Pedro de la Hoz
Pareciera una paradoja que siendo compañero de David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco y Rufino Tamayo, haya derivado su trabajo hacia la abstracción matérica. En esa batalla por revelar los entresijos del gesto pictórico, por mostrarse tan visceralmente atraído por la pintura en estado puro, radica la estatura artística de Gustavo Arias Murueta, quien nos dejó esta semana a los 95 años de edad.
No es que este ilustre mexicano haya dado la espalda al arte de proyección pública tan enraizado en las prácticas culturales de la nación a lo largo del siglo XX. Ahí está su huella en el mural de mosaicos que llevó a la III Bienal Nacional de Escultura en 1967 y el proyecto experimental de integración de música, poesía y plástica de 1971 para la televisión.
Pero, sobre todo, quedó para la historia su participación en el mural colectivo creado en septiembre de 1968, en apoyo a las reivindicaciones del movimiento estudiantil, sobre las láminas de zinc que cubrían los restos del monumento a Miguel Alemán en la Ciudad Universitaria.
Junto a más de una docena de artistas, entre los que se hallaban Manuel Felguérez, José Luis Cuevas y Fanny Rabel, acudió al llamado Arias Murueta. Su muñeca rota, de la que brotaban tiras de colores, evocaba a una de las víctimas de la represión contra los manifestantes del 28 de agosto en la plaza del Zócalo.
El maestro terminó acostumbrándose, no de muy buen grado, a que lo subsumieran en el vasto cuerpo de la denominada Generación de la Ruptura, que no es otra cosa que la salida al ruedo de un nutrido grupo de artistas que en los años 60 del pasado siglo adoptaron aires más cosmopolitas y alineados con las corrientes dominantes en el arte euroccidental y norteamericano.
Con motivo de los homenajes por sus 50 años de vida artística, Arias Murueta declaró al Canal 22: “Tener amigos, compartir espacios, no nos hace iguales; los que nos dimos a conocer por aquellos años teníamos aspiraciones muy diferentes y tomamos el rumbo que cada cual eligió”.
Le asistía toda la razón. Nada tenía que ver, por citar algunos de los artistas de esa generación que la crítica y el mercado han acuñado como referentes, con la obra de Alberto Gironella ni con la de Remedios Varo. Si acaso pudieran establecerse parentescos, estaría más cercano a cierta zona de la pintura de Manuel Felguérez o a la gráfica de Vicente Rojo. No más.
Con paciencia y convicción Arias Murueta se fue labrando un estilo, lo cual no quiere decir que acudiera a fórmulas. Cada obra suya nació de un estallido emocional y una ardua búsqueda expresiva. En tal dirección debe ser considerado como uno de los informalistas de mayor rigor en el medio mexicano.
A propósito de la retrospectiva de su producción que Mérida acogió en 2013, afirmó: “Tengo una serie de textos pensando en el misterio del arte, menciono que la actividad artística del hombre empieza desde los garabateos de un niño. (…) La inspiración me agarra trabajando, no hay otra, hay que trabajar, por ejemplo esta exposición que se presenta en Yucatán, me dicen que si es una retrospectiva y digo que no lo es en ese sentido, es una muestra que he ido coleccionando que he ido guardando de 50 años de trabajo, eso es todo, porque no tiene una secuencia cronológica, sino saqué todo lo que tenía y empezamos a escoger, por el interés visual y armónico de las cosas”.
En cuanto al uso de la paleta cromática, explicó: “El color marca mucho el estado de ánimo, sin embargo, me dicen por qué utilizas tanto el negro para pintar y respondo: porque no hay otro color más oscuro; no me gusta la gama de colores, a pesar de que ahí está viendo tres cuadros en azul, y la razón es porque mi esposa tenía ojos azules, de ahí surge la idea de hacer unos cuadros azules, mi última pintura, es una obra en negro y sigue diciendo y ahí no está la presencia del hombre, simplemente son estados de ánimo, que ya no de alegría, es dramático y por eso me gustan los colores y a veces un detalle como el azul que no puedo olvidar”.
También hay que reconocer lo que hizo por la promoción de la creación visual en México. En 1974 fundó el Centro Experimental de Arte Gráfico para estimular la obra de sus colegas y apoyar a los que comenzaban su labor.
Del valor de sus realizaciones habla la presencia en las colecciones mexicanas del Museo Nacional de Bellas Artes, el Museo de Arte Moderno de México, el Rufino Tamayo, el Carrillo Gil, el Universitario Arte Contemporáneo (UNAM), el Nacional de la Estampa y y el de Arte Abstracto de Zacatecas, así como en el National Museum of Mexican Art, de Chicago, la Casa de las Américas, en La Habana, y el Museo de Técnicas Gráficas, en Italia.