del cual se expresa una especie de afirmación pública del sujeto que simplemente toma el fruto que alguien guardaba para él, tal y como acontece en la primera escena de “Noche oscura”, de San Juan de la Cruz, cuando el alma recuerda las delicias de la unión con el Amado:
En mi pecho florido,
que entero para él solo guardaba,
allí quedó dormido,
y yo le regalaba,
y el ventalle de cedros aire daba…
El “robo” sólo hace doblemente placentera la acción, pues añade al placer del beso el de la travesura inocente de quien toma de manera transgresora algo que de cualquier manera sabe que le pertenece.
Al principio de este apartado se esbozó la idea de que Bonita es una pieza en cuya letra la fascinación parece fundamentar una poética preñada por el arrobo; la afirmación tiene un sustento mucho menos indirecto de lo que se pudiera pensar –al menos en una primera instancia–, en una obra de Enrique de Aragón, Marqués de Villena, quien hacia 1425 escribiera su célebre Tratado de fascinación o de aojamiento, una especie de estudio en torno a la agitación producida en nuestras emociones por el solo hecho de ser mirados por otra persona.
En sus consideraciones al respecto, el Marqués de Villena explica la importancia de encontrar la causa de esa atracción poderosa y extraña que se produce, entre muchas otras formas, cuando algunas mujeres se miran al espejo (sobre todo en el caso de las “mugeres menstruosas”). La fascinación acontece, según el científico, cuando aquel que es seducido por lo que mira queda fuertemente imantado por el objeto de su mirada, de tal forma que no puede sino atender a ello.
En la pieza de José Antonio Zorrilla, la demanda final es contundente (“Bonita, / haz pedazos tu espejo / para ver si así dejo / de sufrir tu altivez…”), cerrando con ello el círculo simbólico, pues los espejos son –en casi todas las culturas– metáforas de nuestra imaginación y del autoconocimineto, lo mismo que metonimias de un agua mágica y creadora aunque también amenazante.
Colofón
Un objeto literario depende mucho menos del valor de la sinceridad que del universo de sugerencias que pueda proyectar a partir de lo que la imaginación del autor sea capaz de convertir en un conjunto de representaciones. No deja, sin embargo, de ser sorprendente lo que la lírica popular de la canción de consumo ha logrado establecer en nuestras maneras de entender el mundo y el amor a partir de unos cuantos motivos sencillos y –naturalmente– reiterativos.
José Antonio Zorilla Monís, oficiante de un género a través del cual han tomado forma nuestras ensoñaciones y nuestras aspiraciones, nos ha dejado, entre muchas otras, un par de canciones que nos emocionan cada vez que podemos escucharlas, y es muy probable que ello suceda porque en las letras de las mismas se contienen las aguas más puras de nuestras intuiciones más antiguas, es decir, aquellas aguas donde el tiempo era sólo el presentimiento de un presente en el que todo parecía estar unido a su contrario.
Usted y Bonita no sólo representan un hito en la canción latinoamericana, sino también la proyección universal que esa manifestación cultural ha podido alcanzar en nuestro medio. Ambas piezas seguirán siendo cantadas con absoluto fervor cada vez que alguien se sienta atribulado por una pasión amorosa o cuando en nuestros corazones el mundo tenga el aspecto de un agua en la que el ser amado remojó sus labios para inocular en nosotros los aromas de la fascinación.
Por José Díaz Cervera*