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Lic. Angélica Garay de Delgado*

La Semana Santa dirige nuestra atención en un aspecto de la vida humana poco apreciado y nada deseado: el dolor. Sin la participación de Jesús, el dolor pierde su sentido de redención, y sin María, pierde su más admirable atributo, que es la aceptación dócil. Hablaremos aquí del dolor de María, la Madre de Jesús, y la riqueza inagotable de cualidades y virtudes que le son naturales.

Respecto a la Pasión y Muerte del Señor, la Iglesia desde sus primeros días ha invocado a la Virgen María como Mater Dolorosa: si por las llagas de Jesús hemos sido sanados, por el dolor extremo de María podemos ser hijos de Ella. De este título supremo de Madre Dolorosa podemos profundizar en una especie de trinidad de dimensiones que lo constituyen, pues los padecimientos y la Muerte de Jesucristo ofrecen un vasto mar de reflexiones. Estas 3 dimensiones del dolor de María se fundamentan también en la eterna relación Hijo-Madre-Hijo.

Nuestra Señora del Viacrucis. En realidad, el camino de la Cruz inició para la Virgen María desde que llevó a su hijito al Templo para presentarlo, en el instante en que escuchó las proféticas palabras del anciano Simeón (Lc 2, 33-35). Desde entonces avanzó en silenciosa angustia ese Camino hacia la Cruz cada día de la vida de su Niño con la viva certeza que se cumplirían en su Hijo las profecías sobre el Mesías, a quien Ella había concebido admirable y virginalmente; tal vez María no visualizaba la forma ni el día exacto de esa Redención, pero no ignoraba el desenlace mortal. Ella fue crucificada en su espíritu y amor maternal mucho antes que Jesús padeciera.

Conocemos al Viacrucis como un camino de 14 Estaciones que inicia con la sentencia de muerte y culmina con la sepultura de Jesús. Solamente la Cuarta Estación es la que nos refiere la presencia de la Virgen en el tránsito al Calvario en el encuentro fugaz y el último contacto físico entre ellos, sin embargo, estando Jesús a unas horas de cumplir su gran misión entre los hombres, podemos estar seguros que nuestra Madre estuvo junto a Jesús y a los Doce desde el jueves en el Cenáculo. Ella no podía estar ausente cuando su Hijo, que es además Su Dios y Señor dejaba entre los suyos su Presencia Eucarística y, ciertamente, Ella estuvo hasta depositar al fruto de su vientre en el frío sepulcro, acomodando lienzos y flores sobre el Corpus Christi ex mortuis con sus amorosas manos maternales.

En la profundización de los días Santos la Iglesia le ha configurado a esta Madre Dolorosísima la reflexión conocida como el Via Matris o el Camino de la Madre, en el cual la presencia y sentimientos de María son el hilo de cada estación. Se reflexiona durante la mañana del Sábado Santo con las 14 Estaciones del Viacrucis pero a la inversa, pensando que Nuestra Señora dejó a Su Hijo en el sepulcro y retornó al Cenáculo en compañía de Magdalena y el Apóstol Juan y tomaron el mismo camino recorrido por Jesús en sus últimos minutos en la Tierra. Este recorrido de María no es bíblico, pero es profundamente lógico y hasta necesario en la psicología de María, una Madre desconsolada, reflexiva y orante perfecta. Yo ¿agradezco a Jesús dejarme a Su Madre para amarla y acompañarme en la dificultad de mi camino?

Nuestra Señora de la Pasión. “Pasión” proviene del latín passio, significa padecer o sufrir por un afecto. En Cristo y en María le añadimos a ese sufrimiento los adjetivos generoso y total, porque así es la Pasión de Jesucristo con la donación de su vida y toda su sangre, una sangre sin mancha que le proporcionó la Mujer inmaculada llamada María de Nazaret.

Desde los primeros cristianos hasta nosotros, tenemos noticia de estos eventos mesiánicos por la tradición oral, plasmados luego en los Evangelios canónicos y en otros textos apócrifos, así como en revelaciones especialísimas concedidas a santas místicas como Brígida, Gertrudis, Matilde y Ana Catalina. Por su testimonio sabemos que la Virgen María presintió y sintió la angustia mortal de su Hijo. Su Madre le acompañó en sus temores, latigazos y amarguras; su corazón se destrozaba de dolor con cada una de estas afrentas ¡cuán unidos estaban y están sus espíritus! La Pasión dolorosa de Jesús es su Sangre derramada en 3 momentos cumbre: la Agonía en el Huerto, donde El vislumbró con terror lo que acontecería, hasta sudar sangre (hematidrosis); la Flagelación en donde su carne santa y limpia fue desgarrándose brotando copiosa sangre que minutos más tarde su Madre limpiaría de rodillas al terminar el suplicio, y la Crucifixión, como momento central de la Pasión: María querría ir a cubrir la desnudez de su Hijo, limpiar su sudor y lágrimas al estar siendo traspasado por los 3 clavos (de 15 centímetros cada uno) finalmente, Ella hubiera querido colocarse sobre la Cruz y tomar el lugar de su Jesús medio muerto ya de sed y de dolor. Al verlo expirar la Madre se desvaneció de dolor y llanto. En ningún momento María estuvo ajena al sufrimiento de Jesús. ¿Qué tanto podríamos imitarla?

Estas dimensiones de María Dolorosa nos llevan por fin a Nuestra Señora de la Piedad. La piedad es el amor mostrado en una forma concreta; puede ser oración, servicio o sacrificio y por ello, la piedad cristiana es realizar buenas obras por amor a Dios y en virtud de amarle le ofrezco algo concreto. La Piedad de María es la parte culminante del Viernes Santo, es el amor al límite. El artista Miguel Angel Buonarotti lo materializó como inspirado por el Espíritu Santo en su más famosa escultura, que se encuentra a la derecha tan pronto entramos a la Basílica de San Pedro en Roma. Esta obra maestra nos revela el nivel más elevado de piedad bíblica, de amor puro. María vio descender muerto y derrotado a su Jesús y tan pronto lo bajaron, fue colocado en su regazo y lo bañó resignada con copiosas lágrimas. Podemos hablar de una doble piedad: por una parte, Dios yace muerto por amor a cada persona que ha creado y a quien ha querido redimir; y por otra parte está la piadosa ofrenda de la Madre Virgen, que nos ha donado a su Hijo único sin reservas y que le contempla en dócil resignación. Nuestra Señora de la Piedad es primeramente, una consecuencia del amor enorme de Dios por su Creación y segundo, del amor humilde, pero total, que el ser humano le debe a Aquél que nos amó primero y nos ha regalado la existencia. ¿Quién medita y agradece el sacrificio de Jesús y María, más allá de la Semana Santa?

Finalmente, lo que tradicionalmente se conoce como la Transfixión de la Virgen, es lo que hemos hablado: son todos los dolores y sufrimientos de la Madre de Jesús. La palabra proviene del latín transfixio, que es la acción de herir pasando de parte a parte. Esto se refiere a la espada de dolor que traspasó su corazón.

Que la meditación y vivencia de los grandes Misterios de la Semana Mayor nos haga llorar nuestras faltas (todos las tenemos) y que nos renueve para dedicarnos muy en serio a nuestra salvación y la de nuestros seres queridos. La Madre amorosa nos guiará en nuestra propia Pasión.

*Licenciada en Enseñanza de Inglés e Historia por la UNAM

Especialidad en Historia de la Iglesia en la Arquidiócesis de México

Ex Profesora de Historia de la Iglesia antigua en el Seminario de Yucatán (2013-2014)

Articulista Colaboradora de la Revista “Criterio” de la Arquidiócesis de Yucatán (2010-2015)

Colaboradora de la Escuela de Doctrina Social de la Iglesia Juan Pablo II en Cáritas de Yucatán (2011 a la fecha)

[email protected]

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