano más grande, Carlos Humberto, quien empezó a aprender a cortar el cabello a los 14 años de edad y, por su aplicación y esfuerzo, le bastó un año para poder trabajar por su cuenta cuando apenas era un adolescente.

Su relato, muy ameno e interesante, es el siguiente:

–Estaba saliendo de la escuela primaria cuando mi papá, que había sido ferrocarrilero, me dijo que tenía un compañero que se salió del ferrocarril igual que él y puso una peluquería. Entonces, como en ese tiempo éramos 6 varones –ahora somos 8 y 2 mujeres–, no alcanzaba el dinero y, como mis hermanos menores querían estudiar una carrera, mi papá, don Daniel Mena Pacheco, me dijo que sería conveniente que empezara a trabajar. Pensé que tenía razón, porque quería ayudarlos para que siguieran en la escuela, así que me metí a aprender este oficio con su amigo, que tenía la Peluquería México, al lado de la Fotografía Avila, en la 60 entre 65 y 67.

Allá, como es natural, hacía de todo: sacudía, boleaba, le iba a comprar su trago al maestro y veía cómo trabajaban los otros 4 maestros peluqueros que tenían sus sillas en ese lugar, de los que aprendí mucho.

Una vez que aprendí, como no me dieron silla, me salí a trabajar aparte y entró a aprender allá mi hermano Víctor, que quería ser médico, pero no le dio la capacidad económica.

55 años de cliente

En esta parte, Víctor nos cuenta que cuando Carlos Humberto se salió de la Peluquería México se fue por las calles de la colonia Melitón Salazar con un cajón a ofrecer sus servicios de casa en casa, pero como estaba muy chico y nadie le iba a creer, lo acompañaba su papá para darle confianza a la gente diciéndole:

–Sí sabe pelar, es mi hijo.

Entonces, uno de esos días peló a un joven y como quedó tan bien el corte, le dijo que volviera. Después se hizo su cliente y cuando ya Carlos Humberto tuvo su peluquería, empezó a ir para que lo pelaran, pero lo mejor del caso es que, 55 años después, sigue siendo su cliente.

Y relata Carlos Humberto.

–A veces, cuando hay gente, le pregunto para que oigan:

–¿Oye, cuántos años tenía yo cuando te corté por primera vez el pelo?

Y me contesta.

–Estabas chico, hasta te tenían que poner una banquita para que me alcanzaras.

Otra anécdota

–Una vez fui a un curso –comenta Carlos Humberto– y me dijeron que la ropa que se le pone sobre los hombros a la persona que se va a arreglar, se llama capa.

–¿Capa? –les dije–, si no soy torero. A mí me enseñó un maestro que era militar retirado y no era de acá, sino de Veracruz, que esa tela se llama peinador.

No les gustó mucho que se los dijera, porque habíamos pocos de peluquería y eran más las personas que tienen salones.

Actualmente Carlos Humberto tiene su peluquería en la calle 62 entre 71 y 73, y se llama Los Artistas.

Por culpa de él

Y Víctor, que tiene 68 años de edad y 50 años de peluquero, relata:

–Por culpa de él –su hermano Carlos Humberto– aprendí. Entré a esa misma Peluquería México, pero como no me gustaba este oficio y no era mi intención ser peluquero, porque yo quería seguir estudiando, tardé como tres años en aprender lo que Carlos Humberto aprendió en un año.

–Es verdad, reconoce Carlos Humberto, si viera que no le gustaba. A nadie le gustaba, pero de los 10 que somos 4 somos peluqueros y una, Reina Isabel, de 38 años, además de peluquera es todóloga, porque sabe de todo.

Cuando aprendió Víctor le pasó lo que a mí, tampoco le dieron silla y, como ya estaba en la edad de las chavas y las fiestas, y le daba vergüenza bolear, se tuvo que ir a buscar dónde trabajar y entró a Le Parisien, en el centro, luego se salió y puso su peluquería en la casa donde vivíamos, en la Melitón Salazar. Allá estuvo un año y luego la pasó a varios lugares del Centro. Se llama “Los Estilistas” y actualmente está en la 71 entre 60 y 58.

Por cierto, cuando salió Víctor de la Peluquería México, Carlos Humberto regresó a ella porque le dieron silla.

El quinto bueno

En este punto de la entrevista llegó Gonzalo, el quinto bueno de los hermanos, porque no hay quinto malo, relata, de 62 años de edad y con 40 de peluquero, quien nos dijo:

–Yo no quería la peluquería, quería ser químico, por eso soy el que empezó más tarde en este oficio.

–¿Cuántos años tenías cuando empezaste?

–Tenía 18, pero antes ya había aprendido el oficio de mecánico y había estudiado electrónica, también reparaba estufas y era plomero. Al principio no me gustaba, pero después le agarramos aprecio a este oficio. Hace 15 años decidí estudiar para diácono de la Iglesia Católica, estudié 7 años y me faltó nada más terminar.

De alumno a sinodal

Gonzalo reconoce con orgullo:

–He sido discípulo de grandes maestros.

Claro, porque le enseñaron sus hermanos y, luego, como son muy perfeccionistas, él y su hermano Jorge Antonio se metieron a estudiar la teoría de ese oficio a la Academia del Sureste, pero como Gonzalo ya dominaba la práctica, cuando llegaron los exámenes, a un año de ser alumno, lo pusieron de sinodal.

Dice también:

–Hace 40 años que soy peluquero y gracias a Dios aquí sigo. También estuve en Cozumel tres años, pero regresé aquí a mi tierra.

Gonzalo recuerda que ya tenía dos años trabajando de peluquero cuando en 1980 se casaron tres personajes: Él y su esposa Leticia Huerta, la princesa Lady D y Fernando Valenzuela.

De Fernando Valenzuela, el Toro, dice: Vimos que enamore, porque tenía su novia enfrente de la peluquería de la 71, luego vimos que se case y, ya después, sólo esporádicamente lo veíamos. Estuvo como tres años con los Leones.

Ellos recuerdan que han tenido clientes como Orlando Paredes, que fue su maestro en la secundaria y en la Prepa, y Carlos Humberto tuvo de cliente a Tony Camargo, a quien incluso una vez le hicieron su homenaje con cámaras de televisión en la Peluquería de los Artistas, en la calle 62 entre 71 y 73.

Jorge Antonio

Por su parte, Jorge Antonio, con 55 años de edad y 40 de peluquero, nos cuenta orgulloso que desde hace 25 años le corta el cabello a don Mario Renato Menéndez Rodríguez, Director General de los POR ESTO! Y Carlos, por su parte, dice que le corta el cabello a nuestro subdirector, Miguel Menéndez Cámara, y a sus hijos.

De sus inicios, Jorge Antonio recuerda:

–Yo empecé a aprender a los 15 años y, en ese tiempo, como estudiaba en la Federal No. 4, a los compañeros que sacaban de la escuela porque tenían el pelo muy largo yo se los cortaba. La idea era que pudieran seguir estudiando.

Recuerdo que empecé a aprender en “Los Estilistas”, que estaba en la 69. Luego pasé a la preparatoria nocturna y trabajaba en la mañana en la peluquería.

–¿Y Reina?

–Reina comenzó a aprender cuando estábamos en la 71 y luego de que aprendió se casó, y trabaja cuando quiere y puede. Se dedica a todo lo que le gusta: la repostería, el comercio, toma cursos de peluquería y es medio política.

Estilos diferentes

Observa Gonzalo:

–Somos cuatro y ni uno trabaja igual. Aprendimos de la misma escuela, pero cada quien tiene su personalidad de trabajo, porque una vez que uno aprende esto adopta su propio estilo.

En esta parte Gonzalo dice también:

–En el trabajo del peluquero no es nada más el corte de pelo. El 50% es el trabajo de pelar y el otro 50% es el diálogo con los clientes, porque a veces tienen muchas preocupaciones y vienen muy tensos, pero con la plática se van suavizando y cuando termina el corte ya se sienten bien, porque se relajan.

–Oye, Gonzalo, además se establece un vínculo de confianza con el diálogo, ¿no? Yo creo que si uno no conoce al peluquero no se siente a gusto, sino hasta que escucha su plática y sus puntos de vista.

–Es verdad –comenta Víctor–. Cuando hay confianza hasta se dejan rasurar y se duermen. Hay clientes que piden que se les rasure porque quieren descansar un rato.

Como siempre

Cuando hay confianza, viene el cliente y se sienta y ya no dice nada, porque ya sabemos cómo lo vamos a pelar. Otros dicen: “Como siempre”

Pero en las damas no es lo mismo, en las damas cada vez que se sientan es diferente el corte que quieren. Al caballero le puedes cortar 20 ó 30 años y siempre es igual.

–¿Y tienen la confianza de decirle a alguien si va mal pelado?

Contesta Gonzalo

–Nunca criticamos el trabajo del colega. Si llega mal pelado nunca le voy a decir que está mal, porque eso es ir contra nuestro prójimo que es el otro peluquero, lo más que le decimos es que le quedaría mejor otro estilo de corte.

Ni tiempo de contestarle

En este punto, comenta Víctor:

Una vez llegó un cliente y me dice:

–Te voy a decir una cosa.

–Dímela.

–No, al rato.

Luego me lo repitió:

–Te voy a decir una cosa.

–Dímela.

–No, al rato.

Volvió a repetirlo y me dijo que al rato me lo decía.

Luego, cuando terminé de cortarle el pelo y me pagó, llegó a la puerta y se detuvo. Entonces me dijo otra vez:

–Te voy a decir una cosa.

Me acerqué para oírlo y me dijo, no preguntando sino afirmando:

–¿Es cierto que todos los peluqueros son chismosos?

No tuve tiempo ni de contestarle, porque enseguida echó una carrera y desapareció el condenado.

El hombre del mechón

Como Carlos Humberto tiene un mechón de pelo blanco desde que tenía 11 años, los chamacos le decían de burla que ya estaba viejo. Entonces se lo arrancaba, pero una vez, al verlo su papá, le dijo:

–No te lo arranques que te va a salir más.

Pensándolo bien, se lo dejó y la gente se fue acostumbrando a verlo con el mechón, pero con el paso del tiempo todo el pelo le quedó blanco, entonces una vez que llegó un cliente antiguo que había dejado de ir, preguntó:

–¿Y aquél señor que tenía un mechón?

–Es él –dijo uno de sus hermanos señalando a Carlos Humberto.

–No, ese está muy viejito, respondió el cliente.

Al rato, le dijo su hermano:

–Ya lo ves, píntate el resto del pelo y déjate nada más el mechón, para que te sigan tus clientes.

Así lo hizo y cuando regresó el mismo cliente, creyendo que había tenido la razón, le dijo a su hermano:

–Ya lo ves, ¿no que no? Ahí está el del mechón, con este sí me puedo pelar porque el otro está viejito.

A veces, cuando iba Jorge Antonio a algún lugar con Carlos Humberto, como tenía el pelo blanco, le preguntaban:

–¿Es tu papá?

–No, es mi hermano.

–¿Hum, sí es?

–Bueno, pues sí.

No nos íbamos a pelear por eso –comenta Jorge Antonio.

Los tiempos han cambiado –comentan–, ahora hay clientes que no solamente se cortan el pelo, sino hasta se depilan las cejas. Dicen:

–Quítame las que me sobren.

–¿Hasta dónde?

–Tú delinéalo.

De $20 a $250

–¿Y cuánto cuesta una pelada? –preguntamos.

–Depende de dónde te la hagan. En el mercado cuesta $20 pesos. En La Isla $250. Nosotros cobramos $80. El otro día fue un señor que me dice:

–¿Cuánto me vas a cobrar?

–$80.

–No, es mucho, mejor me voy al mercado.

Y como era un cliente nuevo, le digo:

–No, ven, ¿cuánto quieres pagar?

–Te doy $50.

–Está bien, ven entonces.

Y cuando terminé de pelarlo, me dijo:

–Maare, chavo, quedó bien, te voy a pagar los $80.

Finalmente, cuando les preguntamos cómo fue que todos tuvieron un oficio, porque por donde se vea eso es un gran logro familiar, nos explicaron el motivo:

–Siempre nos dijo nuestra mamá, doña Dora María Palma Alonso: “Si no pueden estudiar, que tengan un oficio, allá van a salir adelante”.

Durante la entrevista, que tuvo lugar en la peluquería Los Especialistas, de Jorge Antonio, que se encuentra en la calle 73 entre 66 y 68, estuvieron presentes también doña Leticia Huerta Sulú, esposa de Gonzalo, y doña María Guadalupe Canché Blanco, esposa de Jorge, y su hijo Daniel Adrián.

(Roberto López Méndez)

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