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Conrado Roche Reyes

Un soleado domingo, varios amigos (antiguos compañeros de clase que habían sido buenos amigos) se citaron para su reunión anual. Deseaban saber detalles de lo que sucedía en la vida de cada uno de ellos. Después de no pocas bromas y licor, iniciaron una interesante conversación.

Angel, que había sido uno de los alumnos más populares de la clase, dijo: Desde luego, la vida resultó ser muy diferente a como creí que sería cuando estaba en la escuela. Han cambiado muchas cosas.

–Ciertamente –asintió Gutiérrez.

Todos sabían que se había hecho cargo del negocio de la familia, que funcionaba del mismo modo y que formaba parte de la comunidad local desde que tenía uso de razón. Por eso se sorprendieron al comprender que parecía preocupado. Pero es que ¿se han dado cuenta de que no queremos cambiar cuando las cosas cambian?

–Supongo que nos resistimos al cambio porque le tenemos miedo –observó Manuel.

–¡Tú fuiste capitán del equipo de fútbol! –Intervino Angel– ¡nunca creí posible oírte decir que tienes miedo!

Todos se echaron a reír al darse cuenta de que, a pesar de haber seguido direcciones muy diferentes, desde su casa hasta dirigir empresas, experimentaban unos sentimientos similares. Todos intentaban afrontar los inesperados cambios que se experimentaban en los últimos tiempos. Y la mayoría admitía no conocer una forma de manejarlos.

–A mí me daba mucho miedo cambiar –dijo entonces Mauricio–. Cuando se presentó un gran cambio en nuestra empresa, no supimos qué hacer. Así que no nos adaptamos y estuvimos a punto de perderla. Pero entonces escuchamos de un teto que lo cambió todo.

–¿De veras? –preguntó Gutiérrez.

–Bueno, el caso es que esa narración transformó mi forma de considerar el cambio, de modo que, en lugar de verlo como una posibilidad de perder, empecé a verlo como la oportunidad de ganar algo y comprendí cómo hacerlo. Después de eso, las cosas mejoraron con rapidez tanto en el trabajo como en mi vida personal. Al principio me molestó la evidente complejidad de los textos. Decidí cambiar y actué. Fue entonces cuando me di cuenta de que, en realidad, me sentía molesto conmigo mismo, por no haber visto lo evidente ni de haber hecho lo que verdaderamente funciona cuando cambian las cosas.

Al comprender este libro, se lo comenté a varias personas de nuestra empresa y ellas a su vez a otras, y el negocio no tardó en mejorar considerablemente, gracias a que la mayoría de nosotros aprendimos a adaptarnos mejor al cambio. Y lo mismo me sucede a mí, son muchos los que afirman que también los ha ayudado en su vida diaria privada.

Por otro lado, fueron pocas las personas que dijeron no haber sacado en limpio de esta narración. O bien, conocían ya las lecciones y las vivían y ponían en práctica, o lo que era lo más habitual, creían saberlo todo y no deseaban aprender. No se daban cuenta de la razón por la que tantos otros se benefician de ella. Cuando uno de nuestros altos ejecutivos que tenía problemas para adaptarse dijeron que esos relatos se burlaban de ellos, diciendo que sabían muy bien a qué tipo de hombre representaba ese libro, refiriéndose con ello a que no aprende nada nuevo y no cambia.

–Pero, ¿cuál es ese libro?

–Se llama la Biblia.

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