Para recordar el camión Kingwort T-300 de 21 toneladas, que manejó durante 53 años, don Pablo Andrés Becerril decidió darle esa forma a cuatro árboles de laurel que se encuentran a las puertas de la bodega de su empresa “Transportes Becerril”.
Ubicado en el predio No. 741-L de la calle 66 por 109, el verde e insólito árbol-camión tiene el tamaño de uno verdadero y conserva su forma porque, a sus 86 años, don Pablo Andrés agarra todavía su tijera y lo va podando para que nadie tenga duda de lo que es.
Nacido en Zitácuaro, Michoacán, y avecindado en Mérida, el transportista recuerda que “ese carro” –así le dice al camión– se inició hace 18 años, cuando después del paso de un ciclón un día le vino la idea y les dijo a sus hijos: “Voy a hacer un carro”. Pero como hay cosas que no creen, se empezaron a reír. Entonces uno dijo:
–Ja, ja, ja, está loco el viejo, está soñando.
Pero se equivocaban porque supo hacer el camión a imagen y semejanza del suyo, y ya luego le fue afinando la forma con las tijeras. Incluso a la gente le gusta, porque como siempre en la temporada de fin de año lo ilumina, una vez que ya se acercaba la Navidad y no lo había iluminado, una señora le reclamó:
“Oye Pablo Andrés, no has arreglado el carro. Traje a mis hijos para que lo vieran y todavía no le pones luces”.
Él recuerda que rentaba un cuartito que hoy es parte de su bodega y que antes era usado por una sexoservidora, porque en esa calle estaba lo que antes se conocía como “zona de tolerancia”. No era muy cara la renta, 40 pesos, pero una vez no le alcanzó para pagarla y lo sacó don Manuel, el dueño. Entonces, no teniendo a dónde ir, durmió sobre la banqueta del lugar. En este punto relata que él viene de la nada y que cuando don Manuel lo corrió le dijo: “Está bien, don Manuel, no me enojo, qué bien que me corrió. Un día le voy a comprar todo esto”. Y el dueño le respondió: ¿Pero con qué me compras muchacho, si no tienes para pagarme 40 pesos? Entonces él le dijo: “Créame don Manuel, yo estoy bien con el que manda y estando bien con Dios, aunque se enojen los santos”.
Y resultó que al paso del tiempo don Manuel le vendió primero ese pedacito que tiene por oficina, de cuatro por cuatro, en cuatro millones y medio (de los de antes), y luego le vendió todo el terreno, que sale hasta la otra calle.
Prácticamente –reflexiona– todo salió de la nada, porque como no tuvo herencia, lo que hay es producto de su trabajo y el de su compañera de vida, que nació en Michoacán también y tienen 6 hijos –4 hombres y 2 mujeres–, todos profesionistas e incluso una de las mujeres se fue con una beca a estudiar a Francia y Australia.
Cuenta que una vez le preguntó una señora:
–¿Cuántos hijos has tenido?
–Seis.
–¿Vivos todos?
–Pues unos vivos y otros tarugos, pero todos comen –completó.
Luego de mostrarnos el árbol, don Pablo Andrés nos pide que lo acompañemos para ver su primer cuartito, ahora convertido en oficina, y comenta que allá le gusta estar, porque hay mucho amor, mucho cariño, pues allá es donde empezó “Transportes Becerril”.
Todo lo hizo a crédito
Mostrando unos muebles que adquirió en el Banco del Atlántico, el entrevistado recuerda que un día le dijo a su esposa que iba a ir a pedir un préstamo al banco. Ella le pidió que no fuera, porque no tenía ni quien le pudiera firmar como aval.
–No tienes casa, no tienes quien te responda, no tienes nada, ¿cómo vas a ir allá? Te van a mandar por un tubo –dijo ella.
Pero fue, se sentó y estuvo viendo al gerente, el señor Erosa. Luego, apenas pudo hablar con él, le dijo que necesitaba un favor: que le prestara un dinero, pero no tenía casa ni nada, sólo quería salir adelante.
Entonces el gerente le dijo:
–Vente mañana, compadre.
Fue al día siguiente y al verlo el gerente, que ya no tenía buena memoria, le preguntó qué buscaba. Él le dijo que lo había citado para darle un préstamo.
–¿Yo te dije eso, compadre? –dudó Erosa.
Y él, sabiendo que sólo lo había citado, mintió: “Sí, señor, usted me lo dijo, me dijo ayer que mañana me prestaba”.
Finalmente, al enterarse que venía de Zitácuaro, que vivía aquí, que tenía familia y sólo quería una oportunidad de salir adelante, el señor Erosa le prestó 6 millones de pesos y él mismo firmó como aval.
–Y le pagué –dice orgulloso don Pablo Andrés. Luego el banco le siguió prestando y por eso todo lo que tiene –afirma– lo hizo a base de créditos. También se siente orgulloso de su solvencia moral, pues no está en el Buró de Crédito, e incluso a su hijo, cuando va a realizar algún trámite al banco, que ahora se llama diferente, le preguntan:
–¿Tú eres hijo del Becerro? Con ese cabrón no hay nada que hablar. Lo que necesites. De todos los fulanos, es el único buen pagador.
Igualmente recuerda que le dijo a Erosa que cuando se fuera de la sucursal, le iba a comprar los muebles. Y lo cumplió, porque se fue el gerente y se los remataron. Ahora los tiene en su pequeña oficina.
En esta parte reconoce que todo lo ha hecho en Mérida, y tan es así que aquí le da trabajo a 20 personas, de las que 18 son choferes que manejan la flota de “Transportes Becerril” por toda la Península.
Tal vez por eso afirma que él quiere a esta ciudad más que mucha gente que aquí nació.
Por Roberto López Méndez