Roldán Peniche Barrera
4to. Programa de la Sinfónica
Obras de Bahms, Arnold y Robert Schumann, de este su épica cuarta sinfonía
La “0bertura trágica” de Brahms
Eso de que Beethoven le haya dado carácter sinfónico a la obertura ha sido gran idea como se sabe, los italianos y otros la empleaban solamente como instrucción de sus óperas distribuyendo los temas en breve partitura. Beethoven la convierte en una pequeña sinfonía, pieza de un movimiento. Fueron muchos los que aprovecharon este novedoso concepto estético para componer oberturas, y uno de los más geniales en el asunto es Johannes Brahms, autor de dos ciertamente geniales.
Anteanoche la sinfónica, con un invitado norteamericano de director, Robert Carter, escogió una de ellas para abrir el 4º Programa de la temporada. Se dice que Brahms compuso ambas oberturas, “Trágica” y “Académica” por los mismos días, algo sorprendente por el espíritu tan diferente de las obras: mientras la primera es un pequeño drama entrañando en su partitura, la segunda es optimista y pomposa.
La Obertura “Trágica” es un banquete para los metales, especialmente para las trompetas, los cornos y los trombones, que le brindan a la obra la fuerza y el riesgo que le sustentan, nunca estuvo Brahms más inspirado en esta obertura escrita, cuando ya rozaba la cincuentena. Mejor decisión no hubiese tenido Robert Carter en escogerla para abrir la boca a esta fresca noche, además de hacer sonar la orquesta como exige la pieza. Abundantes palmas.
Concierto para 2 violines, de Malcolm Arnold
Si la “Trágica” duró 13 minutos, este contemporáneo concierto perduró 4 minutos más, con una distancia de unos 80 años entre la una y el otro. ¡Ah, las diferencias entre el Romanticismo del siglo XIX y el Modernismo del XX! El concierto le fue encargado al autor inglés Malcolm Arnold (1921-2006) por Yehudi Menuhin, virtuoso judío-ruso del violín, y Mr. Arnold se puso a trabajar de inmediato. El género del concierto para dos violines y orquesta es cosa vieja. Ya desde Bach y antes lo había, pero Menuhin quiso retomar el tema y el británico le puso en bandeja de plata su añorado concierto OP. 77 en 1962. Nosotros criados a los pechos del Barroco, el Clasismo y el Romanticismo decimonónico, no comulgamos con el atonalismo de Schönberg y otros “ismos” paridos durante el siglo pasado; sin embargo, fuera de escucharlos, nos han despertado simpatías algunos maestros del siglo XX como Stravinski y Prokófiev. A Arnold no lo conocíamos, pero se ve enseguida que conoce su oficio, especialmente en la técnica y les pone trabas a los concertistas, en este caso Christopher Collins y Timothy Myall, trabas que saben destrabar ambos con excelente criterio, desde el Allegro Risoluto, pasando por el interesante andantino y el final Vivace, lo que les valió palmas y bravos tanto a los solistas como al director.
La 4ta. Sinfonía de Schumann OP. 120
Entre las 9 sinfonías de Beethoven y las 4 de Brahms, no hay mayor sinfonista que Robert Schumann en el siglo XIX, yo lo conceptúo como el más grande romántico del siglo XIX y esta su cuarta postrera sinfonía deviene el paradigma del género en la primera mitad del siglo citado. Como era su costumbre, Schumann denomina a sus cuatro movimientos con títulos germánicos: el inicial, “Ziemlich Langsam. Lebbhaft”, retumban los alientos con ese sonido épico del que tanto gustaba el compositor. “Schumannliga”, este movimiento inaugural con el segundo, “Romaze: Ziemblich Langsam”, alargando esa facilidad armónica tan propia del autor que hace factible a la vez su fertilidad melódica. El Scherzo (como la obertura sinfónica, creación de Beethoven) nos inspira alegría y buen humor, hasta enlazarse con el clímax de la obra, un tercer “Langsam. Lebhaft”, aunque más épico que los anteriores y con esos acordes heroicos y espectaculares tan propios de los románticos del XIX. La música se nos mete en la piel y acelera los latidos del corazón, merece al poderoso sonido de los alientos para rematar con la vibrante coda que tanto disfruta Schumann. Excelente dirección del Mtro. Cartre, cuya batuta rechaza lo superfluo y el “showmanship” que abanderan los directores de lata mediocridad, una gran ovación premió a Mr. Carter y a la orquesta que sonó con su acostumbrada brillantez.