Jorge A. Franco Cáceres
Nadie parece tener, dentro o fuera de los poderes del Estado mexicano, una agenda prospectiva que ilustre cómo los diagnósticos integrales de los problemas nacionales y regionales, se asumirán desde la planificación avanzada del desarrollo sostenible, es decir, sin dejar de lado las actuales condiciones de explotación mercantil y cambio climático ocasionadas desde los megaproyectos en las localidades.
Muchos son los tecno-ambientalistas, los neo-indigenistas, los econometristas, etc., que se quejan debido a la carencia de esa agenda de sostenibilidad en el gobierno de la Transformación Republicana (TR). Sin embargo, reclaman esto de modo cuestionable porque, por sí mismos o detrás de algún partido político, no han significado nunca oposición científica o social para los megaproyectos industriales y urbanos de las empresas transnacionales.
Nos referimos acá a que no han sido escandalosos ante los negocios de inversionistas en infraestructura con tremendos impactos económico-patrimoniales y espacio-territoriales, de acuerdo con criterios mercantiles de rentabilidad.
Con base en ese prontuario de activismo y militancia, tampoco hemos visto que esos opositores hayan sido muy serios en sus posturas sobre los megaproyectos regionales del Gobierno Federal, hoy decidido a alejarse de las calificadoras tecnocráticas para respaldar la actividad económica con la convicción republicana de combatir la pobreza extrema. No creemos estar equivocados al decir que se han evidenciado incapaces ante un gobierno democrático, que busca avanzar contra el abandono social debido a décadas de despojos y saqueos patrimoniales.
Decía el decano de la Ciencia Avanzada del Desarrollo Sostenible en Yucatán, Dr. Luis Capurro Filograsso, que la ciencia de la sostenibilidad es una disciplina que mantiene respeto por la naturaleza y cordura ante el medio ambiente, pero que va más allá del activismo sentimental y la militancia colectiva. Y que esta ciencia no puede ser materia ponderada en manos de tecno-ambientalistas, neo-indigenistas, econometristas, etc., porque requiere de la integración de las ciencias exactas y las ciencias sociales, para tener posibilidades como agenda visionaria del desarrollo sostenible dentro o fuera de los poderes estatales.
Insistimos, entonces, que no hemos visto a nadie desde las posturas reactivas de las oposiciones sentimentales o militantes a la TR, intentando ser capaz en los términos de sostenibilidad del Dr. Luis Capurro para analizar el caso del Tren Maya (TM) y otros megaproyectos del Gobierno Federal. No vemos que alguien esté tratando de hacer diagnósticos integrales en las áreas estratégicas y las zonas vulnerables para luego tratar de constituir una oposición seria a los megaproyectos regionales desde la planificación avanzada del desarrollo sostenible.
No cabe duda que, para contar con la autoridad de la Ciencia de la Sostenibilidad en tiempos de la TR, nos corresponde una de dos actitudes: respaldar al Tren Maya y demás megaproyectos regionales desde esta perspectiva avanzada o enfrentarlos como opositores ilustrados y visionarios desde la misma. Sin embargo, no podemos ignorar en ninguno de los dos casos, que nos corresponde hacerlo también con los megaproyectos de las empresas transnacionales.
No podemos hacer escándalos por particularidades medio-ambientales y socioculturales de las iniciativas oficiales, ignorando las problemáticas económico-patrimoniales y espacio-territoriales que han ocasionando los megaproyectos de las empresas transnacionales debido a sus valoraciones econométricas sujetas a criterios neoliberales de rentabilidad económica.
No hay proyectos sin razón, dentro o fuera de los poderes del Estado mexicano, como pretenden los opositores reactivos de la TR. Sin embargo, esta oposición sí carece de razón cuando es incapaz de cumplir la labor social e histórica que le corresponde.