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Yucatán

Cristóbal León Campos

Parece común habituarnos a las circunstancias de la desventura, en muchas formas hay en el entorno imaginario de la sociedad una fuerte aceptación por los hechos y las historias de tristeza, de voz en voz corren anécdotas o comentarios, se cuentan relatos sobre acontecimientos que ponen de relieve el dolor que podemos llegar a sentir los seres humanos, además, aún más importante de tener presente es que esas circunstancias ligadas al infortunio suelen considerarse como algo normal, entendiéndose como una situación de la vida que debe ser aceptada sin cuestionamientos, así, la tristeza se interioriza y se socializa, se convierte en un rasgo cotidiano incuestionable, aceptado y reproducido, la desdicha habituada desgasta la esperanza social e individual de una vida mejor, tristes y dóciles nos enfrentamos a los hechos, ¿entonces cómo esperamos lograr avanzar como sociedad y como seres humanos?, al momento de aceptar la desventura como algo habitual estamos contradiciendo la naturaleza misma del ser, pues hemos nacido para vivir y no para agonizar.

¿Por qué el poeta llama a la tristeza? ¿Acaso es más fácil sentir dolor que luchar por la felicidad? ¿Cómo ha podido el ser humano interiorizar las circunstancias de la desventura haciéndolas algo común y normal? Sin darse cuenta muchos hacen de la tristeza una bandera, la portan hasta con cierto orgullo, van por los senderos exponiendo su dolor, compartiéndolo, murmurando agonía, y es que la manera en que las cosas se habitúan y nosotros a ellas suele escapar de la simple mirada, no somos conscientes de que en nosotros se encuentra la posibilidad de cambiar las circunstancias que nos rodean, y si bien es cierto que hay vidas llevadas al extremo por condicionantes externos, esta no es una regla general que justifique a la desventura como una parte medular del comportamiento social e individual, la formas en que se reproducen los imaginarios tienen sus efectos psicológicos y sociológicos actúan como agentes de normas y valores, ¿cómo se normaliza la infelicidad?, es difícil decirlo para todos los casos, pero sí se puede decir que en el vivir acrítico, alejados de la reflexión de sí mismos, los seres humanos acaban aceptando como forma de vida situaciones que contradicen su propia existencia, vivir no puede ser agonía, vivir es una eterna búsqueda de la felicidad. Agónicos padecemos lo que permitimos, en la felicidad habitamos lo que deseamos. ¿Pero cómo hablar de felicidad frente a tanta tragedia?

Los padecimientos humanos están enraizados en su propia conformación, no hay maldad natural como tampoco hay divisiones entre nosotros, lo que sí hay es un sinfín de fronteras imaginarias, una serie de categorías que nos hemos impuesto, formas de definirnos que exaltan la fragmentación, si la humanidad sufre es porque ella misma lo permite, y esto no es una relajación en el análisis social, esto es simplemente una autocrítica a nosotros mismos, el dolor que hemos habituado entre los individuos se ha reproducido entre las naciones, aquellos sentidos y sentimientos de dolor son producto de acciones concretas, circunstancias de la desventura, las circunstancias las genera y reproduce el ser humano, esto en lo colectivo como en lo particular, habituarnos a la felicidad requiere en primer paso el desprendimiento de todos aquellos sentimientos, ideas y circunstancias que hacen de la desdicha lo común y un hecho normalizado, se ha instituido en la sociedad el dolor, por lo cual, habremos de reconstruir su tejido transformándola de raíz. Habituarnos a la felicidad es por tanto un paso a la transformación social y personal, nuevas estructuras, nuevas emociones, la humanidad tiene en sí misma su salvación.

La conciencia de lo que vivimos y hacemos suele nublarse cuando permitimos que las circunstancias de lo adverso sean comunes, porque a toda aquella adversidad se le asocia con la desventura, la situación agónica que sobrellevamos contradictoriamente se entiende como una adversidad insalvable, eternizándola, haciendo de ella la norma cotidiana, irreflexivos somos nosotros mismos los que generamos el camino para que el infortunio se convierta en lo habitual, ¿por qué la eterna agonía de nuestro ser?, somos seres constituidos de sentimientos y razonamientos, cuando disociamos un campo del otro alguno de los dos termina dominando, el equilibrio es la medida natural, los seres humanos nacimos con las capacidades de hacer, pensar y sentir, en ellas radica nuestro carácter humano, más allá de la circunstancia tenemos ante todo la posibilidad de generar, eso nos hace capaces de superar los contextos y apropiarnos de ellos, la adversidad es una situación más de vida común, generar la conciencia es valorarnos para poder dejar atrás aquellos hábitos que nos mantienen agónicos, el entorno humano y su circunstancia debe ser el hábito de la felicidad.

*Integrante del Colectivo Disyuntivas

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