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Yucatán

Conrado Roche Reyes

Nos aproximamos a la fecha del inicio de nuestra Independencia, se le llama el mes patrio. Sin embargo, las máximas celebraciones son “El Grito” la noche del 15 de septiembre y el desfile conmemorativo al día siguiente.

Hace muchos años que no asisto a ninguna de ambas celebraciones. De niño, acudía con mi papá agarrado de la mano, el pecho henchido de orgullo y con la alegría dibujada en el rostro. Acudía a la plaza mucha gente de las colonias proletarias, que aunque usted no lo crea, jamás habían pisado nuestra hermosa Plaza Grande y asimismo, personas de los pueblos, aun de los más alejados.

Eran los gloriosos y añorados por los priístas, del acarreo institucional que tenia como premio un “boli” y a los que se pusieran truchas, una torta. Poco a poco la gente iba arribando, lo hacían por grupos tribales tanto los emeritenses que iban por oficio, y los burócratas de al hue…o. A estos últimos les descontaban el día si no asistían a tan fatuo acontecimiento.

En el café Nicté-Há, sentados, vestidos de guayabera, los “poch puesto”, los X’má oficios de siempre, mirando a los de impoluta guayabera de manga larga invitados a la posterior cena en el Palacio de Gobierno.

Aquellos que durante todo el año habían estado desde esas mismas mesas en contra de los políticos en el candelero de entonces, al divisar a alguno al cual conocían cuando menos de vista, raudos y veloces se abalanzaban sobre él dándole un efusivo abrazo, con palmadas que casi hacían escupir los pulmones al encumbrado del momento y, retornaban a su mesa con una sonrisa de satisfacción como diciendo: “¿Vieron? Me llevo a ‘coyazos’ con él”.

En la plaza, mientras ésta se iba llenando de tope en tope, sonaba la música de las bocinas. Paleteros, vendedores de “algodón” de azúcar (que a mí jamás me agradó), globos, espanta suegras, pitos, banderitas y gorras tricolores. “La cosa era hacer ruido” como le decían los acarreadores oficiales a sus acarreados.

El momento cumbre llegaba. Un locutor iba diciendo a voz en cuellos cual cronómetro viviente cuanto faltaba para que el señor Gobernador saliera a dar el esperado Grito.

Invariablemente, al salir el Gober al balcón se escuchaba una silbatina, pronto acallada por los gritos del sumo sacerdote laico (?) del Estado. Al nombrar a cada uno de los héroes que nos dieron patria. El multicéfalo repondría con un estentóreo ¡viva!, y el diapasón de decibeles en dicha expresión aumentaba cinco veces mas cuando decía: “¡Viva México…!” el pueblo enfebrecido: “¡Viva!”. Y así, las veces que se le ocurriese al Gobernador.

Venía después el repique de la campana, réplica de la original de Dolores, Hidalgo y el ondear de las banderas y el estruendo de los silbatos. Entonces venían los voladores, unos “chan” voladores que apenas iluminaban el cielo meridano.

Y así, con sigilo, el Gobernador se retiraba e introducía al Palacio en donde una versallesca fiesta se celebraba pero que los simples mortales jamás disfrutamos….y colofón a esta festividad escribo cual “guach”, en el mas puro acento de un aficionado al fútbol en una cancha gringa en donde juegue la Selección Nacional de este deporte de chita pelotas… ¡Viva México cabr…!

Los acarreados a su camión de redilas y los miserables y marginados, a caminar bastantes kilómetros a su paupérrima vivienda. Eso era todo.

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