Reconocida a nivel mundial y además declarada como Patrimonio Cultural Inmaterial por la UNESCO, la celebración del Día de Muertos se identifica por integrarse con múltiples elementos surgidos de la mezcla de rituales y creencias precolombinas y europeas en torno a la muerte.
La flor de cempasúchil, el papel picado, las calaveritas de azúcar y por supuesto, el pan de muerto, son resultado de esa fusión y con el tiempo, se fueron sumando para formar parte de la tradición como la conocemos hoy.
Si hay una imagen que viene a nuestras mentes al hacer mención de las festividades de principios de noviembre, sin duda La Catrina es digna representante en México y el mundo.
Pero antes de llamarse de esa manera, su versión original se tituló Calavera Garbancera, y fue creada en un grabado en metal por el ilustrador José Guadalupe Posada.
Aunque el imaginario colectivo los une a partir de 1912, la doctora en Historia del Arte por la UNAM, Helia Emma Bonilla, declaró para El Universal que la placa de metal fue trabajada por Posada en el año 1873, o sea, hasta cuarenta años después se imprimió al esqueleto con sombrero de plumas, muy a la moda europea.
Sobre el significado de la imagen se tienen varias versiones, pero las más aceptadas son las que nos proporciona el Fondo Nacional para el Fomento a las Artesanías (FONART) y el Museo Nacional de la Estampa.
La primera explica que la palabra “garbancera” se refería a las personas de sangre indígena que dejaron de vender maíz para comerciar los granos de garbanzo; así, ser “garbancero” era pretender ser europeos (franceses o españoles) y renegar de su raza, herencia y cultura.
La segunda, detalla el MUNAE, es “una crítica mordaz a las mujeres que, con vestidos, adornos y maquillaje (generalmente polvos de garbanzo, de ahí el término), aparentan pertenecer a las clases altas”.
A pesar de que la placa de metal fue manufacturada por Posada cuatro décadas atrás, nunca vio el resultado de la impresión, pues murió en pobreza en enero de 1913.
Diez meses después de su fallecimiento, la Calavera Garbancera ilustró la hoja volante “Remate de calaveras alegres y sandungueras. Las que hoy son empolvadas garbanceras, pararán en deformes calaveras, editada por Antonio Vanegas Arroyo.
“Posada, en vida, fue un ilustrador, un grabador comercial que estuvo dedicado a proveer imágenes a editores e incluso al público en general. Su obra no tenía el estatus de arte, ni él tuvo el estatus de artista, ni nunca lo pretendió tener”, dijo Bonilla.
José Guadalupe Posada, nacido en Aguascalientes en 1852, fue grabador, litógrafo y dibujante, quien “estaba lejos de ser un artista” reitera la experta, argumentando que se acercaría a lo que en la actualidad es un diseñador gráfico.
Como coautora de los libros “José Guadalupe Posada: a cien años de su partida” (2012) y “Posada: recursos y estrategias de un grabador ilustrador” (2018), Helia Emma aun así cree que la obra de Posada es “muchísimo más diversa y no se reduce a eso”.
Él trabajó para pintores y publicaciones, entre ellas, la revista literaria de Irineo Paz, abuelo del Nobel de Literatura, Octavio Paz. También hay una historia ilustrada de México para niños, editada en Barcelona y escrita por el periodista y novelista mexicano Heriberto Frías.
En Guanajuato, por ejemplo, realizó litografías y grabados en madera que ilustraban cajetillas de cerillos, libros y documentos.
Al llegar a la CDMX, instaló su taller en la calle Santa Teresa y posteriormente, lo trasladó a Santa Inés número 5, lo que hoy es la calle de Moneda.
Realizaba diseño tipográfico y en su gráfica abordó temas desde corridos populares, crímenes, cuentos y retratos caricaturizados.
No se puede dejar de lado su colaboración en “Argos”, “La Patria”, “El Ahuizote”, y “El hijo del Ahuizote”, publicaciones que se oponían al gobierno de Porfirio Díaz.
“Cuando Posada muere, los editores y sus colegas sabían quién era él, pero su muerte no tiene mayor trascendencia”, comentó la investigadora.
Al ir dejando atrás la etapa posrevolucionaria, cambian las ideas sobre lo que debería ser el arte en México, ahí es cuando se recupera a Posada, no al ilustrador y grabador de impresos comerciales, sino a quien Diego Rivera y José Clemente Orozco consideraron un contemporáneo suyo.
La transición de Calavera Garbancera a La Catrina ocurrió en 1930, con la publicación de Monografía. Las obras de José Guadalupe Posada, proyecto de rescate de su obra. En este colaboraron la antropóloga estadounidense Frances Toor, el impresor Blas Vanegas Arroyo y los artistas Pablo O’Higgins y Rivera.
Este último, fue quien perfiló a este ícono a lo que hoy conocemos, gracias a que, con su elegante sombrero y atuendo, figuró como la protagonista de su mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, siendo llevada del brazo por su creador.
La doctora Helia Emma Bonilla finaliza explicando que a José Guadalupe Posada hay que estudiarlo más, pues existen aspectos de su obra aún inexplorados. “Son facetas que habría que tratar de entender porque en realidad no es que él haya pensado en influir en el arte contemporáneo, es más bien que los artistas y el arte posterior lo rescatan y encuentran en su obra un valor artístico y lo transforman y lo lee de cierta manera”, concluye.
Por La Redacción