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Joaquín Tamayo

Adiós para siempre. Con esta frase solía despedirse Carlos Monsiváis cada vez que colgaba el teléfono, escribió Rafael Pérez Gay en El cerebro de mi hermano. Parece ser que, entre todas sus colecciones, el auricular era su más preciada rosa, su más valiosa espada. Así que su interlocutor –incluso aquél que lo conocía bien- adoptaba de inmediato la mueca del circunspecto. No sabía si reír o correr a llorar a los brazos de la Doctora Ilustración. El efecto Monsiváis era el mismo en la gente: producía una sensación desconcertante, causaba confusión. Difícil distinguir entre la ironía cruda y el sutil sarcasmo, entre el gozo de veras efusivo y la ira sin contemplaciones. Seguro que tuvo algo que ver en la sentencia que dice: hasta con amabilidad se mata. Esto ocurría tanto por escrito como en la expresión hablada: el polígrafo inyectaba en todos el elixir de la perplejidad, su deporte predilecto.

No en vano Octavio Paz –de quien después tomaría sana distancia- lo calificó como un género literario por sí solo. Se refería a que los principios del cronista eran descollantes, atractivos, en tanto que sus finales erosionaban los territorios que tocaban a través de un humor rabiosamente inteligente y libre, impune.

Los dos tomos que hoy nos reúnen –El consultorio de la Doctora Ilustración y El regreso de la Doctora Ilustración, editados por Malpaso- recuperan a ese primer Monsiváis: el escritor en estado puro, más literario, lúdico y creativo que nunca.

De cualquier modo, ya había en él la semilla del polemista e iba construyendo al intelectual público en el cual se convertiría pasado el tiempo, un poco a imagen y semejanza de lo que antes había representado Salvador Novo, su modelo de autor.

Y si Novo se hizo popular mediante sus líricos epigramas, Monsiváis alcanzó notoriedad con sus columnas delirantes (Por mi madre bohemios, que aparecía también en Siempre!), con su forma alegórica de interpelar a los lectores. Estos volúmenes son el ejemplo de esa magnética voz que exponía los trapos sucios que a su paso deja la doble moral mexicana.

La antología de sus colaboraciones en el suplemento México en la cultura, de la revista Siempre!, proyectan al autor que se ríe de sus propios tropiezos para luego reírse de los demás, del mundo que lo acomete: el artista con ínfulas de divo, el político con alardes mesiánicos y la acartonada solemnidad de las instituciones. Carlos Monsiváis es, en estos dos tomos, un provocador irrepetible, pues a diferencia de su maestro Novo, supo mantener la congruencia a lo largo de su vida y jamás traicionó el ideario en el que creyó desde joven.

Cualquiera pensaría que editar hoy una serie de textos escritos en los años setenta podría padecer el flagelo de la caducidad, de lo obsoleto. Sin embargo, leer a Monsiváis en estos dos ejemplares es conversar con el presente. Esta colección ha resultado de ese linaje. Ha cruzado la prueba de los años sin deterioro alguno. Sus escritos parecen estar hechos para la vida actual; desde entonces miraban hacia el futuro lo mismo en sus formas que en el fondo. Lo que quiero señalar es que en estas dos compilaciones, consumadas exprofeso para el periodismo semanal de revista, aparece ya el fabulador incontenible, el autor de personajes totalmente definidos y el narrador que regresa al género epistolar con el propósito de reivindicarlo en toda su magnitud; es decir, otorgarle a la carta como tal, no sólo un peso literario, sino también su carácter libérrimo, así como su dimensión confesional y desenfadada. Hay estampas en estos libros que, si se examinan con mesura, son cuentos genuinos, historias que denuncian los lastres que cargamos y el espíritu engolado con el cual pretendemos jugar la vida, aunque a veces terminemos siendo juguetes de ésta. La piadosa y a veces socarrona Doctora Ilustración tiene respuestas para cada quien; su proverbial paciencia disipa la nebulosa que a veces habita en nuestras meninges poquiteras.

Se trata de prosas cortas, aforísticas, en clave de ironía, de ingenioso humor, una parodia natural del buzón sentimental de la Doctora Corazón, pero que encaja perfectamente con el dinámico lenguaje que ahora es esencia de las redes sociales. En estas páginas hay varias reinvenciones clásicas, minificciones casi, que bien podrían figurar en los tuits más viralizados o entre los gambusinos de frases que tanto abundan en el facebook. He aquí una mínima muestra del poder satírico y la capacidad de juego de Carlos Monsiváis:

Por ejemplo, cuando el personaje Inseguro le pregunta a la doctora: “…La famosa expresión acuñada por la sáfica escritora Gertrude Stein “una rosa es una rosa es una rosa” ¿deriva del dicho mexicano “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa?”

Qué decir de algunos títulos condensados en estos libros:

“Hoy mi parca se viste de cultura”

“No por mucha claridad, amanece más oscuro”

“No tiene la culpa el indio, sino el refrán que es racista”

“El que da y quita con el fisco se desquita”

“Al que madruga nadie lo despierta”

“El que ríe al último se ha quedado solo”

“Gózala mientras viva, que muerta ya es delito”

Suya en la pachanga,

La Doctora Ilustración

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