Luis Carlos Coto Mederos
Jesús Orta Ruiz
XIV
889
Catarsis del abuelo
El viejo está pensativo
y Laura, entre las arecas,
dialoga con las muñecas,
familia de yeso vivo.
De todas, el atractivo
está en los ojos del cielo;
y hay un payaso sin pelo
que con su caricatura
saca de no sé qué hondura
la sonrisa del abuelo.
¿A qué puerto se encamina
Levi Enrique con su barco
de papel, que sobre el charco
le da una ilusión marina?
Sueña que es hombre y domina
las olas, con los reflejos
de los navegantes viejos,
viajeros de acá y de allá.
Nadie sabe a dónde va,
pero yo sé que va lejos.
Ale sigue el movimiento
de un delfín, que el aire claro
corta y entra por un aro
casi con razonamiento.
¿Qué sentir, qué pensamiento
tiene este pez tutelar
que no sabe de matar
ni quiere vivir a solas?
Ángel que cayó en las olas,
niño que habita en el mar.
La mínima cocinera
aguarda por las visitas
con su juego de tacitas
de café y su cafetera.
Cuando me sirve parlera
la infusión imaginada,
su cortesía me agrada
y quedo como embriagado
con el aroma inventado
de un rico café de nada.
La mañana cristalina
está llena de donaire
y anda retozón el aire
por el huerto de la esquina.
Levi su cometa empina
hacia el claro firmamento
y sueña en ese momento
la cabeza tricolor
de un caballo volador
que cabecea en el viento.
Cristal es la mar serena,
sutil se mueve el oleaje
y afines con el paisaje
los niños van por la arena.
Una gaviota –azucena
del aire– pasa encantada
y Ale ve la sosegada
playa, no lecho de tul
sino caramelo azul
que se chupa su mirada.
Laura sueña que al caer
el día, niños pintores
con lápices de colores
pintan el atardecer.
Sueña también que al perder
el sol sus últimas huellas
millones de niñas bellas,
que cósmicamente giran,
juegan con la noche y tiran
los yaquis de las estrellas.
Levi campea de modo
tan imperial, que su meta
principal es la glorieta
para dominarlo todo.
Pero el laurel de un recodo
lo atrae más. De una hoja
casi volador se arroja
un camaleón que se pierde
verde por la hierba verde
con su pañoleta roja.
Ale da un salto y se suma
a la infantil alharaca,
se aleja con la resaca
y regresa con la espuma.
Rosa de sal, lo perfuma
el agua de tornasol,
se moreniza de sol,
refresca bajo el pinar
y la música del mar
se lleva en un caracol.
890
Égloga breve
La casa de piedra y tejas
era como gran señora
sobre el otero: pastora
principal de las ovejas.
Abajo, con suaves quejas
suspiraba el arroyuelo;
y yo –pastor pequeñuelo
al pie de una cañabrava–
creía que terminaba
detrás de la loma el cielo.
891
Repoblación
Duermen en la prehistoria
de urbanizados terrenos
árboles que eran ajenos
y ahora son de mi memoria.
Ya sin línea divisoria
y en fresca repoblación,
se alzan en mi evocación
como si aquel arbolado
hubiérase trasplantado
a mi fértil corazón.