Por Lorenzo Salas González
Nadie puede negar que el México pujante y progresista que en el siglo anterior en su mejor momento fue calificado de milagroso, se debió a una labor tesonera constante, suficiente y reconocida por la mayoría ciudadana como obra de un partido, producto de las luchas revolucionarias, el hoy a punto de desaparecer, el PRI, el cual fue a acumulando errores que lo golpearon en la línea de flotación y acabaron por hundirlo.
Su larga permanencia en el poder hizo que perdiera la vista, la capacidad auditiva y de movimiento, que sólo agitaba a la gente por medio de prebendas, puestos, dinero y favores. A estas alturas, el que un reducido grupo de entusiastas, otrora beneficiarios de sus diferentes gobiernos, quiera movilizar al anciano y aterido organismo, no garantiza un retorno exitoso.
Y es que entre los muchos errores cometidos está la protección a poderosos hamponcetes que Carlos Salinas supo agrupar y formar con ellos “la mafia que se adueñó del poder” pero no para preservar este último, sino para acabar por destruirlo con tal de salvar el pellejo.
Desde que el PRI se olvidó a la ciudadanía que reiteradamente lo apoyaba a pesar de que sus gestiones gubernamentales no les sirviera de gran cosa, se fue alejando de sus orígenes, lo que le sirvió en gran manera a Carlos Salinas para cumplir su compromiso de acabar con su partido, lo cual anunció años antes en uno de los congresos del tricolor, cuando quiso cambiarle hasta el nombre para ponerle el de un sindicato polaco dirigido por Lech Walesa; Solidaridad, es decir, Partido de la Solidaridad Nacional. A pesar de que la orden provenía del presidente, la iniciativa fue rechazada en el citado congreso partidista. Entonces Salinas se dedicó a cambiar sus principios y contenidos revolucionarios. Fue cuando los que ahora creen defender a su viejo partido perdieron el rumbo, pues pasaron de ser un partido basado en sus orígenes revolucionarios y se convirtió en un organismo fundado en las oficinas de Washington, basado en el neoliberalismo económico y la exaltación de la explotación del hombre por el hombre. Atrás y muy lejos quedó su lema fundacional: Democracia y Justicia Social.
Lo peor fue cuando provinieron los asesinatos de los que se oponían a ese cambio partidista, que fueron varios cientos, lo cual es hoy silenciado sospechosamente. En un debate habido entre Diego Fernández de Cevallos y Andrés Manuel López Obrador en la primera década de este siglo, el tabasqueño le aseguró que fueron más de 500 disidentes asesinados por órdenes de Salinas, aunque quien esto escribe siempre ha asegurado que fueron más de 600, según indagatorias propias.
En el mes de octubre del 2018, el perredista y ahora morenista Félix Salgado Macedonio, recordó en la Cámara de Senadores que él había denunciado en marzo de 1994 que el autor intelectual del crimen cometido en contra del priista Luis Donaldo Colosio Murrieta fue por orden de Carlos Salinas de Gortari y reveló cuando el presunto asesino Mario Aburto Martínez en el penal recibió una llamada de Carlos Salinas, quien pretendía negociar con él acerca del crimen cometido.
No es novedoso ni extraño. El mismo día del velorio, los priistas asistentes, gritaron ¡Fue él!, repetidas veces cuando se citó su nombre entre los que llevaron sus condolencias a sus familiares y amigos. Para quienes conservan la grabación de este hecho, este fue uno de los momentos más cínicos de la “mafia que se adueñó del poder” y de quien la encabeza hasta la fecha.
El resurgimiento del PRI es imposible si quiere seguir guardando en el clóset los cientos de cadáveres que hay en él. Los tiempos han cambiado. Salinas no.