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Yucatán

Ana María Ancona Teigell

“El orgullo construye muros.

la humildad construye

puentes.”

Anónimo.

Tener a familias separadas porque están del otro lado de México, en Estados Unidos. La locura de un Presidente que no cesa en la construcción de un muro que impida que pasen más migrantes a su territorio, es muy duro, difícil y doloroso para todas esas familias que viven separadas y que a veces pasan años sin verse, sin poder fundirse en un abrazo de amor que exprese cuánto se extrañan y necesitan.

Las barreras (muros, alambradas, vallas) se despliegan a lo largo de 900 Km entre los dos países, casi un tercio de la longitud total (California, Arizona y Nuevo México). El Estado que menos barreras tiene es Texas. En la actualidad el muro ha servido de selección natural al orillar a los migrantes al desierto. Sólo llegan los trabajadores físicamente aptos.

Es una estrategia para dañar la vida en la frontera, restringir los flujos migratorios, acabar con las ciudades santuarios y es además un grave ataque a la vida ecológica y a los parques naturales que atraviesan la frontera.

Los especialistas en el campo de la salud mental dicen: “Los miembros de las familias que se quedan, como las que se van, pagan un alto costo emocional, que se evidencia en la manera de actuar y en la alteración de su salud mental. Además, se enfrentan y sufren la discriminación en el país huésped y la indiferencia ante sus necesidades, la más importante su salud física. Sufren el ‘trauma de la migración’; lo perciben como una manera tajante, una herida, una fisura, que en el plano psicológico trae consigo el sufrimiento, experimentado como un choque violento y con repercusiones en la personalidad, siempre y cuando las condiciones sociales sean desfavorables, tanto en el país de origen como en el de recepción”.

Se pueden decir muchas cosas, pero nadie toma en cuenta que por causa de la pobreza extrema que sufren la mayoría de los mexicanos, tienen que tomar esa difícil y trágica decisión para que sus familias puedan sobrevivir. Dejando corazones rotos, lágrimas derramadas porque quizás ya nunca vuelvan a ver al ser amado, al hijo adorado, al esposo, hermano, etc.

La familia se divide, se destroza porque le hace falta un miembro que partió lejos del hogar para poder encontrar una mejor calidad de vida y muchos, la muerte. Pasan los días, las semanas, los meses, los años y siempre hay alguien que se para mirando el horizonte del otro lado del río para ver si regresan y sueñan con ese momento. Hijos que nacen y no conocen a su padre, madre, hermanos que crecen sin su calor, ternura y amor.

Y el hombre, endiosado, empoderado y lleno de orgullo, con un corazón duro en lugar de construir puentes que nos enlacen como hermanos, reunifiquen a las familias y acaben con el llanto de niños y madres que se vieron forzados a renunciar a tener a su ser querido bajo su techo y cobijo, construye muros que los alejan del hogar que tanto extrañan. Porque no es nada fácil vivir alejado de tu entorno familiar y de amigos, porque la soledad se vuelve su fiel compañera, porque su dignidad como seres humanos que son, la pisotean y sólo les queda guardar silencio y recordar porqué están ahí, para que su familia tenga comida, techo, y dinero para vivir.

En el documental del director mexicano Everardo González “Un abrazo de tres minutos”, ofrece una conmovedora mirada a una profunda fuente de dolor, el no poder abrazar a tus seres queridos.

Esos tres minutos en los que ves como las familias se unen en un fuerte abrazo, llorando, conociendo a sus pequeños, abrazando y abrazando con todas las fuerzas del alma, corazón y espíritu a sus familias que muchos hacía décadas que no veían, fue un reencuentro de amor y esperanza que se vivió en la frontera entre Estados Unidos y México.

Organizada el 12 de mayo del 2018, por la ONG Border Network For Human Rights, para una reunión masiva justo en medio del canal del Río Bravo en la frontera de Ciudad Juárez, Chihuahua, y el Paso, Texas. Ese día, 300 familias tuvieron la oportunidad de ver y abrazar a sus familiares desde el otro lado de la frontera, algunas de ellas después de estar por décadas separadas. “Un abrazo de tres minutos” retrata un momento en que las personas muestran al mundo lo que debería ser una frontera y lo que puede ser una frontera.

El mundo está hambriento de amor y paz, de unión y solidaridad, construyamos puentes que sean el camino para correr del otro lado del río y abrazar al ser querido que tiene un sendero para volver a casa todos los días y llenar de besos y caricias a sus seres amados. Que duerman tranquilos rodeados del calor y cariño de sus esposas e hijos, de sus padres y hermanos. Y levantarse temprano para cruzar la frontera donde les espera un arduo trabajo, pero con la certeza que volverán de regreso a sus hogares con dinero para sostener a sus familias.

¿Qué tan largos son tres minutos? Todo depende de a quién le preguntes.

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