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Yucatán

Especulaciones históricas sobre nuestra jarana

Víctor Salas

La jarana es un baile y, como tal, el investigador de ella debe tener apego al movimiento corporal para dar una debida interpretación a su aparición, evolución y consolidación, que todo ello haría su historia.

Desde los escasos libros acerca de nuestro baile regional han prevalecido las referencias históricas aportadas por Renán Irigoyen, Taboada Civeira y algún otro historiador, pero nadie ha expuesto el documento que señale el lugar, el día y la fecha, la aparición consolidada de nuestra danza folclórica. Hasta hace algunos años, se decía la aberración que de la yerra del ganado habían surgido las vaquerías. Esta afirmación se hacía sin brindar una prueba, era como una puntada inteligente del que la decía.

Estas personas doctas en lo yucateco de su teatro, su trova, su comida y otros aspectos, se titulan investigadores y a la cabeza va un investigador emérito que reparte títulos y categorías de manera papista. Y todos felices.

Alguna vez escuché decir que el tronido de los dedos en el baile nuestro, había surgido de la observación que hacían los mayas a los españoles cuando bailaban sus danzas con castañuelas. Entonces, como no tenían ese instrumento, tronaron sus deditos.

No significan la aparición de la jarana los datos que voy a apuntar: Antonio de Ciudad Real, en su Tratado Curioso y Docto de las Grandezas de la Nueva España, escribe que los naturales bailaban danzas del país y otras enseñadas por los frailes y cantaban canto de capilla, hacían monerías, titeretadas y actuaciones. Estos datos los aporta a no muchos años de la fundación de Mérida.

Más de dos centurias y media después, José Canuto Vela, cura de Tecoh, quien acompañaba a Stephens en un trecho de su viaje a Uxmal, pidió al mayordomo de la hacienda Xcanchakán que le muestre al visitante unos bailes.

Los nativos bailaron una del país llamada El Toro y otra española, en la que en vez de hacer sonar castañetas tronaban los dedos mientras bailaban. Estos datos son de antes del auge y posible traslado de la jota aragonesa a tierras indianas.

Es fácil ver una relación entre los datos dancísticos aportados por Antonio de Ciudad Real y los apuntados por el viajero Stephens, quien describe detalles del vestuario, el trazo coreográfico, la actitud de los danzantes y una información que hace ver el todo de la danza. Su información no surge solamente de Xcanchakán, él viajaba a Ticul y miró el baile de los mestizos. Hizo lo mismo en Nohcacab y desbordó en su descripción.

En un libro sobre Canes, también se habla de una danza y de la música que la acompaña.

Datos documentales de nuestra vaquería y nuestra jarana los tendríamos hasta después de la llegada de la imprenta a Yucatán. Alguna vez vi un anuncio de una vaquería, pero no apunté el dato porque no era de mi interés en ese momento. Lo estoy localizando.

Así, pues, hablar de la historia de nuestro baile popular sin aportar más datos que los de un libro publicado en el siglo XX, es anticientífico y antiético. Especialmente porque hay forma de encadenar los datos que apuntan hacia la evolución de nuestra jarana.

Por ejemplo, de las danzas españolas de éxito en el siglo XVII -la jácara y la chacona- se tienen documentación de cómo y cuándo llegaron a la Nueva España. En esas danzas se tañían castañuelas y se bailaba de una manera muy parecida a la jarana actual. Igual sucedería con los Canarios.

Es deseable que lo referente a nuestra historia de danza se lo hable y transmita con la documentación que tanta falta nos hace. Decía mi mamá: de lengua me como un kilo.

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