Pilar Faller Menéndez
“Tú suéltalo a ver qué pasa”.
Dicho popular
Muchos crecimos en el seno de familias tradicionales, que en sus tiempos nos cuestionaban lo que diría la gente, si pretendíamos llevar a cabo algún acto que se saliera de lo común de los cánones establecidos por la sociedad, sin que se cuestionara la ridiculez de tal preocupación, y que en muchas ocasiones frenaba sueños y o simples acciones que alguna vez quisimos realizar, para luego darnos cuenta de las opiniones que valen realmente la pena.
En alguna ocasión tenía que tomar una decisión que para mí era de suma importancia, que de llevarla a cabo iba a causar con toda seguridad un escándalo social, no por ser inmoral, sino como dije al principio, no era común. Antes de elegir cuál camino tomaría, fui a casa de mi padre en busca de un consejo y le expuse la situación, a lo que inmediatamente me contestó con la siguiente pregunta: “¿qué dirá quién?” Y nombré a algunas personas y externé mi miedo de ser rechazada si llevaba a cabo lo que me proponía. Mi padre me devolvió otra pregunta: “¿cuánto te pagan esas personas a las que les tienes miedo?”. Obviamente nada, y fue cuando entonces me dijo que la felicidad no puede estar supeditada a lo que piensen los demás.
Y es que si vivimos con ese miedo al qué dirán, lo único que nos deja, es un estado de ansiedad que nos limita, muchas veces por completo el estilo de vida y a atrevernos a tomar caminos diferentes, que probablemente en un principio sean blanco de críticas, pero como bien sabemos, éstas duran poco tiempo, porque nunca pasa mucho tiempo sin que otro valiente decida hacer lo que le ha venido en gana.
Esta pregunta actualmente lo único que causa es risa y a los que todavía les preocupa, han de saber, que muchas veces aquello que les da miedo hacer por ese temor, pasa por completo desapercibido, y deja que muchas oportunidades que tuvimos de hacer cosas que nos causaban felicidad, se quedaran meramente estancadas en un “pudo ser” dejándonos con la pregunta eterna de “¿qué tal si me hubiera atrevido?
Lo que hoy nos resulta ridículo ante la posibilidad de que nuestros actos causen que la gente hable, desgraciadamente nos rigió muchos años. Era imperante encajar en una sociedad que en realidad no nos aportaba nada, pero que tenía un valor muy arraigado formar parte de ella.
Esto no aplica en exclusividad a las clases privilegiadas, el querer ser diferente asusta a muchos por el hecho de poder ser juzgados por otros, sin darnos cuenta que pensar así de forma permanente condiciona por completo nuestra forma de vida y no nos deja nada positivo.
Vivir con este enfoque esconde muy a menudo una falta de autoestima y una dependencia a estar buscando siempre la aprobación de los demás, en quienes dejamos el destino de nuestras vidas, porque es innegable que las opiniones de quienes queremos y son importantes para nosotros pesan, más no encadenan. Es importante defender a capa y espada nuestra libertad, y mostrar sin miedo nuestra auténtica esencia, porque no podemos permitir que alguien construya muros a nuestra autonomía o frene nuestros pasos por valorar por encima de éstas, las normas implícitas de lo que se supone “está bien”.
Desgraciadamente, son muchos los escenarios sociales que aún se encuentran impregnados de prejuicios sociales de estas ideas rancias, que sin temor a equivocarme, causan más impacto en el sexo femenino, contradiciendo la lucha y demanda de muchas mujeres que justificadamente piden una igualdad de género.
Bien decía Víctor Hugo: “Ser discutido, es ser percibido”. Vivir con ese miedo es privarnos del universo de posibilidades que ofrece la vida, al cambiar nuestras conductas para poder ajustarnos a lo que los demás esperan de nosotros, que en la mayoría de las veces, ni esperan nada, todo se encuentra en nuestra eterna paranoia, comportamiento que en psicología recibe el nombre de sesgo interpretativo.
No podemos ni debemos ser aquello que no somos, ni callar eternamente lo que pensamos y deseamos, porque llega el día en que esa represión que nos autoimponemos deja asomar un día la frustración y la baja autoestima que tenemos. Ante todo, debemos poner como prioridad nuestro equilibrio personal y psicológico.
Es imposible que todo el mundo concuerde con nosotros y seamos monedita de oro, lo que es sumamente gratificante es aceptar nuestra personalidad, y saber que contamos con la libertad de poder hacer oír nuestra voz.
Las críticas que recibamos deben ser analizadas como otros puntos de vista, las cuales, si valen la pena, debemos respetar, porque siempre habrá quien pregone y quiera imponernos sus normas sociales y su moralidad, cuando tenemos el derecho de defender nuestras posturas e ideas cuando nuestros valores sean atacados.
Hacer lo que nos haga sentir bien, nos producirá bienestar en aquellas pequeñas y grandes decisiones que tomemos, de lo contrario, paulatinamente iremos perdiendo nuestra voz, hasta que llegue un momento en el que no podamos escucharnos a nosotros mismos.
Es menester saber que existen todavía quienes sufren de ese miedo, que no es una situación del pasado y que desgraciadamente no ha podido ser superada por todos.