Mil 497 años después de la fundación de Chichén Itzá, aún puede sentirse el enorme poder de Kukulcán cuando desciende con fuerza del cielo en una sucesión de 7 triángulos de luz que configuran todo su cuerpo luminoso y se deposita suavemente sobre su cabeza pétrea al inicio de la escalinata, luego de recorrer también los 9 basamentos del inframundo, exhibiendo su dominio sobre los cuatro puntos cardinales, el centro, el cielo y nuevamente del inframundo.
Unas 8 mil 800 personas de nuevo se reunieron al pie del Castillo, un gigante calendario piramidal, para recibir con los brazos abiertos a Kukulkán, la legendaria serpiente emplumada, el dios hacedor del universo, que se anticipaba a Chaac para agitar su enorme cola para que las aguas corran limpias sobre la tierra del Mayab.
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Desde abajo, los ojos atónicos miraron al dios maya que solo aparece completamente durante 10 minutos cada equinoccio de primavera, tan efímero y tan esplendoroso, pero que su descenso dura más que eso. La gente gritaba ¡Kukulkán!, ¡Kukulkán! y esa voz hacía eco en las paredes antiguas de este sitio esplendoroso. A ratos una terca nube se oponía a este descenso y las manos unidas en aplausos hacía de nuevo la magia de su aparición. El dios siempre jugando con los seres humanos.
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De 4 a 5 de la tarde, la Serpiente Emplumada mantuvo atento a miles de ojos humanos y de ojos digitales, de cámaras que no perdían ni un instante de este tiempo efímero y al mismo tiempo eterno. Fue la apoteosis de un fin de semana intenso, de 11 mil 500 visitas en domingo y de otras 6 mil 600 el sábado, todos para llenarse de la energía solar y de las buenas esperanzas de Chichén.
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MG