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Campeche

Elaboración de pibipollos, tradición que prevalece en Campeche

La elaboración del pibipollo representa el funeral de las malas almas que al sacarlas se convierten en buenas.
Algunas familias comienzan los preparativos meses antes, con la engorda de los animales a sacrificar. Foto: Lucio Blanco.
Algunas familias comienzan los preparativos meses antes, con la engorda de los animales a sacrificar. Foto: Lucio Blanco.

En Campeche aún se conserva la tradición de realizar los pibipollos, un alimento que es herencia de los mayas y que perdura aún con la presencia de un virus que prohíbe las reuniones familiares.

La familia Ye Ehuan, es una de las pocas que replican las tradiciones, no sólo de preparación, sino de los preparativos.

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El trajín inicia a temprana hora del 1 de noviembre, pero los preparativos pueden comenzar cinco meses atrás, pues comienzan con la crianza del cerdo y pavos que destinan exclusivamente para esta celebración.

Por la mañana del 31 de octubre, las mujeres empiezan el ajetreo, y mientras una prepara el maíz, otra enciende la leña que previamente trajeron los hombres, junto con las hojas de plátano. Los jóvenes preparan el hoyo que servirá de horno.

Posteriormente se sacrifican a los animales: un pavo, tres gallinas y el cerdo.

Al otro día, cerca de las 06:00 horas del 1 de noviembre, toda la familia se reúne en el patio trasero, donde cada quien de manera coordinada sabe cuáles son sus funciones, pues unos muelen granos de elote para preparar la masa, otros preparan la carne.

Los hombres colocan la leña y piedras que servirán como comal, debajo se dejan pedazos de madera, hojarasca y ramas iniciarán la combustión.

Cuando la masa ya está lista, todas, de nueva cuenta, como una fábrica se distribuyen en una mesa de dos metros aproximadamente, en toda la extensión se organizan qué función tendrá cada una. La primera amasa y prepara una especie de recipiente elaborado con la masa, la segunda, coloca carne; la tercera pone el kóol, que es una mezcolanza de masa, achiote y especias. Seguidamente se le agrega cebolla, tomate y hojas de epazote, posterior a ello se le coloca una tapa, también hecha con la masa.

Así continuó el proceso hasta elaborar 35 pibipollos, pues como cada año, llegaría el resto de los familiares.

Oneyda del Carmen Ye Ehuán, la mayor de los hermanos, aseguró que el protocolo va más allá de una simple tradición, pues es un ritual para recordar a quienes ya no están en este mundo.

“Yo, desde los tres años empecé a vivir estas tradiciones, mis abuelos, mis papás, ahora mis hijos y mis sobrinos. Es algo que no debe acabar, algo que debemos tener tan presentes como la memoria de nuestros seres queridos”, explicó.

Purificación

De acuerdo a su herencia familiar, la elaboración del pibipollo representa el funeral de las malas almas que al sacarlas se convierten en buenas. Las presas de carne son el cuerpo, la masa el ataúd y el proceso de entierro, la sepultura de las malas vibras; al extraerlo, ya están purificadas.

Actualmente con la pandemia se redujo la reunión familiar, aunque todos los hijos se presentaron, no ocurrió lo mismo con los nietos ya que, para lograr tener una Sana Distancia prefieren no asistir.

Una vez enterrado, esperan dos horas para que el alimento se cocine, tiempo que refirió Oneyda es el exacto y el pretexto para entablar comunicación entre los integrantes de la familia.

“Es momento para que hablemos, para que limemos asperezas si es que existen, para que recordemos anécdotas y sobretodo, para que seamos felices, es por todo ello que la tradición no debe morir”. 

Unos 120 minutos después, el pibipollo emana olores de leña y carne, distintivo del alimento maya. Entre los hermanos se acercan al hoyo y con ayuda de palas extraen el pib, lo colocan en bandejas y como hormigas obreras, uno a uno lo traslada a la mesa principal,  donde ya se encuentra el resto de la familia reunida para estrechar los lazos de amor.

En la mesa, ya cada quien tiene su rebanada de pibipollo, alimento ancestral que en 2020 se niega a desaparecer de la familia Ye Ehuan.

Por Jorge Chan

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