La evidencia científica demuestra que el uso de cubrebocas reduce el contagio de COVID-19, pero dejarlo tirado en las playas lo convierte en un desecho peligroso, que también afectará a las costas del caribe mexicano, pues tardará más de 170 años en degradarse, ya que está hecho del mismo material con el que manufacturan los popotes.
Y es que, en estos días de Semana Santa, en los que se espera mayor afluencia de vacacionistas, investigadoras en residuos plásticos y en ecología advierten que sin duda habrá cubrebocas que terminarán en el mar, lo cual representa un peligro para la fauna marina, ya que pueden ingerirlos o atorarse en ellos.
La investigadora especializada en gestión y procesos de residuos sólidos de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), Alethia Vázquez Morillas, explicó que el riesgo más importante en las playas es que los cubrebocas enteros pueden atorarse en las especies marinas o se los pueden comer por error al confundirlos con alimento.
Además, pueden depositarse sobre el coral, complicando su oxigenación y todos estos problemas se van a potenciar cuando se fragmenten, porque al ser más pequeños es más probable que alguna especie marina, ave o mamífero acuático los pueda ingerir.
“Estos materiales no son venenosos, pero tienen una característica: repelen el agua y actúan como una especie de imán para otros compuestos contaminantes como hidrocarburos y pesticidas, pues los atrae y atrapa, entonces si un pez o un ave se lo come, no solo ingieren el plástico que les va a afectar sus procesos digestivos, sino que está consumiendo estas sustancias contaminantes que se pudieron haber pegado y esas sí son tóxicas”.
En este asueto de Semana Santa, algunas playas permanecerán cerradas, pero otras sí abrirán al público y los turistas que olviden o dejen tirados estos desechos plásticos que los protegen de un posible contagio no perciben el daño que los cubrebocas pueden causar a la biodiversidad marina, porque “no hay conciencia de que tardan años en degradarse y su presencia en el mar representa una alteración que a largo plazo afecta a los propios humanos”, advirtió Gabriela Jiménez Casas, investigadora del Instituto de Ecología de la UNAM.
Aunque hay diversos tipos de cubrebocas, la especialista Vázquez Morilla explicó que la mayoría son desechables y están hechos de polipropileno, que es el mismo material con el que se fabrican los popotes, solo que están procesados de una forma distinta, que le da una característica textil y lo hace ver diferente a lo que ubicamos como plástico.
Este tipo de materiales se van degradando poco a poco en el ambiente como consecuencia de la radiación UV del sol, aunque también por la fricción al ser arrastrados por la arena “y entonces lo que podemos esperar de los cubrebocas que terminen en las playas es que se vayan fragmentando poco a poco y pueden llegar a dar origen a microplásticos”.
En entrevista, alertó que como miles de desechos plásticos que terminan en el mar, los cubrebocas se suman al daño que éstos causan en la vida marina y representan un riesgo difícil de cuantificar, porque no se puede saber en cuánto tiempo van a afectar al ecosistema del mar, “pero sí es un riesgo potencial elevado, sí hay alta probabilidad de que ocurra algo con los cubrebocas que quedan cerca del mar”.
Otro riesgo implícito que señala la especialista en residuos plásticos es que al ser un material que estuvo en contacto directo con la saliva de las personas y que algunas pueden tener el virus de COVID-19, pero son asintomáticas, es un riesgo para las personas que limpian las playas.
Por ello, ambas investigadoras coincidieron en que es necesario que los hoteles, restaurantes, bares y las propias autoridades instalen contenedores en las playas para que los ciudadanos no terminen dejándolos tirados, porque están hechos de un plástico muy resistente que se puede moldear bien, pero tarda años en fragmentarse y representa un riesgo para las playas que no vemos, pero que a largo plazo ocurrirá.
SY