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Cultura

Ecos de mi tierra

Luis Carlos Coto Mederos

210

Males del viejo

He llegado a la vejez

con sus terribles estragos;

se acabaron los halagos

que recibí alguna vez.

Con la poca lucidez

que me queda todavía,

compongo esta letanía

de metro y tonos guajiros,

para acallar los suspiros

que brotan del alma mía.

Mi rostro tan raro está

que si me miro al espejo

pienso: ¿quién será este viejo

que me mira desde allá?

Bien sé que no volverá

la juventud, caro amigo,

y disgustado prosigo

con la vejez contrahecha,

que no estará satisfecha,

mientras no acabe conmigo.

La marchitada mejilla

toma un terroso matiz,

y el gancho de la nariz

se aproxima a la barbilla;

la mirada ya no brilla,

la inteligencia se obtura,

se afloja la dentadura,

la próstata se hipertrofia,

el cuerpo es una bazofia

y la vida una tortura.

El viejo sufre disnea,

siempre tiene algún dolor,

oye mal y ve peor,

se encorva, tose y babea.

A éste le baja la urea

o le sube la glucosa,

y el otro siente una cosa

extraña en su corazón,

o percibe en un pulmón

una opresión angustiosa.

Reacciona con desagrado

si le llaman “venerable”,

pero le es muy agradable

que lo encuentren “conservado”.

Pasa la vida amargado,

con sus ronquidos y quejas;

se le enmarañan las cejas,

blanquea y cae su cabello,

surgen surcos en el cuello

y le crecen las orejas.

Resbala en la bañadera

y en terrible desventura

casi siempre se fractura

el hueso de la cadera.

Se fatiga en la escalera,

cuando canta desentona,

y cuando cree y pregona

haber hecho una conquista,

huye el amor de su vista

con una mueca burlona.

Es el decrépito anciano

un ente contradictorio,

si le da por ser tenorio,

dice que está fuerte y sano;

se arrastra como un gusano,

y piensa que corre y vuela,

alborota sin cautela

y el menor ruido le irrita,

se duerme en una visita

y en la cama se desvela.

Yo por mi desdicha sé,

de pruebas que fracasaron,

de un tipo a quien le inyectaron

glándulas de chimpancé.

Esperó lleno de fe,

pero prendió mal la liga,

y en vez de buscar amiga,

y gozar, el infeliz,

le dio por comer maní

y rascarse la barriga.

Anónimo

Gabriel de la Concepción Valdés

Poeta afrocubano conocido por su seudónimo, Plácido. Nació el 18 de marzo de 1809 en la ciudad de La Habana.

Fue uno de los representantes más importantes del romanticismo en Cuba y tal vez haya sido el poeta de mayor aceptación popular entre los escritores de la Isla del siglo XIX. Es considerado por algunos críticos entre los iniciadores del criollismo y también del siboneyismo en la lírica nacional. Muchos de sus poemas son de carácter popular y fueron escritos para las fiestas familiares.

La versificación fue tan natural en Placido, que algunos de sus poemas eran escuchados cien años más tarde en las calles de La Habana, repetidos de memoria en muchos casos sin saber el declamador quién era el autor. En el siglo XIX, Plácido fue el poeta de mayor aceptación y divulgación en Cuba, y en la literatura cubana uno de los de mayor sensibilidad.

Su activa vida social atrajo las desconfianza de las autoridades españolas, por lo que fue detenido varias veces. En 1842 al regresar de un viaje a Cienfuegos fue apresado y remitido a la cárcel de Trinidad (Las Villas). Aunque no pudo comprobarse su supuesta actividad conspirativa contra el dominio colonial español, permaneció en la cárcel durante más seis meses. Ya libre, regresó a Matanzas a fines de noviembre de 1843.

Poco tiempo disfrutaría de libertad, pues nuevamente fue detenido el 30 de enero de 1844, acusado de ser uno de los supuestos jefes de la conspiración que luego fuera denominada “De la Escalera”. En un proceso amañado, carente de garantías, fue sentenciado a morir fusilado por la espalda, junto con otros diez acusados. El 28 de junio de 1844 fue fusilado en Matanzas.

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