Ariel Avilés Marín
Conchi León, nuestra gran dramaturga del teatro yucateco, ha puesto en escena una pieza teatral muy interesante, y la pieza es muy interesante por varias causas, lo es porque hace un análisis profundo de la naturaleza humana de nuestra gente de la clase popular, también porque nos da noticia de sucesos estrujantes que deben sacudir la conciencia colectiva, que debe causar indignación entre los espectadores, así mismo porque nos presenta la visión desde los personajes más sencillos y cotidianos, de un evento cuya presencia causa daños profundos y muy difíciles de superar: el huracán. Otro rasgo de la mayor importancia en la obra lo es la crítica social que fustiga prácticas cotidianas que no debieran siquiera pensarse y mucho menos ocurrir. La pieza de Conchi nos presenta una escena amplia y colectiva de diversas circunstancias y costumbres que, miradas en su conjunto, construyen ante nuestros ojos un auténtico mural social de un Yucatán que ha sido, es y, podemos sospechar, seguirá siendo, desafortunadamente.
La puesta no es un estreno, pues la pieza fue escrita para ser presentada en el Festival Cervantino ya con anterioridad y, además, subraya un elemento común entre nuestro pueblo y el de la India: los ciclones. El ciclón, como meteoro natural, es un leitmotiv que se torna en hilo conductor de las acciones, es un punto de unión y un dolor compartido por los yucatecos y los hindúes. En el marco de un suceso pavoroso, como lo es el huracán, paralelamente y a la vez colateral se van bordando escenas y sucesos de lo más diverso que, aparentemente aislados e inconexos, forman las piezas exactas e insustituibles que van integrando una realidad amplia que, al finalizar la obra, nos dejan una monumental imagen de una realidad social vista desde lo particular, hecho por hecho y, al final, tener a la vista un amplio y colorido mural que nos devuelve la imagen de la sociedad en su conjunto.
La pieza no sigue los cánones usuales de una obra teatral, pues no nos presenta la fórmula de un hecho que detona la acción, un desarrollo y una conclusión o desenlace, sino que presenta cuadros de hechos concretos, con su propia conclusión cada uno, y cuyo conjunto final nos da un gran mensaje colectivo que es profundo y aleccionador. Sus personajes no están individualizados, pues en realidad son verdaderos esquemas de tipos y costumbres de nuestro pueblo y el de la India. Un elemento siempre presente en las obras de Conchi es el dolor y las realidades de ser mujer en una sociedad en la que el patriarcado impone sus leyes y conceptos. Por si todo esto fuera poco, esta puesta tiene una sensible dedicatoria, es un sentido homenaje al llorado actor Raúl Niño, entrañable personaje de nuestro tradicional y profundo Teatro Regional Yucateco: Salma Salomé.
La obra nos presenta dos temas musicales que son de toral importancia en el desarrollo y conclusión del mural elaborado a lo largo del correr de las acciones: El bolero “Página Blanca”, de Mario Kuri Almada y Guillermo Lepe, que sirve de introducción y conclusión; y el joropo “Donde Nace el Sol” del gran Juan Acereto, que nos comunica la entraña misma de nuestros pueblos. La escenografía es sencilla, apenas unos trastos aquí y allá, lo indispensable para crear un ambiente creíble. La puesta está plagada de hermosos e ingeniosos efectos especiales; la proyección de la imagen de la Guadalupana, los efectos de la noche cuajada de estrellas, o el Taj Majal, maravillosamente recreado a través de una proyección en una bola de cristal. Mención especial nos merece las lamparillas de led sobre las miradas de los personajes, que le dan a los rostros y expresiones un dramatismo profundo.
El elenco de la obra lo integran Lourdes León, Susi Estrada, Addy Teyer, que también hace labor de producción; Alejandra Ley, quien tiene a su cargo gran parte de la música; la propia autora Conchi León, Zaab’di Hernández, Oswaldo Ferrer y la maravillosa actuación de la pequeña Anita Castillo, que a sus escasos cuatro años de edad, se mueve en escena como pez en el agua y desparrama gracia a raudales. La naturaleza de la obra exige de cada uno de ellos una gran versatilidad para poder cambiar de personaje y con ello de personalidad, condición que remontan magistralmente y le ponen a cada uno el sabor que le corresponde.
Como señalamos, la obra fue creada para un Festival Cervantino, al cual concurría como país invitado la India, por lo que Conchi se cuestiona sobre qué puntos de encuentro podría haber entre Yucatán y la India, la conclusión es que ambos padecemos de un terrible meteoro, los huracanes, que siembran muerte y destrucción a su paso, y ese ha de ser el hilo que hilvane las escenas en uno y otro lado del mundo y hace que se toquen las puntas de los dedos de uno a otro continente. La angustia y el temor que el fenómeno natural provoca son de la misma intensidad aquí que allá, el desasosiego es compartido y el dolor es el mismo y es desgarrador.
La angustia se vive en los momentos en los que el meteoro inicia su lento y pavoroso paso. Cuando el mar se retira para volver rugiente y feroz; el viento sopla con furia destruyéndolo todo, no hay nada que se pueda hacer… sólo esperar. Los árboles se rompen, la destrucción se inunda de silencio. Después de treinta y cinco horas, ya se fue, pero es mejor no salir aún. Queda una dolorosa estela de daños y enfermedades; y sobre esto, la rapiña que se desata después. La dolorosa conclusión es: ¡Dios está enojado con nosotros!
La primera instancia de la obra se ubica en nuestra tierra, y está basada en hechos reales. El dolor de los ancianos que han perdido su único patrimonio, la casa que con mil sacrificios han levantado a lo largo del tiempo. El destino de los niños que son tratados y tasados como objetos de cambios y trueques. La caridad deformada del extranjero económicamente poderoso y su ayuda que cae como una ofensa sobre el humilde. El orgullo mal entendido que se deforma y termina siendo soberbia y que lleva a cometer cosas reprobables. ¿Cómo pueden olvidarse las casas de los pueblos que no le importan a nadie? El apego a la tierra -¡que me costó mucho sudor!–, los viejos que ya no confían en el gobierno: “Te dan… pero siempre te quitan”.
La segunda instancia se traslada a la India. El huracán, dolor común de dos mundos, ha pasado también por la ciudad de Agra. “Todo fue destruido, sólo el Taj Mahal ha quedado en pie”. Nos relata la historia de amor de Shayakán y Mantay y la edificación del mausoleo. Aquí hemos de destacar la bellísima y estética escena narrada con títeres de vara. En esta parte hay mensajes de gran trascendencia. El huracán es un elemento de la naturaleza, pero otras veces los hacemos nosotros. Mi huracán es mi manera. Mi huracán es el amor. Mi huracán es mi peso, es mi cuerpo. Todos hemos sido el huracán de alguien. Alguien que medita: “No recuerdo el nombre de los huracanes”.
La cosmogonía de la India nos presenta a Shiva, es un ciclo que comprende creación, protección y destrucción; pero el mismo Shiva no es uno, es tres deidades en una, es la primera trinidad del género humano: Brahama, Vishnú y Shiva, son tres deidades en un solo Dios, y son, en conjunto, el ciclo mismo de la vida.
Desde el escenario Conchi convoca al público a unirse a un homenaje a Raúl Niño, se le recordará con veladoras. Una gran cantidad de gente se une, sube al escenario con sus veladoras encendidas y van sentándose en un amplio círculo. El mensaje es: Todos seremos estrellas. Todos somos ollitas quebradas. Debemos cerrar nuestros ciclos. Debemos dejar ir nuestros huracanes. Las veladoras son apagadas. El obscuro y el silencio marcan el final de la obra.