Una vida transcurrida entre revoluciones, guerras y pandemias
VALLADOLID, Yucatán, 15 de junio.- Siempre he pensado de aquellas personas que tienen el privilegio de llegar a cumplir un siglo de vida, que Dios los toca por algo y los fortalece por lo mucho que aportan a la vida y la sabiduría que comparten a todos los que los rodean, pero con Mechita Bates, Dios y todos los Santos se lucieron para que hoy, 16 de junio de 2020, le regalaran 110 años de vida. Y qué enorme regalo, sin duda, poder celebrarlos rodeada del amor y los pacientes cuidados de sus hijos, nietos, bisnietos y una hermosa tataranieta.
María Mercedes Justiniana Bates Vidal nació escasos días después del levantamiento armado suscitado en Valladolid y que conocemos como La Primera Chispa de la Revolución Mexicana, donde su padre, el Coronel Donato Bates Herrera, tuvo activa participación junto con otros valientes vallisoletanos. En una interesante entrevista que le hicieron cuando cumplió una centuria, ella relata amenamente lo siguiente: “Cuando mi papá se metió a la revolución de 1910, era comerciante, tenía una tienda llamada ‘Aurorita’. Previendo que las cosas (de aquel levantamiento) no salieran bien, le pidió a don Manuel Gutiérrez lo ocultara en su casa. Su compadre le dijo que sí. Tenía una sascabera; mi papá llevó mercancía de su tienda, botellas con agua y un poco de todo por si acaso fracasaba. Eran cinco personas que fueron a ver a don Marcial Vidal para que escribieran el Plan de Dzelkoop y, como se sabe, el levantamiento fracasó esa misma noche.
“Después de eso mi papá llegó a su casa con un machetazo en la cabeza y le dijo a mi mamá: -Meche, anda con tus abuelos, la cosa está perdida-. Mi mamá estando en embarazada de mí fue brincando pozos y albarradas con una niña en brazos, que era mi hermana Eva, y así, con tremenda barriga hasta que salió a la otra calle, media esquina más, entró a la casa de sus abuelos y ¡ahí nací! Le di tiempo a mi mamá, hubiera nacido antes pero le di tiempo; nací tal como estaba programado”.
Muchas anécdotas han marcado la vida de doña Mercedes –mi querida tía Mechita- y cada una de éstas está salpicada de alegría, éxito, camaradería e inmensa bondad, como todas esas virtudes de las que goza y que le permiten repartirlas a su alrededor.
Su padre la conoció un año más tarde cuando pudo regresar al fin a casa, después de la afrenta y persecución, y junto a su abnegada esposa Mercedes Vidal Mena forjaron una familia muy respetada en Valladolid. Mechita, como cariñosamente le llaman hasta el día de hoy, junto con sus hermanos Rita (mi abuela), Eva, Delta, Paula, Elidé, Manuel, Adán y Martha, vivió una época de bonanza en su ciudad natal aunque por el trabajo de papá Donato se trasladaron un buen tiempo a la ciudad de Mérida donde cursó sus primeros años escolares.
Ella misma se define como una mujer muy alegre y sobre todo libre y esto le ha permitido el derecho de hacer de su vida como ella misma dice “lo que se me pegue la gana”. Se casó con el señor Víctor Mendoza Gómez el mismo día de su onomástico pero del año de 1931 (hoy celebraría también 89 años de enlace matrimonial) y de esa unión tuvieron cuatro hijos: Teresita de Jesús, cuyo nacimiento se dio en esa misma fecha pero de 1932, Víctor Manuel, José Isidro y Luis Felipe.
Don Donato, su padre, fue alcalde de la ciudad en el período 1923-1924 y su esposo ocupó el mismo digno cargo en 1950-1952 contribuyendo con su irrestricto apoyo y compañía en los trabajos realizados en beneficio de los vallisoletanos y de los pobladores con menores recursos. Siempre al lado de don Víctor, doña Mercedes fue solidaria y fiel compañera. Por muchos años su altruismo fue bien conocido y brindaban ayuda y sustento a los menos favorecidos.
Al fallecer mi abuela Rita, en 1955, mi madre y mi tío Carlos Jacinto, ante la penosa pérdida, recibieron desde entonces singular afecto y maternales cuidados de tía Mercedes. Cariño que fue cultivado y acrecentado a través de los años y hasta el último día de vida de sus amorosos sobrinos “Mimicita” y “Chintolo”, como cariñosamente ella los llamaba.
Ya casada y con sus hijos ya mayores se dedicó a una de sus más grandes pasiones: viajar con sus amigas por diversos rincones del orbe. Era grato escucharle cuando en reuniones familiares contaba con detalle las divertidas anécdotas de sus prolongados paseos por Brasil, Argentina, Japón, Italia, Bali y otros países y siempre aseveraba: “todo lo que mis ojos vieron y mi paladar disfrutó no tiene precio”. Cuando cumplió 100 años de edad, sus hijos y nietos le regalaron un paseo de crucero por islas y costas del Caribe. Fue tal la emoción del capitán y la naviera misma de saber que entre la tripulación se encontraba una dama festejando un siglo de vida, que la invitaron año con año a dichos paseos (Aún le deben el viaje de este año).
Entre hermosas y añejas retretas y elegantes bailes de salón que disfrutó al lado de tantas amigas en sus años de juventud, bailando mazurkas, valses y fox trots; los inolvidables viajes ya antes mencionados; los divertidos carnavales a los que le puso su singular alegría rodeada siempre de sus mejores amigas como Panchita Rosado, Dorita Novelo, María Chavo, Chelly Peniche, Rosita Esquivel, Nelly Baeza y otras distinguidas damas de la sociedad que eran infalibles en esas tan alegres fiestas en honor a Momo; con su calidez como anfitriona en su hermosa y solariega residencia en esos alegres festejos por su cumpleaños o las inolvidables cenas en Nochebuena y Año Nuevo en que nos convocaba a toda la familia, tía Mechita nos ha enseñado a ser felices y a encontrar siempre el lado positivo de las cosas a pesar de las adversidades. Su espíritu jovial contagia a quien la conoce y no hay entre sus conocidos quien no se sienta “sobrino” de la sin igual y cariñosa tía Mechita.
Hoy cumple 110 años y a pesar de este confinamiento festeja feliz agradeciendo por todo lo vivido. Más allá de un siglo en que ha sorteado guerras, revoluciones, pestes y otras tristes calamidades de la humanidad, para ella son sólo experiencias y capítulos de su propia vida, pero para los que estamos familiarmente cerca de tan ilustre dama, lo que eso representa es precisamente lo que escribí en las primeras líneas: ¡Mercedes Bates Vidal está tocada y bendecida por Dios! Y para quien no lo sepa, ella aún baila a muy buen ritmo, juega Solitario, resuelve crucigramas, toma cotidianamente medio vaso de espumosa cerveza y además expresa con enorme gratitud: “no uso anteojos porque veo perfectamente bien lo que necesito ver y tampoco tomo medicinas porque no me duele absolutamente nada”.
Esa es Mechita Bates, una mujer de muchos quilates del oro más puro y preciado; una dama que sigue entre nosotros derramando bondad y cariño sin par. Dice estar lista para el viaje eterno, pero por supuesto que nadie le cree si su vitalidad y entusiasmo es mucho mayor que la de la Orquesta Típica Yukalpetén completa cuando interpreta “Vallisoletana”, que es un himno a la mujer oriental y de la que fue musa e inspiración en esos hermosos versos nacidos de la prodigiosa pluma de su hija, la laureada poeta Teté Mendoza Bates de Loría.
Pedimos a Dios le dé paciencia –y eso le sobra también- porque le falta hacer aún esos prometidos viajes en crucero, pero lo que es mejor aún: lo que nos queda por seguir disfrutándola y aprendiendo de sus inagotables y encantadoras charlas tan llenas todas de mágicas y sorprendentes historias; vivencias claras narradas con total lucidez y pletóricas de una sabiduría prodigiosa que sólo puede tener privilegiadamente una hermosa mujer, como ella, que a diario ora y pide para seguir viviendo inmensamente feliz como desde el instante mismo de su nacimiento en esos lejanos años de rebeldía, blasón que por cierto también lleva con innegable orgullo tatuado en un rincón de su amoroso corazón.
(Texto y foto: Leonel Escalante)