Pedro de la Hoz
Me niego a mirar la foto del joven abatido la noche del 10 de enero de 1929 en la encrucijada de las calles Abraham González y Morelos en Ciudad de México. Se sabe de dónde partieron las balas asesinas; por mucho que oscuros intereses políticos intentaron involucrar en el crimen a la dama que lo acompañaba entonces, las pruebas develaron que la orden venía del sátrapa que ocupaba la presidencia de Cuba y que los ejecutores respondían al mandato de este.
La imagen de Mella que permanece, y de la que todos, cubanos y mexicanos, gente de buen corazón y probada sensibilidad aquí, allá, antes y ahora, en cualquier parte del mundo, se han apropiado por su irradiación simbólica, es precisamente la que captó aquella mujer excepcional que amó al joven revolucionario, revolucionaria ella misma y adelantada como él a su época, la italiana Tina Modotti.
¿Quién era Julio Antonio Mella? ¿Por qué había que eliminarlo? ¿Qué dotes de liderazgo poseía para tan solo entre 1922 y 1929, haber fundado o participado en la creación en Cuba de las revistas Alma Mater y Juventud; el Grupo Universitario Renovación, la Federación Estudiantil Universitaria, la Universidad Popular José Martí, la Federación Anticlerical de Cuba; la Confederación de Estudiantes de Cuba; el Instituto Politécnico Ariel; la Sección Cubana de la Liga Antimperialista de las Américas; y en México, donde fue arrojado al exilio político, la Asociación de Nuevos Emigrados Revolucionarios Cubanos (ANERC); el comité Manos Fuera de Nicaragua (MAFUENIC), la Liga Nacional Campesina Mexicana, la Asociación de Estudiantes Proletarios de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de México, junto a su órgano propagandístico Tren Blindado, y el Instituto Mexicano de Investigaciones Económicas?
Por si fuera poco, cargaba con un estigma: Mella se contaba entre los fundadores del primer partido marxista leninista en Cuba. Eso sí, nunca fue un comunista ortodoxo. Como el peruano Mariátegui, encarnó la idea de que el socialismo en América era creación heroica. De ahí que debatiera con cabeza propia, combatiera dogmas y tuviera presto el oído a todo lo que fortaleciera, y no dividiera, las filas revolucionarias. Prueba suprema la de los últimos meses de 1925, cuando bajo la falsa acusación de terrorismo fue encausado por la tiranía de Gerardo Machado.
Mella se declaró en huelga de hambre. El Partido criticó que ese no era el método de lucha. El joven obvió la indicación y prosiguió la huelga. Un movimiento solidario popular presionó al dictador a tal punto que a este no le quedó más remedio que liberar a Mella, quien tendría que buscar refugio en México. Lo correligionarios del líder o sancionaron con la separación temporal de sus filas. En tierras mexicanas también polemizó con la cúpula comunista por el manejo de la cuestión obrera.
En este país conoció a Tina Modotti en medio de terribles circunstancias: la escasez de recursos, la muerte de su primera hija y la depresión sufrida por el regreso repentino a Cuba en 1927 de su esposa Olivia Zaldívar y de su segunda hija recién nacida, mientras él se hallaba en una corta estancia en Estados Unidos.
Tina y Julio Antonio se conocieron en 1928 en la redacción de la revista El Machete, órgano de los comunistas mexicanos. Ella venía de ser amante, amiga y discípula del fotógrafo norteamericano Edward Weston y de noviar con el pintor mexicano Xavier Guerrero. Con el cubano estableció una relación intensa y apasionada, justo en los momentos en que alcanzaba la plenitud de su concepción del arte fotográfico. En su interior maduraba el anhelo de llevar la fotografía hasta sus últimas consecuencias estéticas y la necesidad de participar activamente en la transformación revolucionaria de la realidad.
Las mejores fotografías de Mella fueron realizadas por Tina: el retrato que acompaña esta nota, el del sombrero de cazador aventurero, el de la cabeza que reposa sobre la yerba, el de la desnudez. Tina defendía una filosofía en el arte: “Si mis fotografías se diferencian de las que generalmente se hacen, se debe a que no trato de producir arte, sino fotografías honestas, sin recurrir a trucos ni artificios; mientras la mayoría de los fotógrafos continúan buscando efectos artísticos o la imitación de otras expresiones plásticas. Lo cual produce un efecto híbrido, que no permite distinguir en la obra su característica más significativa: su calidad fotográfica”. Bajo esa premisa, más el ardor de los sentimientos, nos legó la imagen más entrañable de la personalidad de Mella.