En Motul, Danadi trabaja entre adultos, ocupando el tiempo que le dejó libre la pandemia cuando cerraron su escuela.
Danadi no usa cubrebocas, lleva un paliacate rojo cubriendo medio rostro. Su baja estatura destaca entre los hombres que andan por el panteón de Motul, sin embargo su trabajo es equiparable al de los adultos cuando toma una pala, jala un improvisado vehículo para la carga o levanta la tapa de un féretro para exhumar un cadáver.
La pandemia de COVID-19, que se padece desde hace más de tres meses en México, llevó a Danadi de Jesús Guillén Flores a ayudar a su padre en el peculiar oficio, que por la enfermedad provocada por el coronavirus tuvo más demanda: enterrador.
El niño, que gusta de cantar Hip-hop, asegura que no tiene miedo al realizar la labor generalmente desempeñada por adultos. Lo único que no le gusta, dice entrevistado en el mismo camposanto, es “sacar los huesitos”.
El cementerio de Motul de Carrillo Puerto, municipio ubicado en el norte de Yucatán, ya no cuenta con espacios para dar sepultura a más difuntos; por lo que actualmente se realizan labores para abrir al menos 20 fosas más.
A tan sólo 35 kilómetros de Mérida, Danadi ha ocupado así su tiempo libre ante el aislamiento social, mientras cientos de personas desde el pasado fin de semana optaron por volver a las playas y a pasear.
Orgullo
Daniel Guillén, el padre y maestro de Danadi, se dice orgulloso de su hijo y de que éste trabaje en el panteón; no por ello deja de lamentar que el menor por ahora no pueda ir a la escuela y aprenda el oficio para ganarse unos pesos.
La familia Guillén es originaria de Chetumal, Quintana Roo, pero curiosamente fue también una enfermedad la que la llevó a Mérida: el cáncer.
La abuela de Danadi tenía este padecimiento incurable y finalmente murió en Yucatán, por lo que optaron por avecindarse en Motul, donde el niño conocido también como “Cuquito” asiste a la escuela primaria “Rafael Moguel Gamboa”.
Manuel May, el responsable del cementerio, fue quien contrató a Daniel Guillén. Su historia es coincidente, pues cuenta que tiene 50 años trabajando entre tumbas, al igual que su padre que también fue sepulturero ahí durante tres décadas; de quien aprendió el tenebroso oficio.
La tarde del martes Danadi realizaba una jornada más de labor, limpiando tumbas, remozando fosas e incluso abriendo los ataúdes que ya están a ras de suelo; cuando junto con sus compañeros de trabajo tuvo que acercarse donde un grupo de personas despedía a un ser querido.
La escena de dolor frente a los ojos del niño de 11 años se desarrolló ante la mirada serena, que le hacía parecer de más edad. Fue un día más de trabajo.
Por Luis Pérez Guarneros