Christian Rasmussen
Para nosotros que vivimos, y de muchas formas y maneras nos identificamos con la vida y cultura de Yucatán, no nos es difícil designar lo que consideremos ‘lo nuestro’.
Allí tenemos el bordado, sobre todo si es de punto de cruz; la platería, sobre todo si es de filigrana; la comida, sobre todo si es de relleno negro o poc chuc; la música, sobre todo si es la trova yucateca; las ruinas mayas, sobre todo si son Chichén y Uxmal; las playas, sobre todo en Semana Santa y la temporada de verano, con sus brisas refrescantes y el cielo de amaneceres y atardeceres pintado con paletas de colores.
Cada yucateco y los ‘de afuera’ que hemos tomado agua de pozo (cuidado con la amibas) tenemos un catálogo de lo nuestro. Son las cosas que hacen nuestra vida en Yucatán tan atractiva.
Para mí, un ejemplo de lo nuestro es el Bazar de comida de ‘la Sultana del Oriente’, o sea, Valladolid. Desde hace más de 30 años, he comido sabrosos y baratos platos de la ‘comida yucateca’ allá, ubicado en una esquina de la plaza grande, desde el tiempo que funcionaba sin techo y teníamos que refugiarnos cuando caían las lluvias de los nortes o en verano, cuando se regaban bondadosamente las milpas de los campesinos mayas. Todo era parte de lo nuestro. Sin embargo, con los años ‘modernizaron’ el lugar, le pusieron techo y colocaron nuevas mesas y sillas.
Ahora la pregunta: ¿Lo cuidamos? Es lo que me vino a la cabeza cuando recientemente pasé por ese bazar. Lo que fue creado hace más de 40 años como un mercado de comida, se ha convertido en un mall de joyerías con luces blancas y policías fuertemente armados, como si estuviéramos en ‘el Norte’ y no en el estado ‘más seguro’ de México.
Son ya ¡13 joyerías y quedan 8 loncherías! Las joyerías ofrecen piezas maquiladas en otros partes de México y ninguna muestra la rica tradición de orfebrería de Valladolid. Conocí al fundador de todo ese emporio, don ‘Chucho Tepeyac’, como lo llamaban por el nombre de su tienda. Desde su sencilla vitrina de platero me mostró y explicó los detalles y variantes de la ya casi desaparecida tradición plateresca vallisoletana, con sus cadenas salomónicas, diques, anillos y medallas con esmalte grabado de corazones, ‘amor’ y palomitas en oro y filigrana. Todas eran piezas indispensables para casarse con una linda mestiza.
Agregue a este panorama, el descuidado estado de las mesas y sillas de madera y la reposición de muebles inservibles con mesas y sillas de plástico de Coca Cola que ya se encuentra en cualquier rincón del mundo. En otros partes de México, como Oaxaca, Puebla, Coyoacán, para citar unos pocos ejemplos, se convierten los mercados en ‘templos gastronómicos’. ¿Y qué pasa con los de aquí? ¡Los convertimos en joyerías!
La culpa no la tiene San Román, sino las autoridades que lo permitieron.
Ojalá que se encuentre la fórmula para hacer del Bazar de Valladolid una Meca de la rica tradición culinaria yucateca. Comida regional gustada y comprobada por los paladares que la saborean. Es parte muy de lo nuestro. ¡Cuidémoslo!