Joaquín Tamayo
Desde la publicación de Casi el paraíso (1954), Luis Spota se convirtió en un escritor con una verdadera legión de lectores y, al mismo tiempo, en objeto de escarnio y de envidia por parte del medio intelectual mexicano, el cual nunca soportó su exitoso ascenso. Es más, a la fecha, algunos escritores siguen sin soportarlo, sin perdonarle su estrellato aún post mortem, pues su obra circula en librerías a través de colecciones siempre actualizadas y que incluso han recuperado sus primeros trabajos: El coronel fue echado al mar, Murieron a mitad del río, Islas Marías y Más cornadas da el hambre.
Se trata de un genuino “longseller”, que no se propuso el pedestal de la trascendencia ni los altares de la gloria.
Mientras tanto, críticos y autores que ni siquiera lo han leído o que lo han leído a vuela pluma suelen descalificarlo por anticipado con el pretexto de los “sospechosos vínculos” que tuvo con el poder y por la estructura aparentemente casi comercial de muchas de sus novelas.
Vayamos en orden. En cuanto a sus relaciones con el poder gubernamental, la percepción que se tiene es algo distorsionada. Hasta donde se sabe, el escritor no fue amigo de presidentes ni recibió nada a cambio. Desempeñó, eso sí, cargos públicos que a la larga terminó por abandonar cuando las cosas se ponían raras. En la biografía Luis Spota: las sustancias de la tierra, de Elda Peralta, a la vez su compañera sentimental, se enumeran las múltiples ocasiones en las que el también periodista se distanció de mandatarios, dirigentes, empresarios y líderes sindicales, porque le solían proponer “proyectos” que no encajaban con sus principios.
En ese sentido, los expresidentes Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez; el empresario Gabriel Alarcón y el líder de los petroleros, Joaquín Hernández Galicia, “La Quina”, conocieron los límites no negociables de Luis Spota (México, 1925-1985).
De hecho, su famosa serie La costumbre del poder, que refleja los vicios y los estragos de la corrupción en la vida oficial, enfatiza el sentido crítico del novelista y cuestiona las perversas maniobras que impregnaron los diferentes escaños de la política del país. Los seis libros dan cuenta del bizarro mundo en el cual se tomaron las decisiones que habrían de definir la interminable cadena de retrocesos de nuestra sociedad reciente.
Una muestra: La plaza, novela en torno al Movimiento Estudiantil de 1968, reveló el pantanoso sistema político que instrumentó la matanza y dejó en evidencia el rostro más bárbaro de la represión. No obstante, un grupo de escritores se encargó de ningunear esta novela coral, acusándola de estar a favor del gobierno, de ser máquina propagandística de Díaz Ordaz y de desvirtuar la lucha civil de los estudiantes. Al contrario: el personaje principal es un padre desesperado que busca, luego del 2 de octubre, a su hija desaparecida. Cuando nadie le da razón, el hombre denuncia y señala la podredumbre que rodea al gobierno y a su extensa red de complicidades con otros sectores. Expresión de la amargura y de la pérdida, La plaza todavía no ha sido valorada en su justa dimensión.
Sobre la composición presuntamente comercial de sus libros, en efecto, el narrador nunca fue un estilista, ni siquiera lo intentó. Difícil imaginárselo con la preocupación obsesiva por la estética o desvelado en la forma por encima de los contenidos de sus relatos. Su interés jamás estuvo en la prosa poética al modo de Juan José Arreola o en cierto barroquismo a semejanza de José Revueltas. Poseía una escritura eficaz, acertada y sobria. Cumplidora. Buscaba contar una historia de una manera atractiva, lineal, exenta de alardes metafóricos y de tramas forzadas o experimentales.
En todo caso, pretendía entretener con adecuadas dosis de suspenso, sostenido por el drama y por los eternos conflictos planteados entre el bien y el mal. El propio Juan Rulfo, en una conversación aparecida en la revista El Cuento, reconoció en Spota a uno de los mejores constructores de historias que había en México, pues creaba la tensión necesaria y desarrollaba a sus personajes a partir de un basamento en absoluto realista.
Gracias al periodismo que siempre practicó, fue un visionario con respecto a los temas expuestos en su narrativa: en Murieron a mitad del río retrata el fenómeno ya entonces creciente de la migración a los Estados Unidos.
La noveleta Vagabunda acomete la prostitución, aunque el problema de fondo radica en la trata de personas y el sanguinario machismo imperante en la provincia. Pero es en Casi el paraíso donde el arsenal de armas literarias de Spota alcanza su plenitud y encierra en una vasta crónica todos los asuntos y temas que lo inquietaron como creador.
El encanto de la novela estriba en su demoledora crítica sobre la precaria moral, la cual pone en evidencia la flagrante ignorancia de las élites: el malinchismo, las endebles creencias patrioteras y la feraz ambición de los oportunistas. Para un charlatán de siete suelas como Aldo Conti, llegar a la conquista de nuestro país fue, de veras, casi el paraíso. Su propio paraíso. Luis Spota descubrió en esta novela el camino a seguir en su trayectoria: supo que debía rescatar sucesos contemporáneos, de índole periodística, y desarrollarlos con el aliento de una ficción, cambiando nombres de escenarios, situaciones y personajes. Llevó este esquema hasta sus últimas consecuencias, a ratos, por supuesto, con menor impacto. Sin embargo Las cajas, una de sus piezas más complejas y quizá por ello poco popular, quizá sea una de las más logradas en materia del relato que desgaja: aquí, bajo el disfraz de la ficción, Spota repasa y exorciza los lastres que durante años ensombrecieron su ánimo. Es una disimulada biografía emocional y un poderoso ejercicio narrativo: en la técnica empleada utiliza el sentido del oído y prescinde de todos los demás.
La escritora Elda Peralta dice en torno a este texto: “(…) en opinión de Luis era su mejor libro. Nunca aclaró por qué. A diferencia de él muchos lectores lo encuentran confuso y poco ameno. Sus cualidades de estructura y tratamiento que dio a sus personajes me hacen pensar igual que Luis. Las cajas es una gran novela. Tal vez me equivoque; de todos modos, escribirla fue para él importante. En ella culminó, en forma afortunada, un largo proceso en busca de salud mental y su identidad”. Así, Luis Spota halló en la novela las razones de su realidad, el sentido de su vocación. Su existencia acabó por cumplirse en las palabras; en ellas encontró su paraíso íntimo; es decir, el éxito que para los demás, para los otros, puede resultar el infierno mismo.