Mtra. Effy Luz Vázquez López
En días pasados se estuvo comentando en diferentes medios periodísticos e incluso en la radio y la televisión locales, la probable reubicación de nuestro aeropuerto internacional, el cual, en lo particular, me ha parecido siempre magnífico tal como está y, sobre todo el lugar que ocupa en el área citadina, pues por esta circunstancia ha formado, desde siempre, parte de mi historial de vida.
El año en que yo nací, 1937, fue el señalado por mis papás para adquirir en Mérida su casa familiar, pues se habían conocido trabajando ambos como maestros en la villa de Tecoh, donde contrajeron nupcias y sucesivamente habían habitado en diferentes poblaciones, hasta que al fin lograron adquirir en Mérida una propiedad en el Poniente de la ciudad, que era antes mucho, mucho más pequeña y, aunque ahora nuestra calle forma parte del llamado primer cuadro de la ciudad, en aquellos ayeres era la colonia San Marcial, que comprendía, desde la calle 62, costado Poniente del parque de San Juan, hasta entroncar con la línea del tren de Campeche, en cuya trayectoria la máquina aquella hacía una parada para bajar al ganado vacuno que provenía de Tabasco, para el abasto meridano, que era depositado en una construcción de mampostería, a la que llamaban popularmente Los Corrales, de la cual aún existen vestigios. La 69 Poniente, que es nuestra calle, durante mucho tiempo careció de pavimento; era calle “peinada”, es decir, apisonada pero sin recubrimiento asfáltico; tampoco tuvo luz eléctrica, hasta 1942.
El adoquín francés recubría únicamente hasta la calle 68 x 70 que entonces comprendía unos edificios que originalmente decían que fue estación de ferrocarriles y le llamaban Los Dos Estados. Cuando yo lo conocí era ya una casa de vecindad donde vivían familias de militares. Hasta ese mismo cruzamiento llegaba la luz eléctrica. De ahí en adelante todas las familias nos alumbrábamos con quinqués, velas, o lo que se podía. Nuestro domicilio se encontraba desde entonces entre las calles 78 y 80; la línea de ferrocarril era el límite de la 69 y vendría siendo la 88 actual.
El pavimento y el alumbrado llegaron casi simultáneamente de 1941 a 1942; la avenida Itzaes era ya una calle muy larga que se prolongaría luego como carretera hasta la villa de Umán. En su recorrido pasaba en un momento dado por la entrada al aeropuerto meridano y ahí es hasta donde quería yo platicarles. En 1943, el 13 de junio, se publicó que llegaría a nuestra terminal aérea por primera vez un avión tetramotor, es decir, de cuatro motores, al que denominaban Estratos-Clipper, con la franquicia aérea de Panamerican Airways.
El cielo de mi rincón meridano era ya desde entonces surcado por aparatos aéreos de distintas dimensiones y nuestro aeropuerto se había convertido para los vecinos en un paseo dominical, donde llevaban a sus niños a contemplar la llegada de aquellas máquinas voladoras, así que yo pedí que me llevaran a conocer aquel moderno aparato aéreo, que llegó en punto de la hora fijada, reluciendo su fuselaje plateado y sus cuatro potentes motores. Mucha gente de Mérida había acudido al campo aéreo a presenciar aquel aterrizaje. Para mí, que contaba entonces con seis años por cumplir, fue toda una experiencia ver aquel hermoso aparato tocar tierra suevamente, el abrirse la puerta y mirar a su gallarda tripulación con unos llamativos uniformes y a otras personas muy elegantes descender de él.
Mi papá nos había comentado que, como en esa época el mundo estaba padeciendo los rigores de la Segunda Guerra Mundial, en América se había hecho un estudio de algunos lugares estratégicos en los que pudieran darse aterrizajes de emergencia de tipo militar y Yucatán estaba entre ellos, por eso nuestro aeropuerto contaba con pistas reforzadas, capaces de soportar el peso de aviones de todo tipo.
Una de las ventajas de haber nacido a destiempo y vivir rodeada de gente adulta con bastante preparación es que se entera uno de muchas cosas, que aunque entonces no comprendía muy bien, ahora rememoro y comprendo que fui una privilegiada, porque tengo muchos, muchísimos recuerdos hermosos e interesantes que alimentan mi psique ochentona.
Por si fuera esto poco, en la actualidad me es dado convivir con gente joven sumamente instruida y aún en proceso de seguir aprendiendo, que cuando yo les hago una pregunta acerca de un tema dado, de inmediato me proporcionan material de consulta, que me hará ver aquella duda resuelta y desde muchas perspectivas novedosas para mí, las cuales me gusta compartir con ustedes.
Por ejemplo, dicen estos documentos registrados en libros que me proporcionaron, que según “El Registro Yucateco”, el primer antecedente de vuelo que se tuvo sobre la península yucateca se efectuó en Mérida el 18 de febrero de 1845 y fue un señor de nombre Julio Flores que se elevó 7,500 pies en un globo, partiendo de la ciudadela de San Benito, situada en un promontorio que existía, antes que la picota de la estulticia acabara con ella, en el lugar donde actualmente se asienta el mercado del mismo nombre y aterrizó veinte minutos más tarde en el ahora, parque de San Sebastián, que antes era un zacatal. Posteriormente fueron varios ciudadanos que se atrevieron a elevarse en globos, aunque su trayectoria siempre fue breve.
Nos dice el libro consultado que la historia propiamente de la aviación en Yucatán, se inicia el 10 de febrero de 1910, cuando Francisco Montalvo Castro prueba, sin resultado favorable, un artefacto de su invención construido de carrizo y forrado de papel. No desistió el buen señor e hizo varios aparatos que no resistieron vuelos de gran trascendencia, sin embargo, es importante para las nuevas generaciones saber que en Mérida tuvimos conciudadanos que fueron capaces de retar al cielo. Nos cuenta también esta reseña histórica que el primer vuelo de un aeroplano sobre el cielo meridano causó gran expectación y reacciones de todo tipo entre los habitantes. Encontré también el nombre de Francisco Sarabia, aviador y dueño, asociado con un hermano suyo, de una compañía aérea, la cual vendió en 1943, en cuatro millones de pesos, y ésta se convirtió en Transportes Aéreos Mexicanos (TAMSA).
De este ilustre personaje yo sólo tenía referencia, a través de un verso de nuestro poeta del Crucero, don Max Salazar Primero, que con su típico estilo nos dice: ¡Murió Francisco Sarabia, que rabia! ¡Se cayó en el Potomac… Huak!
Larga vida para nuestro hermoso aeropuerto.
*Coordinadora de la Casa de la Historia de la Educación en Yucatán