En su infancia quiso tener un caballo. Como no tuvo dinero, lo creó con barro junto con su abuela, Leonarda Ríos de Cervantes; así nació la vocación.
Pedro Cervantes, artista reconocido a nivel nacional e internacional mayormente por sus esculturas de equinos, falleció a la edad de 88 años en la CDMX.
Poco después del mediodía del martes, la noticia la dio a conocer la titular de la Secretaría de Cultura, Alejandra Frausto: “Lamento la muerte del escultor Pedro Cervantes, quien trabajó con maestría los metales y cuya obra realza distintos espacios públicos de México. Mi pésame a sus familiares y amigos”, escribió en su cuenta de Twitter.
Nació el 2 de octubre de 1933, vivió rodeado de 12 mujeres, su abuela la más importante.
“Me regaló una herradura de ‘Cantador’, un semental retinto que, según me dijo, fue muy ligero y padreó muchos potros. Yo tendría cinco años. Desde entonces nació en mi la inclinación por el hierro como materia prima del arte tridimensional”, comenta en Equinolatría, texto incluido en el catálogo de obra publicado por la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo en 2008.
Esa herradura no solo le trajo suerte, sino que lo condujo a una técnica escultórica que requiere “fuerza, sudor y fuego para su realización”, y afirmaba: “porque yo soy escultor herrero, no cantero”.
Estudió en la Escuela Nacional de Artes Plásticas en la Academia de San Carlos de la UNAM, bajo la cátedra de Ignacio Asúnsolo, Luis Ortiz Monasterio y Germán Cueto.
Su amistad con David Alfaro Siqueiros lo hizo interesarse por los “murales escultóricos”, llevándolo a experimentar con técnicas como la piroxilina y el acrílico.
En 1958, presentó su primera exposición individual gracias a las Galerías Excélsior de Francisco Zendejas Gómez: “Cerámicas y Terracotas Policromadas”.
El trabajo del escultor colombiano Rodrigo Arenas Betancourt, piezas de hierro soldado y policromado, lo impactan profundamente e inicia a enfocarse totalmente en los metales.
Según lo relata Juan Carlos Hidalgo en “Pedro Cervantes en seis recuerdos imaginados y una visita en soledad”, en 1960 el escultor decide “pasear” su pieza Gallo de pelea por diversos puntos del Centro Histórico de la “antigua Tenochtitlán”. Menciona que era tal la emoción del autor sus acompañantes, que en un arranque deciden instalarla en el interior del Palacio de Bellas Artes. En la entrada fueron detenidos por los vigilantes, negándoles la entrada. Cervantes promete regresar.
El momento, documentado por la lente de Nacho López, fue comentado por la crítica de arte, Raquel Tibol como “la primera actividad conceptual de México”.
Su obra monumental Máquina del espacio (1966), marcó un parteaguas en su producción: hierro forjado y soldado, chatarra, acero inoxidable, madera y elementos industriales eran ahora su materia prima.
Pedro Cervantes realizo múltiples exposiciones individuales y colectiva en México, así como en espacios culturales de países del continente americano y en naciones como Francia y Japón. Su legado escultórico monumental forma parte del paisaje de la CDMX y diversos estados de la República; siendo las más reconocidas Sirena y Astronauta, El hombre y la pesca, y El Águila y la Serpiente.
Su amigo, el escritor Vicente Quirarte (con quien publicó en 2010 “El cuerpo en el espacio”) creía que la escultura de Pedro Cervantes “es la historia de una pasión por la forma, y el deseo porque su imperio sobre los sentidos no termine”, y que la ternura y la violencia le eran necesarias para hacer su trabajo.
Entre los reconocimientos que recibió en su trayectoria, destacan el del Salón de Artistas Jóvenes por su obra Escultura (1965), el de la Olimpiada Cultural por Ícaro (1968), el del Salón de la Plástica Mexicana por Epicicloide (1972). También el Premio Nacional de Ciencias y Artes, en la modalidad de Bellas Artes (2011), y su inclusión como integrante del Sistema Nacional de Creadores (FONCA) y de la Academia Mexicana de las Artes.
En Yucatán, Pedro Cervantes: La interacción de los cuerpos en el espacio (2001) fue la muestra con la que el Museo de Arte Contemporáneo Ateneo de Yucatán (MACAY), inauguró oficialmente al Pasaje de la Revolución como espacio escultórico de la ciudad. En aquella ocasión presentó diez piezas de bronce, todas figuras femeninas, más o menos de dos metros de altura, y la mayoría móviles.
Por Gibrán Román Canto