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Yucatán

En el rincón de las gladiolas

Cristóbal León Campos*

El ruido de la lluvia conduce a la memoria al mismo rincón que desde hace tiempo visita cada víspera, la mesa puesta para la cena es alumbrada por una vela blanca desgastada, el vino tinto en la copa espera ser bebido, un poco de pan y unas gladiolas al centro del lugar, el verde mantel anida las huellas de aquellas tardes entre juegos, la ventana permite el paso de la brisa, la flama de la vela se sacude como queriendo extinguirse, luz que parpadea, sombras en la pared, el sollozo acalla el canto de las aves que se anidan en la terraza, un tazón rojo contiene algunos frutos, el fresco aroma disipa la añeja humedad, es la misma fecha cada año, el silencio se apodera de su cuerpo, las gotas de lluvia mojan los recuerdos, la vela parpadea hasta apagarse.

La copa de vino casi vacía, la Luna ilumina lo que la vela oscurece, el mantel tiene huellas de pan, las gladiolas moradas se mantienen erguidas con dignidad, el llanto ha callado, las aves volaron a sus nidos, la música de piano suena en la radio, los ojos ven lo ausente, dibujos al aire, sonrisas apagadas, la luz dejó de alumbrar, en sus manos sostiene las caricias, los labios no pueden hablar, ¿cómo decir al viento qué es lo que se extraña?, el tabaco se mezcla con el vino, las cenizas cubren la alfombra, a la puerta una voz llama, mas nadie abrirá, hoy como cada año el silencio se apodera del ser, la vela parpadea sin fuego.

La tarde se ha marchado, el piano suena a violín, la copa llena y el pan escaso junto a unas cartas releídas en la mesa, la pluma plasma el mensaje nuevo, amarillas hojas que hablan de alegría, las gotas de ausencia forman siluetas en el mantel, las gladiolas se humedecen con la lluvia, la vela ha vuelto a alumbrar, las aves duermen, en sus bolsillos busca lo que el corazón resguarda, ¿qué es la razón?, el tono triste del violín provoca marejadas en el cabello, blanca y funesta la golondrina canta en el rincón, las monedas esparcidas sobre el buró señalan la abundancia del vivir, ¿cómo se acaricia la opulencia?, del viento bebe la frescura, al viento ofrenda la locura, sonrisas, recuerdos, lágrimas calladas descomponen en la habitación.

En el rincón las cartas se humedecen con el tacto de las gladiolas, el vino derramado sobre el mantel, el tazón medio vacío, las velas se consumen, una, dos, siempre más, la copa rota se ha llenado de cenizas, las aves se acomodan para el amanecer, el piano regresa en tono menor, la lluvia sigue su concierto, un poco de queso para el vino, y el vino para el alma, sombras en la pared reconstruyen la silueta, las manos están desvanecidas sobre las piernas, ¿a dónde van las caricias si ya nadie juega en las tardes?, habla el silencio, se escucha el canto de la golondrina, al cielo se pide clemencia, ¿qué es lo divino si la carne es sagrada?, la mirada perdida encuentra el punto de la distancia, las horas pasan igual que las hojas caen, el viento se lleva los aromas, la botella de vino en el rincón junto a las gladiolas lee las cartas que no se escribieron.

Los aullidos llaman al lobo estepario, la habitación se hace más amplia, más pequeña, la golondrina se marchó con las tres campanadas del reloj, una nueva botella, dos, tres, más, siempre son más, las huellas de las cenizas conducen a la ventana, la Luna incita al insomnio, nada falta y todo sobra, el silencio suena a risas, a llanto, las manos acomodadas en la cintura, ¿de quién son los versos que no escribimos?, las cartas amarillas observan a las gladiolas, las nuevas palabras esperan con paciencia su llamado, vendrán, siempre vendrán, ¿quién puede dejar de escuchar al silencio?, gotas en el piso y en la alfombra, el viento trae la música del piano mientras dos o más violines enmudecen esperando el turno de los ofrendas.

Las palabras retumban como el eco que repite, repite y repite las sonrisas, lamentos del rayo se escuchan en la montaña, renace el día, consumidas las velas manchan de cera el mantel, las cenizas volaron al rincón con el primer resplandor del Sol, el reloj toca las ocho campanadas, las nueve, las diez, y vendrán más, siempre más, en la espera el nuevo atardecer, ¿qué nos queda y qué se va?, solitarias las gladiolas se deshojan como el manantial, el vino se palpa blanco, las paredes se pintan de colores, las siluetas se transforman en viejos cuadros con paisajes recorridos, las fotografías son memoria, dos, tres, recuerdos interminables que se albergan en la espiga de la mente, las gotas suenan a caricias.

Las velas se encienden nuevamente, la tarde ha regresado, en el rincón las gladiolas florecen, las sombras se revuelcan entre paredes, los violines tocan las canciones más tristes, la lluvia baña a las aves de la terraza, el vino se destapa con aroma a ceniza, pan y queso en el tazón rojo, las cosas que perduran con el tiempo también se transforman, aquellas tardes siempre vuelven porque nunca se marcharon, las manos se entrelazan y el cabello se acomoda, hoy de nuevo escribe cartas a la esperanza, amarillo el papel de los ojos, se mira por la ventana a la Luna volver, el vino sobre la mesa junto a las gladiolas en el centro del lugar…

*Integrante del Colectivo Disyuntivas

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