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Yucatán

José Jesús Sánchez Medrano *

Crónica

El siguiente relato es producto de la tradición oral, hasta ahora no he encontrado evidencia oficial escrita de que haya sucedido, sin embargo, algunas de las personas que nacieron a fines del siglo XIX y que ya no existen, sí mencionaban este hecho, sin precisar el tiempo en el que sucedió ni quiénes fueron los que lo protagonizaron, algunos incluso se lo atribuían a piratas.

A mí me lo contó Don Crescencio Lizama Argáez, distinguido buctzotzeño que nació en 1895, a 32 años de lo que supuestamente sucedió. Don “Chencho” fue Presidente Municipal, maestro y oficial del Registro Civil de mayo de 1926 al 24 de diciembre de 1981, cuando falleció. Considero que los sucesos que aquí presentaremos tuvieron lugar durante la Intervención Francesa; al final daré mis razones.

Después de la derrota de las fuerzas mexicanas por los franceses, en mayo de 1863, don Benito Juárez abandonó la capital de la Nación el 31 de ese mismo mes, seguido de sus ministros y servidores públicos y estableció su gobierno en San Luis Potosí. Las fuerzas galas entraron a la ciudad de México el 10 de junio de ese año.

De acuerdo con el historiador Eligio Ancona, en octubre de ese mismo año, la Península de Yucatán se hallaba bloqueada por la escuadra francesa, con sus grandes barcos de vapor “El Magellán”, “Brandon”, “Felache”, “Le Grenade” y otros más que surcaban nuestros mares.

Estos cientos de marinos y soldados requerían de una gran cantidad de avituallamientos y tenían que encontrar la manera de conseguirlo, ya que llevaban meses lejos de su patria y, además estaban en guerra contra nuestro país; aunque, es conveniente decirlo, el Gobernador de Yucatán, don Felipe Navarrete, les concedía aquiescencia para que pudieran moverse con cierta libertad en el Estado; era conservador y no veía mal a la Regencia. No así Don Pablo García, Gobernador de Campeche, de filiación definitivamente juarista.

Un día del mes citado, uno de estos grandes barcos ancló a varias millas del puerto de Dzilam y un grupo de militares desembarcó en naves más pequeñas hasta la población, cuyos habitantes huyeron ante la presencia de los extranjeros.

Dzilam en ese tiempo era un pequeño puerto de pescadores, por lo que los invasores, después de cometer depredaciones, se internaron en las veredas del tupido monte, tierra adentro, hasta llegar a Buctzotz; también pueblo pequeño, aunque productor agropecuario. Hicieron su entrada por el lado noroeste y los habitantes huyeron a los montes al ver gente armada y que hablaba una lengua extraña. No le hicieron daño a nadie, aunque sí iniciaron sus actos de depredación y pillaje.

Un grupo, al llegar a una humilde vivienda, aparentemente abandonada por sus moradores, abrió la puerta de violento empellón y, al entrar, los curtidos soldados miraron estupefactos e incrédulos a una mujer que no pudo huir, pues ya tenía los dolores del parto que preceden al inminente alumbramiento que ya había comenzado. Aquellos hombres, curtidos ya por muchos combates, soldados de Napoleón III, que habían luchado en varios países de Europa, quedaron paralizados por una fracción de segundo al contemplar la tierna escena del alumbramiento.

Aunque guerreros, también tenían sentimientos humanos; uno de ellos que parecía ser médico o paramédico reaccionó y les dijo a sus compañeros: “Váyanse, yo atenderé a la señora”. Uniendo la acción a la palabra la asistió, recibió al producto, después de cortar el cordón umbilical, aseó al neonato, lo cubrió con una tela limpia, lo acostó junto a su madre y salió de la humilde choza, uniéndose a sus compañeros.

Al desembocar en la plaza, los invasores se dispersaron y un grupo se introdujo al templo católico; quedaron extasiados al contemplar la sublime belleza de la Virgen de la Inmaculada Concepción, ricamente ataviada con sus relucientes alhajas, más asombrados quedaron al ver tallado el año de “1573” en su peana, ¡una joya del siglo XVI!, una pieza digna del mejor museo.

Se dice que bebieron vino en el cáliz, lo cierto es que se apoderaron de todo lo de valor que encontraron y, ya para irse, bajaron a la sagrada imagen del altar y se la llevaron, cargada por los prisioneros que capturaron hasta el puerto de Dzilam; también se llevaron aves, cerdos y demás animales comestibles.

Al subir a la imagen de la Virgen a uno de los pequeños botes para llevarla a la nave mayor, anclada a cierta distancia, dice la leyenda que comenzaron a soplar fuertes vientos que levantaban grandes olas que ponían en peligro de zozobra a la pequeña embarcación. Como quiera que la sagrada imagen constituía sobrepeso, no les quedó más remedio que bajarla. Uno de estos rudos marinos dijo: “María no quiere ir”, con coraje y como muestra de su frustración, le asestó un golpe con el filo de su sable en uno de sus hombros.

Los habitantes de Buctzotz fueron avisados de que la Virgen se encontraba en Dzilam, por lo que un numeroso grupo de fieles acudió al puerto a buscarla, restituyéndola nuevamente a la veneración de su pueblo. El escultor Lucas Canto se encargó de restaurar los daños causados a la imagen de la Virgen, según consta en su peana: “En el año de 1863 fue retocada esta Imagen por el escultor Lucas Canto…”.

Esta inscripción en la peana de la sagrada Imagen me hace pensar que en ese tiempo se sitúan los hechos relatados, además de que las circunstancias de ese tiempo se prestaban para ello; en diciembre de 1863 tropas yucatecas auxiliadas por las francesas sitiaron Campeche y, en enero de 1864 capituló nuestra vecina Entidad y la Península quedó sometida a la Regencia; en mayo de ese año llegó Maximiliano de Habsburgo como Emperador de México, dando inicio al II Imperio, el cual finalizó en el Cerro de las Campanas en 1867.

 

* Escritor comunitario y cronista

 

 

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