El último domingo de abril los amantes, sobre todo los más jóvenes, del programa Memorias, que transmite Radio Rebelde para Cuba y más allá de sus fronteras, trataron de identificar una voz que entonaba canciones entrañables del repertorio insular avaladas por la tradición. Al escuchar el nombre del intérprete, pensaron que el libretista había errado. ¿Miguel Aceves Mejía? ¿Ese no es el cantor de rancheras? ¿Qué hace cantando Amorosa guajira y Repica el tambor?
La duda parte de que muchos a estas alturas no saben que antes de ganar fama como uno de los cantantes icónicos de rancheras y corridos hacia la medianía del siglo pasado, Aceves Mejía incursionó en la canción cubana. En el son y la guaracha y la guajira de salón.
Esa atracción por los sonidos de la Isla nació del contacto con la escena musical mexicana de los años cuarenta del siglo pasado, cuando se hicieron fluidos los intercambios entre la Isla y tierra firma y muchos compositores y artistas cubanos tenían a México como destino promisorio para sus carreras.
Sépase que si primero fue la arribazón del danzón, que en México ganó credencial de segunda naturaleza, luego llegaron las especies de los complejos de la rumba y el son y, por supuesto, la canción de sabor criollo.
Aceves Mejía dejó testimonio fonográfico de al menos una decena de temas de origen cubano en su repertorio inicial. Le metió cuerpo a la guaracha, en el estilo humorístico de Ñico Saquito en Así no, papacito, y en la cuerda sonera del Migue Matamoros de Que siga el tren.
Su tocayo don Miguel viajó a México con su conjunto, una versión ampliada de su fabuloso trío, y en la nómina llevó nada menos que a Benny Moré.
La amistad con Benny se hizo tan sólida que cuando el sonero mayor cubano, enamoradizo, contrajo nupcias en 1946 con la joven mexicana Juanita Bocanegra, enfermera y secretaria en la consulta de Alfonso Ortiz Tirado, también cantante de señalada reputación, Aceves Mejía fungió como testigo de la boda.
Ya por entonces Aceves Mejía comenzaba a despuntar como un huracán avasallador en la interpretación de corridos y rancheras. Se sabe que Miguel Matamoros lo estimuló diciéndole que tenía el futuro por delante.
Fue así como se dio a conocer en Cuba. Los aficionados a las rancheras quedaron divididos en sus inclinaciones: unos apostaban por Jorge Negrete y otros por Aceves Mejía. En medio de esos jaleos, este viajó a La Habana por primera vez en 1951.
Pero fue su estancia de 1958 la que más se recuerda. Había sido contratado por el Canal CMQ de la televisión para intervenir en uno de sus espacios estelares, Casino de la Alegría. Muy altas resultaban las expectativas ante un artista que había penetrado en el imaginario popular del país mediante sus incontables grabaciones y sus frecuentes apariciones en la gran pantalla.
En los bares y cantinas de las ciudades de la Isla, a la hora del despecho y rumiar dolores, los parroquianos solían inyectar las victrolas con las notas desgarradas y guapetonas de Sonaron cuatro balazos. En las emisoras radiales, en programas que todavía en la región oriental se mantienen, Aceves Mejía era una de las voces más solicitadas.
Además de Casino de la Alegría, el mexicano halló un filón en sus presentaciones en vivo, durante varias semanas, en un frecuentado centro nocturno que existió en el barrio obrero Luyanó, a diez minutos del puerto: el cabaret Sierra.
Don Galaor, cronista de espectáculos del semanario Bohemia, reseñó el paso de Aceves Mejía por su local con estas palabras: “Desciende del Olimpo Miguel Aceves Mejía al entregarnos de cerca y a viva voz, sin imposturas, su voz extraordinaria y su sentida mexicanidad. En las mesas el silencio impera; nadie quiere perderse sus canciones y las guardan en el recuerdo para contar en lo adelante: ¡Yo escuché a Miguel Aceves Mejía casi cantándome al oído!”.
Hubo amores habaneros en esa oportunidad, promesas de matrimonio interrumpidas por la crisis que se avecinaba. La Habana no estaba para músicas de celebración en los meses finales de 1958. Los rebeldes se acercaban a la capital, la dictadura batistiana colapsaba y los centros nocturnos padecían la ausencia de públicos.
Aceves Mejía regresó a México y solo volvió a pisar tierra cubana accidentalmente en 1970 cuando un vuelo aéreo entre República Dominicana y Miami fue desviado e hizo escala forzada en Santiago de Cuba. Los empleados del aeropuerto, al saber quién era, lo arroparon. Aceves Mejía y los mariachis que lo acompañaban les regalaron un par de rancheras.
De que le metió en la costura a la música cubana, quedó el testimonio del venerado camagüeyano Jorge González Allué, autor de Amorosa guajira, quien en 1991 dijo a este cronista: “La gente se equivoca, Aceves tuvo un fino sentido de la interpretación al sacar la melodía de mi canción. Yo la tengo entre quienes mejor la han interpretado y eso que han sido tantos”.