Jorge Cortés Ancona
En tiempos en que mujeres inglesas protestaban por el derecho al voto femenino, las llamadas sufragistas, una de sus lideresas fue golpeada por la policía y enviada a la cárcel, con el beneplácito de buena parte de la opinión pública británica. Las voces de protesta fueron escasas.
Poco año antes, la National Gallery de Londres había adquirido La Venus del espejo, de Velázquez, por un precio elevadísimo para la época. Se polemizaba acerca de la conveniencia de esa adquisición, por cierto el único desnudo del pintor español, pero a la larga el óleo terminó aceptándose y hasta la fecha es uno de las piezas más valoradas de ese museo.
Dentro de ese contexto de represión y discusiones, Mary Richardson, otra sufragista, entró a la National Gallery con la firme intención de dañar la Venus de Velázquez, lo cual llevó a cabo en breves momentos con una pequeña hacha. Fue detenida y enviada a la cárcel, con la consiguiente indignación de la gente por haber dañado una obra de arte tan valiosa.
Las quejas fueron muchas y el sentido final de las respuestas de esta sufragista fue muy claro: la sociedad protesta por el daño causado a la mujer pintada pero se calla ante la agresión a la mujer real, a la que verdaderamente le duelen los golpes infligidos.
Esta forma de protesta y la respuesta tienen un alto valor significativo y si se hubiera efectuado en tiempos actuales se habría podido considerar como una acción propia del arte conceptual.
Y debe resaltarse como un hecho muy importante que los cortes que la sufragista hizo a ese óleo pudieron considerarse como “limpios”, pues tuvo el cuidado de hacerlo procurando que el daño no fuera irreparable. En efecto, la obra de arte pudo ser restaurada a plenitud, salvo unos cuantos milímetros que, según dicen los expertos, ni siquiera son notorios.
Señalo esto para remarcar un modo en que se puede hacer una protesta simbólica, generadora de conciencia, sin que se afecte al patrimonio cultural de un pueblo o país. Aunque yo no habría estado de acuerdo con el daño que se hizo a la obra del pintor barroco español, a fin de cuentas un acto riesgoso, no dejo de reconocer la intención persuasiva que alcanzó en ese año 1914, sobre todo para llamar la atención acerca de la violencia que se ejercía contra las mujeres que exigían el derecho a una participación política.
Aquel era otro contexto histórico y nacional. En tiempos actuales no veo mal que se puedan hacer protestas teniendo como punto de concentración determinados iconos representativos de una ciudad o Estado. Pero que se hagan sin destruir ni alterar bienes públicos o privados. Los daños a los seres humanos y a los predios y monumentos pertenecen a ámbitos distintos y aunque lacerar a una persona sea evidentemente mucho más grave que hacerlo a una obra de arte, tanto una como otra merecen cuidarse y respetarse.
Supongo que entre quienes han participado en protestas recientes en nuestra ciudad figura gente con conocimientos de artes visuales, literatura y comunicación. ¿Por qué no efectuar acciones que pueden ser llamativas, convincentes y reproducibles con efectividad comunicativa sin que se causen afectaciones a bienes públicos, que a final de cuentas le cuestan a la sociedad?
Hace unos días un grupo de ambientalistas protestó en París contra una empresa petrolera ante la pirámide de vidrio en el exterior del Museo del Louvre y la mancharon estampando varias veces sus manos embadurnadas de melaza. Pero ellos aclararon que esas manchas serían fáciles de limpiar. Su acción en sí y sus consecuencias serían de poca duración y los daños fácilmente reversibles. A la vez, las fotografías y videos le darían la vuelta al mundo y perdurarían, haciendo efectiva su protesta.
Celebramos que haya voces que en las calles y plazas expresen sus reclamos y desacuerdos, muchos de ellos en verdad justos y urgentes de resolver, pero también será importante que haya más imaginación y creatividad para no tratar de corregir un daño causando otro daño, obstaculizando tanto la resolución de uno como la reparación del otro.