Pedro de la Hoz
Al reconocerla como Estrella del Siglo, título hecho efectivo durante una ceremonia que tuvo lugar en La Habana, el Instituto Latino de la Música no solo dio a Alicia Alonso un justísimo posicionamiento jerárquico, sino también se prestigió a sí mismo.
Considerada como una de las figuras más encumbradas de la danza clásica en el siglo XX, Alicia a lo largo de su carrera ha contribuido al rescate y promoción de valores musicales de su patria y del entorno iberoamericano.
En el repertorio del Ballet Nacional de Cuba siempre privilegió la utilización de partituras de destacados autores cubanos, entre ellos Ernesto Lecuona, cuya música sirve de base a una de las más aplaudidas piezas, Tarde en la siesta, coreografiada por Alberto Méndez.
Las danzas de Lecuona, sin lugar a duda aportadoras de un lenguaje nacionalista extrovertido a través de un pianismo de altísima factura técnica, resaltan en esta obra como detonantes de un momento de intimismo evocador.
Pero aún antes de que fundara el BNC, su sensibilidad y sentido de pertenencia la llevó a estimular la creación musical de compositores contemporáneos.
El 27 de mayo de 1947, cuando faltaba algo más de un año para el nacimiento del BNC, el cuñado de Alicia, Alberto Alonso, concibió una coreografía titulada Antes del alba, con música de Hilario González, a la sazón un joven vinculado al Grupo de Renovación Musical, que agrupó a quienes pretendían afirmar los perfiles nacionales de la música de concierto e inscribirlos en las pautas formales del neoclasicismo.
Hilario era una personalidad inquieta y se alegró muchísimo cuando le dieron la posibilidad de escribir para la escena, en un país donde por entonces resultaba una hazaña conseguir un encargo de tal naturaleza.
Por demás, Antes del alba, planteaba reivindicaciones sociales, aspecto insólito para la época, lo cual no fue del agrado de algunos directivos de la Sociedad Pro Arte Musical, patrocinadora del proyecto.
No obstante, Alicia, que ya contaba con el aval de su estrellato en compañías norteamericanas, y Elena del Cueto, una bailarina que marcó más de un hito en la historia de la danza insular, unieron sus talentos para dar vida a los personajes principales de esa obra precursora de la danza clásica de linaje netamente cubano.
Recuerdo particularmente a Alicia jalonando, junto a su esposo Pedro Simón, una cruzada por levantar el legado de Lico Jiménez, compositor de finales del siglo XIX, egresado de conservatorios europeos que al regresar a Cuba, debido al color de su piel, halló rechazo y tuvo que volver al Viejo Continente. Vivió en Alemania hasta sus últimos días.
Cuando en 2010 Alicia coreografió La noche del eclipse, sobre el flechazo amoroso que unió a los jóvenes poetas Carlos Pio Urbach y Juana Borrero, encontró en la partitura Estudio sinfónico, de Jiménez, el soporte musical ideal para tejer la trama y conseguir la atmósfera deseada.
Al conversar con Alicia acerca de cómo escoge la música de sus coreografías, confesó no tener un método, sino intuición: “A veces vienen primero las imágenes, a veces escucho una música que las sugiere, pero eso no es lo importante, sino que música y movimiento se complementen en la dirección de lo que me propongo”.
Muchos quizás se pregunten si el interés de Alicia por la música queda en el campo estrictamente profesional. Menuda sorpresa se llevarían los que así piensan, cuando adviertan con cuánto gusto disfruta un danzón, una canción de la trova, o el pianismo de los grandes autores cubanos.
O como este cronista la vio en un palco en el Gran Teatro de La Habana que lleva su nombre: marcando con los pies un sabrosísimo son.
Por su obra, su entrega y su legado, Alicia es una estrella que rebasa los límites de un siglo.