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Cultura

El centenario de Rolando Arjona Amábilis

Jorge Cortés Ancona

Cuando redactaba fichas dentro de un proyecto privado que no llegó a concretarse, resaltaba entre los numerosos papeles un sobre manila saturado de anotaciones en letra manuscrita, que también eran notorias en los márgenes de las hojas impresas a computadora. Parecía tener en las manos un palimpsesto medieval.

Era la ficha biográfica de Rolando Arjona Amábilis quien, no satisfecho con lo que había enviado de manera formal, había agregado precisiones y comentarios en relación a su propia vida y obra. Todo parecía llamarle la atención, incluyendo el nombre y apellidos del coordinador operativo del proyecto, que rimaban en consonante agudo.

Hasta ese momento, sólo recordaba apenas su exposición en el museo Macay en 1998. Pero años después, pude ya tener una mejor idea de su obra en la exposición retrospectiva que se le organizó en el Centro Cultural Olimpo en 2007. La muestra era abundante en obra: pintura, escultura, dibujo, heráldica, fotografía, documentos oficiales, incluso obras de su niñez y adolescencia. A partir de ese año y en los siguientes tres, tuve algunas conversaciones largas con él, llenas de su experiencia de vida artística, de conocimientos técnicos y de amor a la cultura.

Don Rolando nació en Mérida el 21 de marzo de 1920 y falleció en Cancún el 14 de septiembre de 2014. Fueron 94 años de vida casi por completo dedicados a producir y enseñar. Se le recuerda mejor por diversos hechos, como su creación del escudo oficial del Estado de Sinaloa y de cuatro municipios de esa entidad, así como por haber sido director de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda, de 1976 a 1983.

Sin embargo, a diferencia de otros pintores yucatecos, más o menos cercanos a él, en el tiempo como Castro Pacheco, Torre Gamboa o Manuel Lizama, no tenemos una visión general acerca de su obra, una percepción que nos permita conocer su amplitud y sintetizarla en temas o épocas. En principio, porque no hay obra suya visible en museos y lugares públicos de Yucatán (con una sola excepción: un cuadro en un recinto a cargo de la Sedeculta) y porque después de 2007, cuando participó en la enorme colectiva Panorámica Plástica Yucatanense, la única obra accesible temporalmente fue el mural sobre el tema del mestizaje que pintó para el hotel Carrousel de Cancún y cuyos paneles, por remodelación de éste, estuvieron en resguardo en el segundo piso del Museo de la Ciudad de Mérida durante unos cuantos años.

Me dio tristeza que en las dos exposiciones que organicé con relación al período 1915-1950 de las artes plásticas yucatecas, no me hubiese sido posible incluir alguna obra suya. La única disponible rebasaba con mucho ese marco temporal, aun en cuanto al estilo.

En Sinaloa, en cambio, se le ha considerado mucho mejor que en éste su estado natal. En un libro de Martha Lilia Bonilla Zazueta sobre los escudos de ese estado del noroeste, un prólogo del maestro es demostrativo de sus ideas sobre el arte, como también lo es el alegato de respuesta a las objeciones que dos historiadores sinaloenses le hicieron a su proyecto de escudo oficial. La respuesta punto por punto de Arjona Amábilis es reveladora del sustento histórico, heráldico y estético de su proyecto, a la vez que una muestra de capacidad de argumentación pocas veces presente en nuestros artistas visuales.

En Sinaloa se le recuerda, además, por haber realizado los escudos oficiales de los municipios de Culiacán, Mazatlán, El Fuerte y El Rosario, por la obra mural y escultórica (como “La Madre Tierra”, conocida popularmente como “La Locha”) que se mantiene en la capital sinaloense y en su principal puerto, y por el bulevar Rolando Arjona Amábilis. Por información de los sitios digitales de periódicos de esa entidad, nos enteramos de que en junio de 2019 el gobernador Quirino Ordaz Coppel inauguró una ampliación de ese bulevar, con una millonaria inversión y agregado de carriles, puentes y ciclovías, todo lo cual hubiera hecho muy feliz al maestro Arjona.

Don Rolando no ha sido profeta en su tierra. Recibió con justeza la Medalla Yucatán en 2008, pero hubiera preferido que le permitieran tener de manera permanente obra suya en algún recinto público de nuestro Estado. También ese año, en el Centro de Artes Visuales, ex alumnos suyos montaron una exposición dedicada al maestro. Luego de su fallecimiento, sólo ha habido algunas actividades en su memoria tanto en Yucatán como en Quintana Roo. Esperemos que este año, las instituciones culturales le rindan homenaje y que sea posible conocer mejor su obra.

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