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Conrado Roche Reyes

En cierta ocasión iba a ver a mi primo hace unos años desde Santa Ana hasta la colonia México. Eran como las dos de la tarde y había como cuarenta grados de temperatura. El camión, ni muy vacío ni muy lleno. Quedaban un par de asientos libres. Viajaba con mi papá y mi hermanito, tranquilamente, un día normal.

Cuando pasamos por el monumento a la Patria, transcurrieron como seis cuadras y algo en mí me dijo “uay”. Dos cuadras más y dije: “Uay, me duele un poco la barriga”. Dos cuadras más y dije: “Uay, me estoy zurrando”. Dos cuadras más y dije: “Uay, me encantaría encontrar un baño”. Dos cuadras más y pensaba: “Me estoy por hacer el 2 encima de mi ropa”. Le digo a mi papá. “Oye, me estoy sintiendo ya a punto. Ustedes sigan porque yo me bajo en Burger King, lo hago en el restaurante, y después tomo de nuevo el mismo camión para ir a la colonia México.

“Bueno, me paro en el camión, y me quedo en el centro del mismo esperando que esas ruedas enormes rueden hasta la parada de Burger… todos los semáforos estaban en rojo, para colmo. No llegaba esa bendita esquina, y era el único lugar que sabía podía entrar al baño sin pedir permiso (Lo cual llevaría tiempo, y me “haría” encima). Faltaba una cuadra para llegar al paradero, y el semáforo que se nos para…” Entonces dije: “Listo, corro una cuadra y “ensucio” como nunca en mi vida”. El trasero me estaba haciendo una presión como si taparas una aspiradora. Era como si mi recto fuera la mano cuando intenta separarse del succionador de una piscina. Con ese movimiento, esa horrible sensación, bajé del camión tocando el timbre con locura y pasión. El camionero me vio con cara de ‘qué te pasa loco’, y salté del camión con las patas juntas y haciendo fuerza tanto física como mental, para no zurrarme hasta los tobillos.

“Llego a la esquina y me encuentro con las odiadas rejas negras que cubren toda la esquina, y vi que tenía que andar 30 metros para cruzar a Burger King. Lo hice, me agarró el semáforo… Antes de que cambie, seguí caminando rápido, transpirando, pensando en las malditas escaleras que voy a encontrar dentro de Burger. Crucé, caminé de manera que todos se dieran cuenta que me estaba “haciendo”, y entré a Burger con cara de como si nada estuviera pasando. Echando rostro como el mejor, entré al baño… ¡Ay Dios, ese baño! Me desabroché el jean, solté la faja, bajé el cierre, y a medida que lo bajaba, un chamaco acompañaba. Por acción de los extraterrestres, entré derechito al único inodoro privado, pero yo estaba contento con el inodoro público al que siempre le he tenido “cosa”. Desagüé como nunca, muy satisfecho. Y después…vi que no había papel. Sí, en Burguer King de Montejo. Y no estaba en mi casa como para pegar un grito: “No hay papel”. Así que tuve que improvisar, y McGyver me aplaudiría si hubiera visto cómo rompí un boxer de marca, nuevecito, con el que me limpié tan suavemente.

Al terminar la odisea, salí del Burger King, y vi que en realidad el tiempo no estaba tan oscuro como mi mente lo veía, sino que era un lindo día. Pero no quería subir ya al camión. Tomé un taxi hasta mi casa, me di un baño y defequé durante media hora más…

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