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El Arzobispo de Yucatán, Monseñor Gustavo Rodríguez Vega, felicitó ayer a todas las madres en su día, las que viven y las que ya nos han dejado, en especial por aquellas que sufren por la lejanía de un hijo, por un hijo que anda en problemas, por un hijo enfermo o por un hijo muerto.

Dijo que esta vez la celebración fue distinta, pues no hubo serenatas ni flores ni comidas especiales ni visitas al cementerio, pero el amor de los hijos a sus madres es el mismo y no faltó una llamada telefónica como tampoco debió faltar una oración.

Comparó el amor de una madre, el cual suele ser el más grande y fuerte de todos los amores en este mundo, con el amor de Dios, quien lo tomó como ejemplo para expresarnos qué tan grande es su amor por nosotros sus hijos; el prelado citó dos textos del profeta Isaías para comparar el amor de Dios con el de una madre: “¿Puede una mujer olvidar a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaré” y “Como un niño a quien su madre consuela, así los consolaré yo”.

–El Hijo de Dios pudo haber venido al mundo de cualquier manera, pero quiso venir como todos nosotros, como dice la carta a los Gálatas: “En la plenitud de los tiempos envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer”. Y en medio de una multitud que acompañaba a Jesús una mujer exclamó: “Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron”. Pensemos en que Jesús pasó treinta años de su vida oculta conviviendo con su Madre, la santísima Virgen María: cuántas horas pasarían conversando y cuántas más orando juntos. Y en su vida pública, su Madre iba tras de Él como discípula, hasta llegar al pie de la cruz, donde su Hijo nos la entregó como Madre nuestra. En la familia de la Iglesia no puede faltar la Madre que Jesús nos quiso compartir: ¡María!, enfatizó.

Al comentar las lecturas explicó que la primera tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles presenta la elección de los primeros siete diáconos de la Iglesia. Ellos fueron elegidos para atender a las viudas en el servicio de caridad de todos los días. En aquel tiempo, la mayoría de las viudas eran mujeres totalmente desamparadas que vivían de la caridad de la gente, y en la comunidad cristiana se las atendía. Pero hubo quejas de que las viudas de los hebreos eran muy bien atendidas, y en cambio las viudas de los judíos griegos no lo eran tanto. “No cabe duda que hasta en las obras de caridad mete su cuchara el diablo. Debemos estar atentos, porque aún entre la gente buena, que se dedica a hacer cosas buenas, puede haber malos entendidos y hasta injusticias”, señaló.

Explicó que de aquella situación se valió el Espíritu Santo para crear la institución de los siete primeros diáconos. La gente los eligió y los presentó a los apóstoles, y ellos después de hacer oración les impusieron las manos para dedicarlos a este servicio; enfatizó que este ministerio ha perdurado hasta hoy en la Iglesia. Todos los seminaristas, antes de llegar al sacerdocio, deben ser ordenados diáconos y ejercer el diaconado al menos seis meses. Pero también hay hombres elegidos para ejercer el diaconado en forma permanente, y estos pueden ser casados o solteros. Mencionó que en Mérida hay un buen número de diáconos permanentes. Pidió a los fieles orar para que el Señor conceda tener diáconos de los pueblos y ciudades del interior del Estado que apoyen el ministerio de los sacerdotes.

Explicó que en la segunda lectura, tomada de la primera carta de san Pedro, el apóstol toma esta palabra para explicar una realidad teológica de todos los miembros de la Iglesia. Primero recuerda que el Señor Jesús es la piedra viva, rechazada por los hombres, pero escogida y preciosa a los ojos de Dios. Luego aplica esta palabra a todos los cristianos pues todos, como piedras vivas, vamos entrando en la edificación de un templo espiritual para formar un sacerdocio santo, destinado a ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios, por medio de Jesucristo.

—No nos extrañe que hombres casados puedan ejercer el diaconado, pues todo el pueblo de Dios, todos los miembros de la Iglesia, somos pueblo sacerdotal. ¿Cuáles son los sacrificios espirituales que tú puedes ofrecer? Todo lo bueno que tú hagas lo puedes espiritualizar ofreciéndolo al Señor: tus quehaceres del hogar, tus estudios, tu trabajo en el taller, en la oficina o donde sea, ofrecidos al Señor son sacrificios espirituales; pero hasta tu descanso, tu deporte, tu convivencia con los demás, tus enfermedades y tus penas, ofrecidas al Señor, son verdaderos sacrificios espirituales. En pocas palabras, toda tu vida, cumpliendo los mandamientos divinos, le vas ofreciendo al Señor la hostia de tu cuerpo, desgastándote poco a poco al servicio de Dios y de tus hermanos, expresó.

Al referirse al Evangelio de san Juan mencionó el mensaje que Jesús dio a sus apóstoles durante la última cena: “No pierdan la paz”. ¡Cómo necesitamos en medio de esta pandemia no perder la paz, y conservar la armonía interior, para aportar a la armonía familiar! Dice Jesús: “Si creen en Dios, crean también en mí”. Ese es el verdadero y profundo motivo de nuestra esperanza más allá de lo que está pasando. Si realmente creemos en Jesús, no hay nada que nos autorice a perder la paz.

Si Jesús nos asegura que en la casa de su Padre hay muchas habitaciones y que Él va a prepararnos un lugar, deberíamos estar muy contentos siempre. Cuánta gente se pone muy contenta por tener un lugar en un tiempo compartido en alguna playa, que le ha costado mucho dinero y que ni siquiera sabe si lo va a poder aprovechar, porque nadie tiene la vida segura, o porque un huracán o una pandemia o tantas otras cosas nos puede impedir disfrutar de ese goce. Pero nuestro lugar en el cielo Jesús nos lo asegura, y nuestros seres queridos que se nos han adelantado en el camino, una vez que lleguen al cielo, ellos también nos procurarán junto con Él nuestro lugar. La invitación ya está hecha.

Jesús les dice luego a los apóstoles que ya saben el camino para llegar a donde Él va: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre si no es por mí.” Seamos siempre atrevidamente sinceros con Jesús para que Él nos pueda conducir.

Jesús es el camino porque Él nos ha salvado con su pasión muerte y resurrección. Pero también es el camino porque es nuestro modelo del ser humano. Adán no sirvió como modelo, pero el nuevo Adán es modelo perfecto por su obediencia para seguir sus pasos.

Sin embargo, estas palabras de Jesús se vuelven incomprensibles para muchos que hoy en día niegan la verdad, al afirmar que no existe una verdad objetiva, sino que cada uno tiene su verdad. Negar la existencia de la verdad es una forma muy actual de ateísmo. Y muchos que viven este relativismo dicen creer en Dios, pero en realidad creen en su Jesús y en su Dios, que ellos mismos se han fabricado a su medida.

Y también para muchos se vuelve incomprensible el tema de la vida tal como la predica Jesús, pues si la vida la referimos solo a la experiencia mundana sobre la tierra, entonces quizá solo se le encuentre sentido a la vida si es feliz y llena de éxito, llena de experiencias satisfactorias, de lo contrario no se le encontrará sentido a la existencia. Pero para quien cree en verdad, la vida está en Dios, y esperará la vida en plenitud solo hasta llegar a Él, y los gozos, éxitos y satisfacciones de este mundo serán tan solo pequeños adelantos y estímulos para continuar adelante con fe y esperanza.

El Arzobispo de Yucatán recordó que Felipe, uno de los apóstoles contagiados por Jesús en su amor al Padre, le pide a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre y con eso nos basta”. Jesús le responde con este dulce reproche: “Felipe, hace tanto tiempo que estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? Quien me ve a mí, ve al Padre. ¿Entonces por qué me dices: ‘Muéstranos al Padre’? ¿O no crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí?”.

–El Padre nos será mostrado en la contemplación en la vida eterna, pero aquí en la tierra lo vemos solamente a través de Jesús. Continuemos adelante por el único Camino que nos lleva a la Verdad y la Vida: Jesús, concluyó.

(Elena Gómez)

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