Celebrar la Navidad ya es un compromiso generalizado al menos en el mundo occidental; sin embargo, la manera de hacerlo es especial dependiendo del lugar donde se haga. Los pueblos de la Península de Yucatán son un ejemplo de cómo la magia de la región puede aportarle un toque distinto a esta fiesta familiar.
Diferente a las tradiciones del Centro del país, donde las posadas sirven para conmemorar el pasaje bíblico del camino de María y José en las vísperas del nacimiento de Jesús, en este lado del Sureste, las familias usan una rama seca decorada con esferas, escarcha, cintas de colores, una imagen de la Virgen María, farolitos o quinqués y un saco o bote para meter dulces.
Toda esta composición de iconos conforman la carta de presentación de grupos de niños, amigos o vecinos que con cánticos apelan a la bondad del barrio para compartir la merienda, en un ambiente lleno de bailes y música.
“Naranjas y limas, limas y limones… Ya se va la rama muy agradecida porque en esta casa fue bien recibida”, se oye en aquellos sitios donde la convivencia fue una experiencia digna de la tradición.
Si esto no fue así, no hay razón para dejar de cantar: “Ya se va la rama muy desconsolada porque en esta casa no le dieron nada”, suena en esas raras ocasiones en las que no hubo un espacio para esta bella tradición comunitaria.
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jcl