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Yucatán

Conmemoración de cincuenta años de Paco Marín, en el teatro

Por Ariel Avilés Marín

Excelente puesta de Salomé, de Oscar Wilde

Paco Marín ha caminado por media centuria por los escenarios, y su marcha ha sido siempre con pie firme. Lo hemos visto como actor y como director, y en ambos roles su trabajo ha sido siempre de calidad superior. Muy lejanos nos parecen los días de “El Adefesio” de Rafael Alberti, maravillosamente puesta en el Teatro del Seguro Social, creo que ésta fue la primera obra dirigida por Paco que me tocó ver. Como actor, lo recuerdo encarnando un Jasón veraz y convincente, en “Medea” de Eurípides, con el grupo Teatro de Repertorio y bajo la dirección de Erick Renato Aguilar, en la antigua Ágora del FONAPAS. Esos son los recuerdos más remotos de Paco que yo guardo. Luego se nos viene encima la multiplicidad de producciones en Tinglado como Mesa de Pista, Cóctel de Celos Amor y Teatro, La Casa de los Siete Balcones, Jack y su Amo, Un Tranvía Llamado Deseo, Tartufo y, por sobre todos los trabajos, Orinoco, maravillosamente repuesta treinta años después. Mención aparte nos merece Aquí, no es un lugar en el espacio, monólogo poético que sirvió de marco a la apertura del Festival de Teatro “Wilberto Cantón”, en el que se le rindió homenaje como director. Después vienen Doña Rosita la Soltera, Venus y Adonis, Gatos Amarillos; en fin, que Paco ha escrito múltiples páginas brillantes en la escena de Yucatán.

A las conmemoraciones de cincuenta años se les suele llamar Bodas de Oro, y un delicado brillo de oro viejo va salpicando esta media centuria de marchar la escena dejando en pos de sí, estas suaves y delicadas lucecitas que el áureo metal ha puesto en la senda de Paco Marín. Un aniversario como éste, merece una puesta de lujo, y la ha tenido en Salomé, original de Óscar Wilde, traducida y recreada magistralmente por Paco, y que viene a agregarse a las cuentas del collar de gemas que adorna su ya larga carrera.

Salomé es una tragedia en un acto y en verso, de Óscar Wilde. La obra fue concebida asentada en un texto bíblico, y recreada por Wilde, desde la óptica mordaz que caracterizó a este genial autor del período victoriano. Wilde retoma el teatro de su época y lo convierte en un escaparate para exhibir y fustigar la hipocresía que campeaba en la época. La moral victoriana se caracterizó por poder hacer todo, a condición de que no se exhibiera nada. La sutileza de Wilde le lleva al atrevimiento de presentar a los ojos de esa hipócrita sociedad, su propia imagen, tan genialmente criticada, que todo el gran público le celebra de pie sus obras y le encumbra en el gusto de la época. En Salomé, Wilde sitúa la acción en tiempos bíblicos, en una traspolación de la descompuesta sociedad inglesa de fines del S. XIX.

Las relaciones incestuosas, las infidelidades, la promiscuidad, el exceso desmedido de poder, la arrogancia, la soberbia, todas ellas están presentes en la historia de Salomé, y desde la antigüedad bíblica, el chasquido del látigo demoledor de Wilde, azota sin misericordia las espaldas de la hipócrita sociedad victoriana. Paco, ahora, recoge la fusta de Wilde, y nos regala con una Salomé nueva y antigua a la vez; como es una recreación, Paco se da la libertad de añadir algo de actualidad, y pone inserto en la trama, un segundo hecho trágico, el de la relación de Narrabath, príncipe sirio, y el paje de compañía de la reina Herodías, amor con un desenlace trágico también.

La puesta que ahora nos ocupa, tiene varias aristas desde las cuales hay que analizar y juzgar. Desde la parte literaria, la traducción de Paco no es literal, y no debe serlo, de haber sido así, se hubiera perdido el encanto de los símbolos, de las metáforas, de las imágenes. Como Paco es un buen poeta, retoma la historia y para ella escribe un bello texto sobre el cual la va montando; el texto fluye con gran musicalidad en endecasílabos libres pero rítmicos, lo cual llega al oído del espectador como una caricia sonora. A lo largo del desarrollo de la trama, Paco va poniendo en boca de los personajes profundos mensajes, moralizantes los unos, demoledores los otros. Los personajes están concebidos sobre esquemas muy bien definidos, cada quien encuadra en una cualidad, en un defecto, en una virtud, en ella se mueven, actúan, se relacionan y, por tanto, toman sus decisiones. La parte que a letras corresponde, sale airosa del análisis,

Visualmente, la obra nos llena de placer contemplativo. Está muy bien concebida y realizada. En su proyección al gusto de lo visual, se ponen en juego y armonía iluminación, vestuario, efectos sonoros, escenografía, efectos especiales, y todo esto, en conjunto, nos lleva a un placer visual muy profundo. Hay escenas en estampa que nos remiten a un cuadro de Tiziano, con luces y sombras en un equilibrio perfecto. El vestuario pone lo suyo para lograr la perfecta ambientación y el deleite visual. Sus colores están muy bien equilibrados y logran el ambiente que las escenas requieren; los detalles en rojo, como el traje de Salomé o la corona de Herodes, son acentos de color en el ambiente obscuro de pardos variados que impera en las escenas. Herodes y Herodías están arrancados de estampas bíblicas de profundo arraigo. Los detalles en oro de los personajes, como el paje o el embajador romano, ponen luces a las sombrías escenas magistralmente logradas. Paco es muy acertado en la selección física de sus personajes; cada uno de ellos da el tipo esperado y exacto que se requiere de él. Herodes y Herodías están precisos en sus tipos. El verdugo está que ni mandado a hacer. Salomé rebosa de juventud y belleza, como la propia Biblia la describe. Iokahaán, está como sacado del Cantar de los Cantares, proyecta una imagen de fuerza y rebeldía que encaja a perfección con la personalidad del Bautista que antecede a Cristo en el camino. El selecto ramillete de jóvenes actores que encarnan a soldados, judíos y el príncipe sirio, dan a las escenas una presencia estética profunda y la subrayan con su buena actuación. Además de los detalles del oro en su vestuario, tanto el paje de Herodías, como el embajador romano, son encarnados por un joven actor con tablas recorridas, y lo deja sentir en sus dos personajes. En el diseño del vestuario, un aplauso de pie para Nixma Eljure. Visualmente, la obra se lleva las palmas de pie.

En lo que toca a las actuaciones. Los jóvenes Bruno García y Jancarlo Areu se dan la mano en su buen desempeño, tanto como soldados de Herodes, que como integrantes del pueblo judío, tienen una buena presencia escénica y saben llenar las estampas con su figura. Erick Manzo nos pinta un excelente príncipe Narraboth, se deja sentir desenvuelto, aún en las escenas intensas de evidente relación con el paje; como Nazareno, es preciso y exacto; en la Danza de los Siete Velos, se mueve con agilidad y precisas evoluciones. Bertha Alicia Gutiérrez, es una Salomé a la medida del personaje, su actuación tiene el tono dramático preciso y su desempeño en la danza, no deja lugar a dudas. Alfonso Espinosa es un actor joven, pero que ya tiene un buen tramo andado en tablas, y lo deja sentir, tanto como paje, como en el promiscuo Tigellinus, su experiencia en la escena le da seguridad y suelto desempeño. A Adrián Galvara le toca una presencia modesta, pero de gran fuerza. Laura Zubieta es una maestra del escenario y así nos lo hace saber en su sobresaliente encarnación de una Herodías que nos hace llegar su fría y calculadora personalidad, su baja moral que no conoce límite alguno si los intereses así lo piden; gran plauso de pie para esta señora de la escena. Miguel Ángel Canto es un actor que sabe lo que hace, su Herodes es una verdadera creación, sube y baja el tono como la intensidad del cuadro lo requiere, proyecta, alternativamente, soberbia, lascivia, despotismo y temor absoluto; otro gran aplauso de pie.

Las participaciones técnicas. Sonora ovación para el personal del Teatro Peón Contreras, su buen desempeño en luces, sonido, efectos especiales, puso lo necesario para el éxito de la obra. La coreografía de Ligia Aguilar dio dinamismo a la escena y en la Danza de los Siete Velos, puso la nota de sensualidad que el caso requería. Reconocimiento para Rafael Salazar y Erick Baqueiro, el uno por los efectos especiales, y el otro por la ambientación sonora.

En el texto de Paco, hemos de destacar algunos parlamentos que dan mensajes profundos y definitorios del sentido de la obra. Los diálogos entre los soldados de Herodes, nos dejan sentir el respeto y el temor por la palabra de Iokahaán, nos dejan ver en él, al profeta que el pueblo judío respeta y teme: “Todos tememos a Iokahaán, el tetrarca le teme”. Salomé, se fascina ante la personalidad de Iokahaán, pero éste la desprecia: “Me mira bajo unos ojos cubiertos en oro”, “sus pecados han llegado a los ojos de Dios”, “cúbrete con un velo para mirar al Hijo del Hombre”, “hija de Babilonia, no me hables”. Por su parte, Salomé, alaba al profeta con hermosas figuras como sacadas del Cantar de los Cantares. “Estoy enamorada de tus cabellos, que son negros, como racimos de uvas”, “tu boca es una cinta escarlata en una torre de marfil”. La naturalidad con la que el paje lamenta la muerte de su amado príncipe sirio: “Solíamos caminar junto al río, tomados de la mano”, “Era más que un hermano para mí”. Las terribles exclamaciones de Herodes y sus temores: “¡En qué he resbalado! ¡He resbalado en sangre! ¡Esto, es un mal augurio!”, “¿De quién es este cadáver? ¡Yo no he dado orden de matarlos!” y cómo se sobrecoge al saber: “Él se ha dado muerte por su propia mano”. El desprecio con el que la jerarquía romana mira las corrientes del pensamiento humano: “Los estoicos se dan la muerte a sí mismos, son ridículos. El emperador ha escrito un poema satírico sobre ellos”. El pueblo judío dice a Herodes: “Dios se esconde en nuestros días”, “los caminos del señor son misteriosos”, “ningún hombre ha visto a Dios desde el profeta Elías, Iokahaán es el profeta Elías”; y le informan sobre los hechos que Cristo viene realizando: “En las bodas en un sencillo pueblo, multiplicó los alimentos”, “viene curando a los ciegos y a los leprosos por el camino, ¡viene resucitando a los muertos!”; Herodes reacciona: “¡Prohíbo que resucite a los muertos! Que cure ciegos y leprosos está bien, ¡Pero que no resucite a los muertos!”

El desenlace de la tragedia se gesta por el rencor de Salomé contra el profeta, porque la ha despreciado, porque se ha negado a mirarla. Después de la mítica Danza de los Siete Velos, Salomé exige al rey que cumpla su promesa y le entregue la cabeza de Iokahaán sobre una gran bandeja de plata. El verdugo sale a cumplir el capricho de Salomé. La princesa se llena de asombro y terror ante la silenciosa muerte de Iokahaán. “¿Por qué no grita ese hombre? ¡Yo gritaría si me vinieran a matar!” Luego, con la cabeza de Iokahaán entre sus brazos dice: “¿Por qué no me miras Iokahaán? ¡Soy la princesa de Judea, tu cabeza es mía, puedo hacer con ella lo que quiera!” Herodes, aterrorizado, grita: “¡Es un hombre de Dios! ¡Es un hombre santo! ¡Es un monstruo tu hija! ¡No quiero que las cosas me miren! ¿Puede el amor tener un sabor amargo? ¡MATEN A ESA MUJER!”. Se hace un obscuro y se cierra el telón.

La puesta de Salomé, de Óscar Wilde, es un excelente modo de Paco Marín para conmemorar estos primeros cincuenta años de vida por los escenarios. La energía y el talento de Paco, le dan cuerda para mucho tiempo más, para seguir formando nuevas generaciones de actores que, día con día, nos refrendan que, ¡En Yucatán se hace muy buen teatro! ¡AÚN SIN EL APOYO SUFICIENTE!

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