Ivi May Dzib
Apuntes de un escribidor
III y última
Un docente necesita capacitarse para ser empático con sus alumnos, pero también para poder atender problemas complejos que tienen que ver con el universo emocional del niño o joven, esto derivará en una mejora continua de la educación. No hay que olvidar, como señala Smetana (1999) que las reacciones afectivas de los adultos que están unidas a la explicación del sentido de las normas y que se centran en el bienestar y en los derechos de los demás, aumentan la afectividad del razonamiento, porque ayudan a que los niños identifiquen el daño o la injusticia causada a otros. Sin embargo, demasiada fuerza o enojo dirigida al niño cuando incumple una norma puede inhibir la atención en los sentimientos de los otros, ya que tiende a autorreplegarse y centrarse en sí mismo por el daño sufrido a su persona al recibir la llamada de atención del adulto, perdiendo la perspectiva del daño causado a los otros por su falta.
Habría que encontrar las estrategias para que en nuestras áreas de conocimiento podamos incluir el aspecto emocional, porque generalmente creemos que éstas sólo se pueden encontrar en contenidos específicos y no en las matemáticas, la física o las ciencias exactas. La educación no puede reducirse sólo a explicar de manera mecánica los contenidos educativos inscritos en un programa, porque eso deja de lado a los niños que por alguna u otra razón no tienen las habilidades cognoscitivas para ser buenos en las ciencias exactas, lo que provoca la deserción, ya que no se sienten capaces o dignos de ser parte del mundo escolar. También hay que prestar atención a los alumnos que se burlan de otros por no ser capaces de afrontar cierto tipo de conocimiento, creando un ambiente de exclusión que en muchas ocasiones es fomentado por el mismo docente, quien cree que su trabajo se basa exclusivamente en explicar los contenidos.
Como señala Blanco (2006): La educación inclusiva implica un cambio profundo de la cultura y el funcionamiento de las instituciones educativas. Al respecto, la modalidad de formación centrada en la escuela como totalidad puede ser una estrategia muy válida para transformar las actitudes y prácticas educativas, y lograr que los docentes tengan un proyecto educativo inclusivo compartido. Hay además suficiente evidencia respecto a que la formación de docentes aislados no consigue que se reproduzcan cambios significativos en la cultura de las escuelas.
En este sentido deberían de crearse en las escuelas, además de los consejos técnicos, consejos especializados y periódicos en donde los docentes hablen del proceso emocional de sus alumnos para poder entender el contexto en el que se enmarcan sus deficiencias y con eso poder crear las herramientas que les permitan avanzar en su proceso de formación, porque lo más fácil es excluirlos aduciendo que no están aptos para un proceso educativo. Esto es más difícil cuando trabajamos en comunidades aisladas o de escasos recursos donde los problemas económicos están a la orden del día, pero con el apoyo de la escuela esto permitirá hacer una mejora continua de la educación. Hacer caso omiso del universo emocional del niño o joven es caer en el círculo vicioso en donde ante la deserción es más fácil echarles la culpa a los padres o al propio alumno por sus problemas de atención, pero si lo vemos desde la autocrítica también sucede que no nos estamos esforzando por atender las necesidades compleja del universo infantil y juvenil y reducimos nuestra praxis no a un acompañamiento humano, sino a un discurso poco incluyente en donde nos importan más los números y las cifras que las personas, mismas que ante la falta de un proyecto de vida estarán condenadas a vivir en una sociedad que no les ofrece nada constructivo; de ahí que todas sus miras se centren en otras posibilidades dañinas como las adicciones y la delincuencia.