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Yucatán

'Valentina”, de Eligio Ancona

Ariel Avilés Marín

La importante serie de presentaciones, agrupadas bajo el rubro de “Con Sabor de Teatro Yucateco”, ha llegado a su séptimo eslabón. La importante labor de rescate que el Mtro. Juan Ramón Góngora ha llevado a cabo, nos ha permitido saborear obras y autores de otras épocas, y de mucha importancia para la dramaturgia local. Hemos tenido el privilegio de asistir a estrenos mundiales de obras escritas hace más de un siglo y que, habían permanecido en el baúl del tiempo sin haber pisado los escenarios, y Juan Ramón las ha sacado, las ha desempolvado y las ha expuesto a la luz en la Casa Teatro “Tanicho”, que también no ceja en su empeño, tan meritorio, de ser una espacio accesible para el buen teatro que se hace en Yucatán, en forma independiente.

La noche del martes 11, tocó su turno a un prócer yucateco, a una figura de tono mayor de Yucatán y de México, se trata de Eligio Ancona Castillo, historiador, abogado ilustre, novelista, ensayista, comediógrafo y muchas cosas más, todas ellas muy destacadas. En esta puesta, Juan Ramón retoma un drama de Don Eligio, titulado “Valentina”, que viene a constituir un perfecto ejemplo del ser, sentir, vivir, del S. XIX; es sin duda ninguna, una obra plenamente decimonónica. ¿Por qué afirmamos esto? Son varias las características que nos hacen mirar en este contexto al drama de Don Eligio. Los personajes de la obra son verdaderos esquemas cada uno, de las cualidades y defectos humanos, y en esos términos, ellos actúan, se mueven, sienten y llevan hacia consecuencias de sus actos, que corresponden plenamente al contexto social, cultural, económico, religioso, y todas las circunstancias que prevalecían en la mitad del S. XIX.

Hemos de ubicar que por esos años México estaba en un importante proceso de transición; en ese momento surgen las Leyes de Reforma que revolucionan socialmente a nuestra patria; esta circunstancia infiere en todos los ámbitos de nuestra sociedad. La obra de Don Eligio refleja esto en muchos aspectos de la manera de actuar de sus personajes, y determina muchas de sus reacciones y la resolución de eventos de la trama del drama. Además, hay que considerar que ésta es una obra de juventud de Don Eligio, la escribe a los diecinueve años. La obra está escrita en versos octosílabos, con una rima que varía de extremos y medios, y en otras partes alterna.

Esta circunstancia de la forma, hace más difícil el texto dramático. La obra es densa y un tanto cansada, demasiado larga, la lectura dramatizada de la obra que emprendieron Juan Ramón y su grupo de actores, navegó en aguas procelosas que le impidieron tener la ligereza y fluidez que el teatro requiere. La lectura de los noveles actores tuvo algunos tropiezos que también pusieron lo suyo para que la obra se empantanara en algunos pasajes. La escena costera, y la aparición de Peruco y Teresa, trajeron una brisa refrescante al desarrollo de la puesta.

La trama de la obra corresponde a la esencia de lo que llamamos post romanticismo, es decir un romanticismo llevado a sus últimas consecuencias. Los personajes son esquemas muy bien definidos. Rodrigo, es la juventud rebelde y arrolladora, que todo lo quiere cambiar, y no repara en la forma para hacerlo. Alberto y Don Adriano, padre de Valentina, representan la parte conservadora y tradicionalista de la sociedad; Alberto, además, es la nobleza y la bondad que, llevada al extremo, se torna hasta negativa, pues le resta alguna dignidad al personaje.

Valentina, es la concepción de la gente de la época, que no sabe si tirar de este lado o del otro; Valentina está siempre en una duda permanente, lo mismo se arrebata de amor por Rodrigo, que se angustia por fallar a los principios inculcados por el padre. Probablemente, la juventud de Eligio Ancona le hace en un momento dado, romper su propio esquema del personaje de Rodrigo, quien de su temperamento rebelde e iconoclasta, de golpe y porrazo, cae en una personalidad de redentor víctima propiciatoria, y se entrega a su fatal destino trágico sin resistencia, rompiendo con ello el esquema del personaje en el que ha transitado por la trama. Todas estas características, hacen de Valentina, una obra plenamente decimonónica y profundamente romántica.

La lectura, por parte de algunos actores, dejó que desear, algunos atorones que trascendieron al respetable; los noveles actores del elenco pusieron demasiado empeño en el ritmo que el verso octosílabo les marcaba y eso restó color y emotividad a partes que así lo requerían. Fabián Sosa, a quien hemos disfrutado como muy buen actor en otras puestas, tuvo sus pequeños accidentes en la lectura; y no se diga Estela Gameros, con muy buenas cualidades actorales, también tuvo sus tropiezos en la lectura; Nicolás Macín es un actor muy novel, la fuerza que requería Rodrigo no la alcanzó más que en algunas escenas. La mancuerna formada por Fernanda Bolívar y Gabriel Arroyo, fueron una brisa refrescante en el largo texto de la obra. La longitud del texto rebasó la amplitud que es conveniente para una puesta, la representación llevó la friolera de una hora con cincuenta y cuatro minutos, y resultó densa y un tanto cansada. Completaron el elenco, Roberto Tun Ortiz y Pablo Aldair, que cumplieron cabalmente con sus personajes incidentales.

En la parte técnica de la obra hemos de destacar la buena labor de Paula Koot, como asistente de dirección y los efectos de sonido de fondo. La gran emotividad del Concierto para piano de Beethoven, puso un fondo conmovedor al desenlace de la historia. La iluminación, a cargo de Edward Chan, fue precisa y logró los efectos necesarios. La escenografía, fue un esbozo ambiental, logrado con detalles alusivos que cumplieron su cometido.

La dirección general de Juan Ramón Góngora, como siempre, meritoria y buscando la promoción y el rescate de estas producciones teatrales del pasado de nuestra patria chica, para que sean recuperadas por la memoria colectiva. Estaremos en espera de los siguientes eslabones de “Con Sabor de Teatro Yucateco”.

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