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Fernando Muñoz Castillo

I

Isabela Corona es, junto con Andrea Palma, la parte culta y refinada del cine mexicano de los 30. Es otra, también de la troupe de mujeres posrevolucionarias que miraron de frente al mundo de su tiempo y le hablaron a los hombres de tú.

La Berta Singerman de México

El mitómano Dr. Atl cuenta que la descubrió durante una función de declamación y que, fascinado por su voz y su belleza, la raptó para encerrarla en su desván: mas no para hacerle el amor, si no para que ella se aprendiera unos poemas que diría en una cena que él iba a darle a un grupo de amigos compuesto por intelectuales y artistas; ya que, según él, ella sería la Berta Singerman de México.

Un domingo en una comida que organizó el periodista cinematográfico Enrique Rosado, Isabela me dijo que el Dr. Atl nunca la encerró en ningún desván para que se aprendiera poemas.

“El Dr. Atl me presentó con varios artistas. Luego, animada por todos, preparé dos recitales que tuvieron éxito. Después tomé parte de los festejos que mis amigos organizaban, junto con la inquieta y buena recitadora Adela Formoso, después, de Obregón Santacilia”.

Y si fue elogiada como declamadora es porque Isabela poseía una voz maravillosa. Ella lo sabía y por eso viajó de Guadalajara a México, pero para estudiar canto, pues su familia la imaginó diva de la ópera.

Su voz fue elemento de creación para escritores y poetas como Edmundo Báez y Efraín Huerta.

Cautivado, el reportero de cine Roberto Browning escribió el siguiente panegírico:

“Atraen: desde luego su nombre, su recortada y elegante nariz, sus ojos penetrantes, su estilo de peinado, su imponente fama, su sonrisa, y eso que es su virtud suprema: su voz. Su voz de penumbra poética, de río que desemboca entre sollozantes manglares, de orquídea que se cae de hermosa, de bravío ejército de claveles, de gladiolas expuestas finamente al crepúsculo; su voz de Hora y 20, de insobornable expresión de la belleza en clásico... en torno a su voz se hacen las elegantes conversaciones, surgen las frases más o menos inteligentes (las son de ella), brota la iniciación del poema, nace un estupendo ambiente de gracia y de ganas de seguir viviendo”.1

Su debut en el teatro, según declaraciones a Flamarion en Cinema Reporter (septiembre de 1946), fue en el papel de un jovencito, en la compañía de Gómez de la Serna y Mimí Aguglia.

Existe un dato muy interesante, pues cuando ella, ya conocida actriz, deja la Cía. de Gómez de la Serna, la sustituye en el papel: Andrea Palma, todavía con el nombre de Guadalupe Bracho.

Notas

1 Roberto Browning: “Isabela, la grande”, Cinema Reporter, 29 de noviembre, México, 1947, p. 14.

Continuará.

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