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En noviembre de 1952, Derek Bentley y Christopher Craig entraron a robar en un almacén de Croydon, cerca de Londres (Inglaterra). Bentley contaba en aquél entonces 19 años, y Craig, 16. Cuando la policía llegó, Craig disparó contra un agente y lo mató. Este muchacho pasó nueve años en prisión, mientras que Bentley fue ahorcado por homicidio en enero de 1953.

La hermana de Bentley, Iris, luchó durante cuarenta años por limpiar el nombre de su hermano de un crimen que nunca cometió. En 1993, la Corona indultó de la sentencia a Derek Bentley y admitió que no debió haber sido ahorcado. Iris Bentley escribió sobre el caso de su hermano en el libro Let Him Have Justice (Hágasele justicia):

Iris Bentley visitó a su hermano en el corredor de la muerte antes de su ejecución. En una encrucijada de sentimientos y emociones, apoyada por personas sinceras que le brindaron consejo y consuelo, adquirió la ayuda necesaria para afrontar aquellos pocos últimos días.”

Otro hecho, por demás preocupante, tuvo lugar una tarde de noviembre del año 1974, debido a la tremenda explosión de dos bombas en el centro de la ciudad de Birmingham (Inglaterra) que causaron la muerte a veintiuna personas. Aquel fue un suceso que “nadie de Birmingham olvidará jamás”, escribió el parlamentario Chris Mullen.

A causa de ello, “se condenó a seis inocentes por el mayor asesinato de la historia de Inglaterra”. Sin embargo, la sentencia fue anulada, pero sólo después de que estos hombres pasaron dieciséis años tras las rejas.

Por otra parte, en los años ochenta, Alemania fue testigo de “uno de los procesos más sensacionales de la posguerra”, en el que se sentenció a cadena perpetua a una madre por asesinar a sus dos hijas. Sin embargo, años más tarde, se llevó a cabo una reevaluación de las pruebas en su contra, y se la puso en libertad a la espera de un nuevo juicio.

El periódico Die Zeit hizo notar en 1995 que el primer juicio “pudo haber sido un error judicial”. Para esta fecha, la mujer había pasado nueve años en la cárcel sin que se supiera a ciencia cierta si era culpable o inocente.

Como si fuera una desgracia, los hechos citados anteriormente reflejan de manera clara y contundente el grado en que los sistemas judiciales de varios países han cometido lamentables errores.

En vez de castigar a los culpables y proteger a los inocentes, a veces se ha castigado a inocentes por delitos que no han cometido. Incluso, otras personas han pasado años en prisión, para luego ser liberadas antes de cumplir toda la sentencia… con serias dudas sobre su culpabilidad y la justicia de su condena.

Por si fuera poco, el asesor jurídico Ken Crispin expuso un caso que “despertó el interés de la opinión pública como ningún otro en los anales (una forma de registro histórico en que se registran acontecimientos anuales) de la historia jurídica australiana”. Una familia acampaba cerca de Ayers Rock cuando su hijo pequeño desapareció y nunca se encontró. Se acusó a la madre de asesinato y se la condenó a cadena perpetua.

En 1987, después de tres años en la cárcel, una investigación oficial llegó a la conclusión de que las pruebas que había contra ella no justificaban la condena. Fue puesta en libertad y absuelta (declarada sin culpa).

El asesor jurídico Crispin se hizo la inquietante pregunta: “¿Hay otros inocentes que permanecen sentados sin esperanza en las celdas de las cárceles?”. ¿A qué se deben estos trágicos errores?

¿Son éstos ejemplos poco comunes de errores judiciales?

David Rudovsky, de la Universidad de Pennsylvania Law School, declaró en este sentido: “He estado en el sistema por unos veinticinco años y he visto muchos casos. Diría que los inocentes condenados... constituyen, según mis cálculos, entre el cinco y el diez por ciento del total”.

“Ningún sistema humano puede esperar la perfección”, recalcó el Tribunal de Apelaciones británico en 1991. Un sistema judicial sólo puede ser tan justo y confiable como aquellos que lo han concebido y lo administran. El ser humano es proclive al error, a la falta de honradez y al prejuicio.

Por lo tanto, no debería sorprender a nadie que los sistemas judiciales de factura humana adolezcan precisamente de estas mismas debilidades.

Cabe mencionar que, según el juez alemán Rolf Bender, en el 95% de todos los casos criminales, las declaraciones de los testigos son pruebas determinantes. Pero, ¿es siempre confiable el testimonio que se da en los juicios? El juez Bender cree que no. Calcula que la mitad de los testigos que declaran en los juicios no dicen la verdad.

Bernd Schünemann, profesor de código criminal de la Universidad de Munich (Alemania), hizo una observación similar a la de Bender. En una entrevista publicada en el periódico Die Zeit, Schünemann confirmó que las declaraciones de los testigos, si bien es cierto que son poco fidedignas, constituyen la prueba principal. “Yo diría que la causa típica de los errores judiciales es la confianza del juez en las declaraciones poco fidedignas de los testigos”, concluyó Schünemann.

Los testigos son falibles, y también lo es la policía. A veces, ésta se ve presionada a arrestar a alguien cuando el delito cometido conmueve a la opinión pública. En tales circunstancias, algunos policías han sucumbido a la tentación de fabricar pruebas o forzar la confesión de un sospechoso.

En este sentido, cuando se liberó a los seis hombres acusados del atentado de Birmingham, en el Reino Unido, el rotativo británico The Independent publicó los siguientes titulares: “Se culpa a la corrupción de la policía por la condena de seis hombres”. Según confirmó The Times, “la policía mintió, se confabuló y engañó”.

La justicia puede parecer un enredo… Es preciso tomar en cuenta que, un tribunal no decide sólo en función de las declaraciones de los testigos, sino también de las pruebas científicas. En el campo cada vez más complicado de la medicina forense, el juez o el jurado que corresponda a veces tienen que decidir la culpabilidad o la inocencia sobre la base de la balística o la identificación de huellas dactilares, caligrafía, grupos sanguíneos, color del cabello, hebras textiles o muestras de ADN, etc.

En relación a la gran cantidad de pruebas que se requieren, un abogado comentó que los tribunales se enfrentan a “un verdadero ejército de científicos que explican procedimientos de desconcertante complejidad”.

Para colmo, la revista Nature comenta que no todos los científicos interpretan de la misma manera las pruebas forenses. “A veces existen verdaderos desacuerdos entre los científicos forenses.”

Lamentablemente, “las pruebas forenses erróneas han sido responsables de un buen número de condenas erróneas”, añade dicha publicación.

Los inocentes no deben tener nada que temer de la justicia verdadera. En realidad, los ciudadanos de todo país tienen razón para estar agradecidos si en él existe un orden legal que procura la justicia. Este orden –por lo general–, implica un Poder Legislativo, que se encarga de elaborar las leyes; un Poder Ejecutivo, que hace cumplir la ley, y un Poder Judicial para administrar la justicia.

Independientemente de dónde vivamos, hay que reconocer que todos los sistemas judiciales que existen en la actualidad reflejan las debilidades del ser humano. Los sistemas judiciales imperfectos, junto con los gobiernos corruptos, la religión degradada y el comercio carente de principios, son un reflejo de una sociedad humana que necesita una reestructuración a fondo.

Por Ariel Juárez García

 

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