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Cultura

Víctor Salas, ante las mulas de la realidad

Conrado Roche Reyes

III y última

–Dada esa especie de veto de que hablas en la segunda parte de esta entrevista, ¿Qué opinión te merecen los políticos?

–La política la considero indispensable para el artista. Es fuente de inspiración, compromiso con la propia vida y la de los demás y hay que estar en ella para hacerle entender a los políticos, quienes no son muy entendidos, sobre la importancia de cubrir renglones que escapan a sus límites mentales. A nadie se le debe dejar el paso libre para que ejecuten omisiones torpes. Desde el ámbito político se puede exigir con mayor eficacia, que desde la esquina de la ausencia. A los políticos hay que ponerles enfrente de la nariz sus olvidos, a veces voluntarios; hay que sacarlos de sus argumentos chatos acerca de cubrir las necesidades mayores de la sociedad (hospitales, escuelas) y dejar para después las necesidades espirituales.

–¿A quién beneficia más una carretera, al comerciante, al transportista, el empresario camionero o al productor de verduras?

–Hay una realidad, los primeros aumentan sus riquezas y los segundos siguen con sus salarios de escasez. Las cosas políticas no cambian desde afuera. La fuerza para ello se toma desde adentro. Hay que militar, ser partidista, tener cultura y opinión pública, ser demandatario, exigir lo que nos corresponde, aunque seamos una minoría que requiere de cosas, de resultados incalificables para la sociedad desprotegida. Mientras halla grupos de políticos que viajen en avión para darles buenos días a las flores de lugares diferentes a su propio territorio, no se justifica que te digan que no hay recursos para un evento de arte o para la creación de un espacio de arte. Los políticos se jubilan, se enriquecen y privilegian su salario al proporcionarse exenciones de todo gasto. A nosotros el salario nos sirve para pagar todo paso que damos, desde que abrimos la pestaña al rayo del sol. Para ellos, el salario es cuenta de ahorros, ya que desde su posición se paga todo; médicos, hospitales carros, gasolina, alimentos, chóferes y todo lo que significa traslado y tránsito de su humanidad cotidiana. En política las cosas han cambiado de forma. Antes se mentía con la retórica, la metáfora, con el disfraz del lenguaje, con el bordado verbal, la filigrana de la oratoria. En nuestros tiempos, desde Fox, desde el uso de la mercadotecnia tercermundista, se puede jurar, utilizar hasta el nombre de Dios con tal de conseguir la posición política de máxima altura y resultar todo un embuste. Ya no se miente ante las masas populares reunidas en plazas y explanadas, ahora el engaño viene desde la televisión, desde la imagen fabricada por especialistas en la mentira. Sabemos que cualquier anuncio publicitario de cualquier producto, no te está vendiendo en realidad lo que te ofrece. A eso ha llegado la política.

–¿Lo debemos permitir como artistas?

– Mi postura siempre ha sido adversa. Sostengo que tenemos que ser críticos, denunciantes de esas realidades.

La danza tiene avances innegables, pero fuera de las instituciones dedicadas a ella. La Escuela de Bellas Artes no es muy buena que digamos y no puede ser de otra manera, porque mucha gente que detenta los puestos de decisión y responsabilidad profesional tienen una burbuja de aire en el cerebro. Muchas de estas personas saben de otras profesiones como educación, pedagogía, pianística o charlatanería, pero de ballet no saben nada. Si no fuera así –después de más de sesenta años de enseñanza de ese arte– tendríamos bailarines que no vemos por ningún lado. Cuba es joven en el ballet y desde el inicio de su revolución, a los cuatro o cinco años de ella, las llamadas “cuatro joyas” (Aurora Bosch, Mirta Plá, Josefina Méndez y Loipa Araújo) ganaban premios en festivales como Varna, Rusia, Japón y París.

Todos los gobernantes llegan muy comprometidos con diversos grupos sociales. Esos compromisos se traducen en dar cargos a una enorme cantidad de amigos, parientes y recomendados de ambas columnas. Es de ese modo que llegan directores, secretarios y un sinfín de empleados que a veces perjudican en sus espacios laborales, pues al saberse “recomendados” escupen su estatus en vez de demostrar sus cualidades laborales. ¿Qué hacer, Conrado? Un político honesto y consciente de esa realidad debería de crear una “oficina de lastre”, un lugar a donde pudiera mandar a sus insalvables recomendados. Todos estarían felices: los que tiene que trabajar harían lo suyo y a quienes le dieron un hueso para roer tendrían la oportunidad de reunirse todos los días a tomar bebidas light, fumar pitillos, hartarse de fritangas o salir a dar paseos a las tiendas del comercio. Sería como un fondo económico para los cuates del gobierno en turno. Esta decisión evitaría inconformidades, como la desigualdad salarial entre un recomendado y un trabajador real. También se evitarían muchos errores en las oficinas del gobierno. Los recomendados son una carga contraproducente en cualquier instancia, ya que la mayoría se sienten poderosos y con derechos a todo tipo de arbitrariedades. Estamos en la modernidad, ¿no? Ella conlleva realidad. La recomendocracia es una realidad que obstruye e impide el avance del arte en nuestra ciudad.

Fíjate, Conrado, la danza en Bellas Artes ha vivido esa realidad desde hace ya mucho. Cualquier gobernante se preguntaba: ¿A dónde puedo mandar a perenganita, hija de fulanita, que no es útil ni aquí ni allá?. ¡Ah, qué vaya a Bellas Artes! ¡Qué le busquen algo allí, que la pongan a dar clases de lo que sea! Esa realidad se aplica a muchos escenarios de la labor política. Ningún político ha intentado corregir esa realidad, ¿no es hora de comenzar a planteárselo?

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