Pedro de la Hoz
Ahora que acaba de cumplir 95 años de edad, me gustaría decir que Ernesto Cardenal es mucho más que una cifra en el calendario. Conozco a mucha gente que sabe de memoria los versos del poeta nicaragüense y apela a ellos para enamorar o desenamorar, ser místico o terrenal, incluso para maldecir.
Lo he visto en La Habana y en Solentiname, México y La Habana, tocado con su boina y sandalias rústicas, tratando por igual a doctores y gente de a pie, ministros y devotos lectores.
La salud no es la de antes, pero sobrevivió a la crisis del año pasado que puso en peligro su existencia y hasta se da el lujo de seguir escribiendo. En vísperas de su aniversario circuló su más reciente creación, el poema Lo visible con lo invisible, y celebró la acogida que en los últimos meses tuvo su libro-poema Hijos de las estrellas.
Dos sacerdocios ha ejercido Cardenal: uno al servicio de la poesía y otro al servicio de Dios, aunque cuando le preguntan dice que es uno indivisible. En 1947 se gradúa en Licenciatura de Letras en la Universidad Nacional Autónoma de México y luego parte a Estados Unidos, donde estudia literatura norteamericana en la Universidad de Columbia. Marcha a Europa y en 1950 regresa a Nicaragua. Inicia con José Coronel Urtecho un trabajo de traducciones de poesía estadounidense que se prolongó por bastantes años. La medianía del siglo es la época de sus poemas de amor a las muchachas y contra el gobierno; epigramas popularizados en el tiempo y repetidos de boca a boca. En 1952 funda la pequeña editorial El Hilo Azul y abre una librería, sitio de tertulias literarias y conspiraciones políticas.
Opositor al régimen de los Somoza, participó activamente en la rebelión de abril de 1954, que tantos muertos costó al pueblo de Nicaragua. Hay que leer su formidable poema La hora cero. Poco después descubre su vocación sacerdotal. Curiosamente opta por ingresar en el monasterio trapense Nuestra Señora de Getsemaní, en el estado norteamericano de Kentucky, donde comparte poseía y mística con el notable poeta Thomas Merton. Prosigue su formación en un seminario en Colombia y se ordena en 1965 en Managua.
Entretanto crece su producción poética. De una parte, el cuaderno Gethsemani, Ky; de otro, El estrecho dudoso, de corte épico histórico. De un lado, Salmos; de otro, Oración por Marilyn Monroe y otros poemas. En él se reconoce uno de los más incisivos y deslumbrantes bardos de la poesía conversacional y su variante exteriorista.
La summa poética y política está contenida en un largo texto inagotable por su contenido y riguroso por su estructura formal: Canto nacional (1972). Como ha dicho la ensayista española María del Pilar Ríos, allí “Cardenal hace explícita su adhesión al movimiento revolucionario y a la lucha por la liberación de Nicaragua. En este poema, el autor no solo realiza el movimiento de recuperación del pasado histórico, sino que en él encuentra las claves que cristalizan el ideal revolucionario. En este sentido, el canto constituye no solo una denuncia, sino también el manifiesto de una postura política incorporando, además, algunos elementos que pueden leerse como un programa político y social a realizar cuando triunfe la revolución”.
Sandinista de fe, el poeta colabora con el triunfo revolucionario de 1979 y de buen grado ocupa el cargo de ministro de Cultura durante ocho años. Juan Pablo II lo reprende por su actividad política y Cardenal responde: “No puedo traicionar al pueblo”. Wojtila sanciona al sacerdote; por 35 años no puede administrar sacramentos. El Papa Francisco levantó la interdicción el año pasado. Alguien comentó que al pontífice polaco se le hacía difícil entender que la revolución sandinista fuese entonces del brazo de la parte más abierta y social de la Iglesia. Cardenal nunca renegó de sus creencias ni abandonó la oración.
Sí hubo un desencuentro mayor y al parecer imposible de resolver, el del poeta con el ala sandinista encabezada por Daniel Ortega. Cardenal ha sido un crítico acérrimo del gobierno actual de Managua. Pero la militancia social del poeta y sacerdote no se discute. Cada vez que se pronuncia públicamente, lo hace a favor de los pobres, de los desamparados, de la redención de la especie humana. O como escribió en Salmo 1: “Bienaventurado el hombre que no sigue las consignas del Partido / ni asiste a sus mítines / ni se sienta a la mesa con los gánsteres / ni con los Generales en el Consejo de Guerra / Bienaventurado el hombre que no espía a su hermano / ni delata a su compañero de colegio / Bienaventurado el hombre que no lee los anuncios comerciales / ni escucha sus radios ni cree en sus slogans / Será como un árbol plantado junto a una fuente”.
Hace una década afirmó a un diario mexicano: “El único mal que tiene la humanidad es el capitalismo. Y la única solución es el socialismo. Uno es propiedad privada y el otro común, destacó el intelectual, por ello la vía es el socialismo que es la propiedad de todos. A las batallas del siglo XXI lo que les falta es justicia, que es lo mismo que amor”.