Ariel Juárez García
Ser seguidor de Cristo significa más que sólo llamarse cristiano. Hoy día, unos dos mil millones de personas afirman que son cristianas, pero sus acciones no están de acuerdo con las leyes de Dios. Para ser un cristiano verdadero hay que esforzarse por seguir el ejemplo y las enseñanzas de Jesucristo en todo momento de la vida.
Cada vez está más claro que los seres humanos imperfectos no pueden gobernarse con éxito. En cambio, Jesucristo es el único que reúne las condiciones necesarias para ser el mejor gobernante de la raza humana, y por eso en una gran parte del mundo muchos han aceptado su invitación de seguirlo como sus discípulos. ¿Por qué pueden los seres humanos estar tan seguros de que él es quien mejor puede dirigir los asuntos de este mundo?
En primer lugar, el Dios verdadero Jehová mismo escogió a su hijo Jesucristo para que fuera el Caudillo de la humanidad. ¿Y quién podría haber hecho una mejor elección que el Creador de todo lo que existe? En segundo lugar, Jesucristo tiene cualidades dignas de admirarse e imitarse (ver Isaías 11:2, 3). El es un ejemplo perfecto para todos (ver 1 Pedro 2:21). Y en tercer lugar, Jesucristo se preocupa profundamente por sus seguidores, lo cual demostró cuando dio su vida por ellos (ver el Evangelio de Juan 10:14, 15). El es un pastor que se interesa por sus ovejas, un pastor que ayuda a todos los que tienen fe en El, a vivir una vida feliz hoy y a forjarse un futuro eterno. (Ver Evangelio de Juan 10:10, 11; Y Apocalipsis 7:16, 17). Estas y otras fueron las razones que a mucha gente han motivado para hacerse discípulos y seguir los pasos del gran maestro Jesucristo.
Ahora bien, ¿qué significa realmente ser seguidor de Jesucristo?
Por ejemplo, el Hijo de Dios decidió con acierto qué rumbo seguiría su vida. Escogió un estilo de vida sencillo para poder concentrarse en hacer la voluntad de su Padre Jehová. Y dedicó sabiamente su tiempo y energías a promover los intereses del Reino de Dios. Para seguir su ejemplo, cada uno debe esforzarse por tener un modo de ver la vida con sencillez y no agobiarse con cargas innecesarias que consuman toda su atención y energías (ver Evangelio de Mateo 6:22). Muchos cristianos han simplificado así su vida para dedicar más tiempo al estudio de la Palabra de Dios –escrita en la Biblia– y compartir esta enseñanza con todos los que lo rodean.
Hay muchas de las cualidades que mostró Jesucristo, dignas de imitarse, entre las que resalta su sabiduría, es decir, la capacidad para poner en práctica el conocimiento y el entendimiento. El apóstol Pablo escribió: “Cuidadosamente ocultados en [Jesús] están todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (Ver Colosenses 2:3). ¿Cómo obtuvo Jesucristo tal sabiduría? El mismo lo dijo: “Hablo estas cosas así como el Padre me ha enseñado” (ver Evangelio de Juan 8:28). Su sabiduría provenía de su Padre, el Dios verdadero Jehová, por lo que no sorprende a nadie que actuara con tanta sensatez e inteligencia.
La humildad fue otra de las cualidades sobresalientes de la personalidad de Jesucristo. Debido a la imperfección que padecen todos los seres humanos, es común observar a muchas personas que se sienten superiores a los demás cuando reciben cierta autoridad. ¡Pero qué diferente es Jesucristo! Aunque desempeña un papel clave en el cumplimiento del propósito de Jehová, nunca ha habido en él ni el más ligero rastro de altivez. Las Sagradas Escrituras animan a todos a imitar su humildad. El apóstol Pablo escribió: “Mantengan en ustedes esta actitud mental que también hubo en Cristo Jesús, quien, aunque existía en la forma de Dios, no dio consideración a una usurpación, a saber, que debiera ser igual a Dios. No; antes bien, se despojó a sí mismo y tomó la forma de un esclavo y llegó a estar en la semejanza de los hombres” (ver Filipenses 2:5-7).
Jesucristo tenía el incomparable honor de morar en la presencia celestial de su Padre, Jehová Dios, antes de ocupar su papel como ser humano y nacer en este mundo. No obstante, voluntariamente “se despojó a sí mismo” de esa gloria. Dios transfirió su vida a la matriz de una virgen judía, donde se desarrolló durante nueve meses hasta nacer como un indefenso bebé. Creció en el hogar de un humilde carpintero; allí dio sus primeros pasos y pasó su infancia y su adolescencia. Durante toda esa etapa de su vida estuvo sujeto a sus padres terrestres, quienes, a diferencia de él, eran seres humanos imperfectos (ver Evangelio de Lucas 2:51, 52). ¡Qué humildad tan extraordinaria!
Cuando una persona realiza de buena gana labores humildes que parecen de baja categoría, está imitando el ejemplo de Jesús.
Otro aspecto sobresaliente de la vida de Jesucristo fue el celo con que efectuó su ministerio. El hizo muchas cosas mientras estuvo en la Tierra: de joven seguramente trabajó en la carpintería con su padre adoptivo, José; luego, a lo largo de su predicación, realizó milagros tales como curar a los enfermos y levantar a los muertos. Pero la labor en la que concentró su mayor esfuerzo fue la de predicar las buenas noticias del futuro Reino de Dios que desde el cielo gobernaría a la entera humanidad y, no dejó de enseñar a la gente, día tras día (ver Evangelio de Mateo 4:23).
Aunque el principal motivo que Jesucristo tenía para predicar y enseñar a la gente era su amor a Dios, también lo hacía porque amaba las verdades que enseñaba. Para él, esas verdades eran valiosísimos tesoros, y tenía muchos deseos de darlas a conocer. Además, resalta la manera en que Jesucristo enseñaba. Vez tras vez dirigía la atención de sus oyentes a las Sagradas Escrituras. A menudo presentaba algún punto importante de los manuscritos bíblicos diciendo: “Está escrito” (ver Evangelio de Mateo 4:4; y 21:13). Para apoyar su enseñanza, Jesucristo citó de más de la mitad de los libros de las Escrituras Hebreas (Antiguo Testamento), ya fuera directa o indirectamente.
El rasgo de la personalidad de Jesucristo que más emociona a muchos es: su amor por la humanidad. El apóstol Pablo escribió: “El amor que el Cristo tiene nos obliga” (ver 2 Corintios 5:14). Cuando se piensa en el amor que Jesucristo le tiene a la humanidad en general, y a cada uno en particular, se siente uno conmovido y desea de todo corazón seguir su ejemplo.
La mayor muestra de amor de Jesucristo fue dar su vida para beneficio de la humanidad (ver Evangelio de Juan 15:13). Pero también demostró su amor de otras maneras a lo largo de su ministerio. Por ejemplo, sabía ponerse en el lugar de quienes sufrían. Cuando vio a María y a otras personas llorando por la muerte de Lázaro, se sintió profundamente conmovido. Aunque estaba a punto de resucitar a Lázaro, se sintió tan triste que “cedió a las lágrimas”… lloró en público, delante de los presentes (ver Evangelio de Juan 11:32-35).
En cierta ocasión, al comienzo de su ministerio, un leproso se acercó a Jesús y le dijo: “Si tan sólo quieres, puedes limpiarme”. ¿Qué le contestó Jesús? El relato indica que “él se enterneció”, y que a continuación hizo algo sorprendente: “Extendió la mano y lo tocó, y le dijo: ‘Quiero. Sé limpio’. E inmediatamente la lepra desapareció de él, y quedó limpio”. Jesús sabía que, de acuerdo con la Ley mosaica, los leprosos eran impuros. Sin duda alguna pudo haber curado de lejos a aquel hombre, sin tocarlo. Sin embargo, no sólo lo curó sino que le permitió sentir el contacto de otro ser humano –el mismísimo Jesucristo–, tal vez por primera vez en varios años. ¡Qué acto tan compasivo! (ver Evangelio de Marcos 1:40-42.)
Hoy día, quienes son discípulos de Jesucristo deben amar a su prójimo, y una manera de hacerlo es tratando de comprender sus sentimientos (ver 1 Pedro 3:8). Quizá no sea fácil entender cómo se siente una persona que padece depresión grave, una enfermedad crónica, o infecciosa como el COVID-19, especialmente si uno nunca ha pasado por algo así. Sin embargo, Jesucristo comprendió muy bien a los enfermos aunque él nunca tuvo problemas de salud. Hay que imitarlo…es necesario.
Durante los millones y millones de años que vivió Jesucristo en el cielo con su Padre –antes de venir a la Tierra–, “el primogénito de toda la creación” hizo muchísimas cosas. Era el compañero inseparable de Jehová Dios y trabajaba gustosamente a su lado, de modo que entre ellos dos se forjó la amistad más íntima que existe. Jesucristo no se limitó a observar la manera de actuar de su Padre, sus sentimientos y sus atributos; también asimiló todo lo que observó. Como consecuencia, este obediente Hijo de Dios llegó a parecerse mucho a su Padre; tanto que la Biblia lo llama “la imagen del Dios invisible” (ver Colosenses 1:15). Está claro, pues, que al seguir cuidadosamente los pasos de Jesucristo, también uno puede estrechar su amistad con Jehová.