Pedro de la Hoz
El 12 de octubre de 1969 murió el beatle Paul McCartney. Lo mató la llamada telefónica de un joven supuestamente llamado Tom, también supuesto estudiante universitario, al ponerse en contacto con el pinchadisco Russ Gibb durante la transmisión de un programa de radio de la emisora WKNR-FM, con base en Dearborn, en el estado norteamericano de Michigan.
Lo que parecía una broma de mal gusto tomó bien pronto aire de leyenda. Dearborn apenas rebasaba la cifra de 50 000 habitantes y Gibb no pasaba de ser un oscuro productor radiofónico que satisfacía las peticiones musicales de los automovilistas nocturnos y los parroquianos de los bares de la periferia.
A todas luces, el enmascarado Tom –nunca dio la cara– era fanático de las teorías de la conspiración. En su llamada a la cabina de transmisión, sugirió a Gibb que reprodujera el tema Revolution 9 –no confundir con Revolution–, grabada entre el 30 de mayo y el 21 de junio de 1968 en Londres e incluida en la placa The Beatles (The White Album), décima entrega de estudio del cuarteto británico lanzado al mercado el 22 de noviembre de ese año.
Revolution 9 tenía mucha tela por donde cortar. Se iba de las normas habituales de duración de los cortes de los discos de la época: ocho minutos y medio. Más que una canción, resultaba una especie de collage sonoro que integraba fragmentos de otras pistas y diversas fuentes. Si bien prevalecía la estética pop-rock, se advertían influencias de los procedimientos de la música concreta.
Aunque en los créditos de autor aparece el binomio Lennon-McCartney, se sabe que este último no participó en la grabación, salvo en la cita un pasaje de piano al inicio, tomado de una pieza inconclusa. La impronta de Lennon está presente desde la misma motivación –años después hablaría del impacto de los acontecimientos del Mayo francés del 68 en su espíritu– hasta en la aportación de elementos musicales, tarea en la que contó con la colaboración de George Harrison, Ringo Starr y, por supuesto, la influyente Yoko Ono, cuya relación con John decidió muchas cosas en la carrera de éste.
La ausencia deliberada de McCartney en la grabación de la obra –nunca estuvo convencido de que debía incluirse en el álbum en construcción y hasta armó una perreta por dejarla fuera– ayudó a dar pie a la fabulación del oyente Tom en su llamada a Gibb del 12 de octubre de 1969.
Tom le dijo a Gibb que la clave estaba en escucharla al revés. Que la frase turn me, dead man (excítame, hombre muerto) aludía a la muerte de Paul, quien había sido reemplazado por un doble. Años después Gibb recordó: “Todo el asunto simplemente explotó. Los teléfonos no paraban de sonar. La gente llamaba con sus propias pistas. Fue interminable, realmente un fenómeno. Por un tiempo, parecía que realmente podría ser cierto”.
Gibb nunca dio con la identidad de Tom, pero curiosamente dos días después en el periódico Michigan Daily, otros dos estudiantes universitarios con existencia real, Fred LaBour y John Gray, publicaron un artículo sobre la teoría de la muerte de Paul, basándose esta vez en signos ocultos en la foto de portada del álbum Abbey Road.
La especie comenzó a darle la vuelta al mundo. Gibb, con las baterías puestas, cambió su espacio radiofónico y lo reconvirtió en el programa Complot Beatles, dedicado exclusivamente a comentar la posibilidad de que la noticia de la muerte de Paul y su sustitución por un doble –sería en todo caso el doble perfecto– fuera cierta.
El pinchadiscos sacó mucho más provecho del episodio. De Dearborn emigró a Detroit y de la modesta cabina de transmisión saltó al Grande Ballroom. El emblemático local de Detroit fue una parada clave para los artistas en los años 60 y principios de los 70, con actuaciones de The Who, Led Zeppelin, Cream, Janis Joplin y The Grateful Dead, así como artistas con sede en la ciudad como MC5, Ted Nugent y The Stooges. Alguien dijo que el Grande era “uno de esos lugares, a los que tenías que tocar cuando llegabas a Estados Unidos; Si tocabas ahí, se sabía que eras importante”.
De vez en cuando la leyenda PID (Paul is Dead) se recicla. Una de las últimas sucedió a raíz de la publicación en 2015 de un cable de WikiLeaks que reflejaba una comunicación entre el oficial de Scotland Yard, Jills Templeton, activo en 1966 y el notario Edward Wallance acerca de la existencia de un acta de defunción en la cual se detallaba la supuesta muerte del beatle atropellado por un camión en la intersección de Abbey Road y Belsize Road y la necesidad de ocultar el hecho para no estimular “el suicidio masivo de los fans” de la agrupación.
Fue imposible entonces confrontar a los testigos. A Templeton y Wallance se los tragó la tierra. Gibb murió el pasado 30 de abril en Detroit. Paul McCartney, a los 77 años de edad, sigue vivo y coleando. Acaba de anunciar el lanzamiento de dos temas de reciente factura, In a hurry y Home tonight, que saldrán el 29 de noviembre en una edición de lujo en vinilo. Y como el tiempo todo lo cura, el pasado miércoles 9 de octubre recordó a John de cumpleaños ese día publicando en Instagram una foto en la que se les ve juntos en una conferencia de prensa a mediados de los 60, calzada por la inscripción: “Feliz cumpleaños John de todos nosotros”.