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Cultura

Jessye Norman en la cúspide

¿Qué misterio esconde esa voz prodigiosa? ¿Acaso un perfilado aparato técnico? ¿O más bien la gravedad aurea de quienes al dominio de la música añaden pasión, coraje, intelección y poesía? Cada vez que escucho a Jessye Norman me convenzo más de esos atributos. Escribo en tiempo presente porque me es difícil, no a mí sino a muchos, hacernos a la idea de que ella no estará más, de que se ha ido el martes último en Nueva York, doblegada por las secuelas de una dolencia en la médula espinal que arrastró durante los últimos cuatro años. No voy a discutir el juicio del crítico español Arturo Reverter, quien consideró excesiva la comparación de la cantante norteamericana con Lotte Lehmann al comentar la nota de un colega que calificó la interpretación del papel de Elisabeth en Tannhauser, de Wagner, por la Norman como “la voz más grande” desde la diva alemana en esos menesteres. Allá los que miden el arte con centímetros. A la Norman hay que tasarla por lo que hizo por sí misma, por la manera transparente de elevarse hasta el Olimpo de las grandes de la escena operística de la segunda mitad del siglo XX. Eso aparte de su condición étnica. Afronorteamericana orgullosa de su estirpe, quiso, sin embargo, probarse artísticamente al margen del color de la piel. Familiarizada con la música desde pequeña –nació en Augusta, Georgia, entre pianistas, cantantes y aficionados al canto–, lo primero que le fascinó de ese mundo fue el armonio que tocaban en casa de sus abuelos y el entorno sonoro de las iglesias protestantes donde los negros entonaban spirituals y gospels. A esas especies volvió después, pero antes cultivó su voz y obtuvo una beca en la Universidad Howard, de Washington, centro exclusivo para la educación de la clase media afronorteamericana. De sus aulas egresaron los escritores Toni Morrison, Nobel de Literatura, y Amiri Baraka, los músicos Geri Allen y Billy Eckstine y los actores Isaiah Washington y Chadwick Boseman. De ahí pasó a perfeccionarse en las Universidades Peabody y de Michigan. A la edad de 24 años fue contratada para cantar en la Deutsche Oper de Berlín, donde causó un fuerte impacto, que le abrió las puertas de otros teatros europeos como la Scala de Milán y el Covent Garden de Londres. Hasta que llegó a una de sus metas, la Metropolitan Opera House, de Nueva York, en una producción de Les Troyens, de Berlioz, en ocasión del centenario del teatro Habitualmente se le sitúa como parte de la saga de grandes voces negras que rompieron barreras raciales y conquistaron destacadas posiciones en la escena musical norteamericana, tales los casos de Marian Anderson, Leontyne Price, Grace Bumbry, Martina Arroyo o Shirley Verret. Pero también debe distinguirse como una de las más cuajadas intérpretes del repertorio lírico alemán. Al abordar los Wesendonck Lieder, de Wagner, y Cuatro últimos lieder, de Richard Strauss, dio lecciones de absoluta maestría. Estos dos autores estaban entre sus favoritos. Su colega Renee Fleming, para rendirle tributo, colgó en su muro digital un video con la interpretación del aria más famosa de Tristán e Isolda. En el “O hehrster Wunder”, de La Walkiria, deja la estela de un torrente casi inimaginable de sonido potente, rico, enorme y puro. Al escucharla y verla en Ariadna en Naxos, de Strauss, el crítico Zachary Woolfe escribió en The New York Times: “La cualidad predominante en la Norman, su carácter vital sobrehumano, se ajustaba al mito. ¡No tenía que actuar! Pero como no había nada etéreo en su sonido de cuerpo completo, aunque luminoso y levitante, el efecto fue tanto de mortal como de deidad, una diosa de la tierra. Ella puede ser íntima aquí, contar una historia a través de una fogata, y de repente recorrer el camino de una entidad espiritual que se despliega a lo largo de los milenios”. Al dar a conocer la noticia de su deceso, los medios alemanes recordaron que allí comenzó su carrera internacional y subrayaron, según transmitió la Deutsche Welle, que era “una de las raras cantantes negras que alcanzó el estrellato internacional en el mundo de la ópera”. La familia de la cantante evocó en un comunicado sus “esfuerzos humanitarios para abordar asuntos como el hambre, la falta de vivienda, el desarrollo juvenil y educación artística y cultural “. En los años finales de su carrera retomó a los spirituals, como para que nadie tuviera duda de su identidad.

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