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Pedro de la Hoz

Orlando Valle, Maraca, no deja de sorprender con su flauta y muchísimos otros argumentos artísticos. Desde que alcanzó nombradía en la nómina del Irakere de Chucho Valdés hasta nuestros días, el músico ha confirmado credenciales como uno de los intérpretes, compositores y arreglistas más encumbrados del jazz cubano tanto en el ámbito doméstico como en la arena internacional y a medida que avanza en su carrera, no conforme con lo ya conquistado, sigue asumiendo nuevos retos.

Fiel a esa disposición, que en su caso constituye plataforma conceptual irreductible, Jazz Plaza 2020, festival internacional que transcurre entre La Habana y Santiago de Cuba hasta el próximo domingo, lo tiene multiplicado en varios emprendimientos, en una agenda cuyo punto culminante fue el cierre de uno de los espectáculos nocturnos de la Sala Avellaneda del Teatro Nacional con un concierto en el que se hizo acompañar por la violinista y compositora danesa Line Kruse, el pianista Mario Canonge y el contrabajista Michel Alibo, oriundos de Martinica; su hermano Moisés (Yumurí), uno de los cantantes de son y salsa de mayor reputación en la isla; el percusionista Yaroldi Abreu, el trompetista Mayquel González, el contrabajista Gastón Joya, y el violinista William Roblejo.

“Quise que todas las vertientes que he venido cultivando en los últimos tiempos –comentó Maraca– se hicieran sentir en esa presentación. Particularmente me satisfizo compartir la actuación con Canonge y Alibo, quienes han aportado el toque antillano a la escena jazzística francesa en particular y en general a la europea con resultados altamente valorados por el público y los críticos”.

En cuanto a la Kruse, el flautista recordó que a ella se debe la inserción de ritmos y giros de esta parte del mundo en el sonido de los jazzistas escandinavos de la hora actual.

“Jazz Plaza implica para mí mucho trabajo –precisó Maraca– pero también muchas satisfacciones. En la arrancada compartí con Bobby Carcassés; sin él no hubiera Jazz Plaza ni las sucesivas generaciones de jazzista habrían hallado justo espacio para su expresión. En el pasado Cubadisco encabecé un homenaje a la orquesta Aragón por su aniversario 80; en mi memoria siempre ocupará un lugar Richard Egües, maestro del estilo charanguero dentro y fuera de Cuba, como reconoció emocionado Néstor Torres cuando el año pasado vino a Jazz Plaza. El concierto fue grabado y ahora llega al público en formato DVD.

Que en la actual cita participe el saxofonista estadunidense Dave Liebman es un hecho estimulante para Maraca. Entre ambos se ha establecido una comunidad de intereses, a partir de la música como territorio para la imaginación sin límites. Liebman ha invitado especialmente a Maraca para compartir faenas en el concierto que aquel protagonizará durante la penúltima jornada del sábado 18 en la sala Avellaneda.

Liebman y Maraca figuran en la producción The Omni-American Book Club: My Journey Through Literature In Music, proyecto liderado por el trompetista Brian Lynch, nominado al Grammy 2020 en la categoría Mejor Album de Jazz a cargo de una big band, proyecto que merece un comentario próximo.

Para el músico Jazz Plaza 2020 cierra un ciclo virtuoso. El verano pasado los críticos convocados anualmente por la revista Downbeat lo catapultaron al primer lugar en la categoría Rising Star en su instrumento. Tardío y equívoco lauro. Maraca hace tantísimo tiempo superó con creces la zona de “estrella en ascenso”. Es una estrella en todo su esplendor.

Po otra parte, acaba de grabar un ambicioso fonograma titulado Esa flauta. Al indagar cómo nació la idea, el músico comenzó refiriéndose a sí mismo: “Cuando me acerqué por primera vez a una flauta no podía imaginar que me iba a acompañar por más de 40 años del instrumento más antiguo que se conoce y líder en la música cubana por muchas décadas. La flauta está muy ligada a ritmos tan universales como el cha cha chá, la pachanga o el danzón y además muchos de los creadores de temas mundialmente famosos como El bodeguero, Los tamalitos de Olga o Sabrosona fueron creados por flautistas que además llegaron a dirigir sus propias agrupaciones”.

“Al nacer mi hija Alena –explicó lo primero que hice fue ponerle música de charanga (violines, flauta, piano y base rítmica) para que aprendiera desde el inicio la tradición de este instrumento. Curiosamente comenzó a bailar con esa música e incluso la solicitaba e intentaba cantar aún sin saber hablar. Y en esas repeticiones aprendí casi de memoria lo que esos grandes maestros de la flauta cubana nos legaron. Aunque desde muy joven soñaba con grabar con una charanga, al margen de mis andanzas por el jazz y la música de cámara, las condiciones eran siempre adversas para grabar un álbum así. Hasta que ahora pude hacerlo. Este es mi homenaje a la tradición que represento”.

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